Sheinbaum y el arte de negociar con imperios

La experiencia de Tibur frente a Roma ofrece lecciones para México, pero es fundamental mantener vigilancia ante la posibilidad de que intereses domésticos promuevan agendas particulares, en detrimento de la visión nacional.
1 Abril, 2025
Donald Trump.
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En la antigüedad, la ciudad de Tívoli logró preservar su autonomía frente al Imperio Romano mediante un tratado estratégico conocido como foedus aequum. Este acuerdo equitativo permitía una cooperación económica, política y de defensa sin que ello implicara la renuncia a su independencia institucional. En la actualidad, México enfrenta una coyuntura comparable bajo la presidenta Sheinbaum, en un contexto de tensiones comerciales y de seguridad con Estados Unidos. La estrategia adoptada por la antigua Tibur podría ofrecer un referente histórico para que México defina una postura que combine soberanía y cooperación, orientada a alcanzar acuerdos estratégicos sostenibles dentro de una relación bilateral compleja y estructuralmente asimétrica.

 

Tívoli es una ciudad italiana ubicada a aproximadamente 50 kilómetros al noreste de Roma, la capital del país. Se trata de una ciudad de notable belleza, caracterizada por su entorno natural y clima templado, lo que la convirtió en un destino preferido para el veraneo durante el periodo del Imperio Romano.

Conocida en la antigüedad como Tibur, esta ciudad fue rica en travertino, una piedra utilizada ampliamente como materia prima en la construcción de calzadas romanas y obras arquitectónicas monumentales. Tanto el Coliseo como la Basílica de San Pedro fueron construidos con piedra extraída de las canteras de Tibur.

Antes del dominio romano, la antigua Tibur fue fundada por los sículos, un pueblo itálico. Su posición geográfica la colocó en un punto estratégico durante la expansión de la República Romana. En el año 348 a.C., Tibur se integró a la Liga Latina, una confederación conformada por aproximadamente treinta aldeas y tribus vecinas de Roma, que se aliaron con el propósito de coordinar su defensa frente al avance romano.

Tras la derrota de la Liga Latina, Roma estableció distintos tipos de acuerdos con las ciudades vencidas. Algunas fueron anexionadas, otras destruidas, mientras que Tibur logró preservar su autonomía mediante un tratado de alianza equitativa, el foedus aequum. Este acuerdo permitía a la ciudad conservar su autonomía política e institucional, incluyendo gobierno propio y leyes. A cambio, se estableció una cooperación militar y política bilateral entre Roma y Tibur.

El foedus aequum contrastaba con el foedus iniquum, un tratado desigual mediante el cual Roma exigía lealtad militar sin ofrecer reciprocidad ni garantizar la autonomía de sus aliados. Aunque pudiera parecer inusual que Roma aceptara un tratado equitativo teniendo la capacidad de conquistar la ciudad, los historiadores coinciden en que este tipo de acuerdos podía representar ventajas estratégicas para la República. En primer lugar, evitaban conflictos prolongados y facilitaban alianzas estables. En segundo lugar, aseguraban el respaldo de aliados clave como Tibur, cuya ubicación estratégica y recursos naturales resultaban más valiosos en un marco de cooperación que bajo ocupación directa.

Además, la alianza con Tibur proyectaba un mensaje claro a otras ciudades: colaborar con Roma era una opción preferible a la confrontación directa. A lo largo de los siglos, Tibur prosperó bajo la esfera de influencia romana y se consolidó como un centro cultural relevante. Incluso fue elegida como lugar de descanso por emperadores que establecieron sus residencias de verano en la ciudad. A pesar de la evidente asimetría en la relación de poder, Tibur logró preservar su autonomía y asegurar un desarrollo sostenido.

La experiencia de Tibur ilustra que, incluso en relaciones asimétricas, los actores con menor poder relativo pueden mantener objetivos estratégicos mediante la cooperación. En lugar de recurrir a la resistencia directa, la ciudad apostó por ofrecer a Roma un activo de alto valor: estabilidad regional. Al comprometerse con una agenda de paz y colaboración, Tibur aseguró su desarrollo económico y mantuvo su identidad dentro del sistema romano.

Esta lógica encuentra un paralelo histórico en el caso del México post revolucionario desde el siglo pasado. En el contexto de una relación bilateral asimétrica con Estados Unidos, México optó por una estrategia de cooperación e integración comercial en lugar de la confrontación. A través de esta estrategia, el país logró consolidarse como un socio clave en la región y establecer su propia versión de un foedus aequum mediante un acuerdo comercial equitativo negociado hace más de tres décadas.

La relación bilateral entre los dos vecinos pasa hoy por un gran reto. A medida que las tensiones geopolíticas aumentan a nivel global, y el nacionalismo económico resurge, México enfrenta presiones en torno a la seguridad fronteriza y el comercio. La escena está servida para una negociación asimétrica. La cuestión, que el país enfrentará en los siguientes meses será si responder con una confrontación abierta o buscar un camino para alcanzar un acuerdo estratégico. 

La historia sugiere que, en relaciones asimétricas, responder con medidas de represalia rara vez constituye una estrategia efectiva. En el caso de la imposición de aranceles, la regla de oro para una economía abierta y de tamaño relativo menor, como la mexicana, consiste en evitar una escalada del conflicto. La adopción de aranceles recíprocos puede generar presiones inflacionarias y pérdidas económicas con resultados inciertos. México carece del peso económico suficiente para alterar de manera significativa la postura de su vecino en el contexto de una guerra comercial.

No obstante, ello no implica una ausencia de capacidad de negociación. En materia de seguridad, México, al igual que la antigua Tibur, posee un elemento estratégico único en su relación con Estados Unidos: su frontera compartida. La cooperación bilateral en temas como migración y combate al tráfico ilegal de estupefacientes constituye uno de los instrumentos de negociación más relevantes para la parte mexicana.

En el ámbito económico, no es posible determinar con certeza si los aranceles representan únicamente un mecanismo de negociación o si, por el contrario, se han convertido en un objetivo político en sí mismo. En un escenario adverso, donde prevalezca esta última interpretación, la alta integración de las cadenas de valor industriales genera una relación de interdependencia que puede servir como base sólida para acuerdos estables y de largo plazo. Por ejemplo, una exención arancelaria para el contenido regional en las exportaciones mexicanas podría derivar en un arreglo relativamente favorable para México, particularmente en un contexto de escalamiento arancelario a nivel global.

En este escenario, México debe definir con claridad sus objetivos estratégicos y establecer parámetros que orienten su política exterior en función de sus intereses fundamentales, siempre con disposición al diálogo constructivo. La cooperación con Estados Unidos debe enmarcarse como una estrategia para fortalecer los intereses compartidos de ambos países, respetando la autonomía de cada parte.

La presidenta Sheinbaum ha priorizado una estrategia de cooperación activa, particularmente en temas clave como seguridad y comercio, con el objetivo de reforzar la soberanía nacional mediante acuerdos mutuamente beneficiosos. Sin embargo, es necesario precisar qué implica mantener la soberanía en términos concretos. ¿Cuáles serían los términos del foedus aequum que México buscará establecer? Esta definición no dependerá exclusivamente de los Estados Unidos, sino de la visión que México tenga sobre su papel en un nuevo orden internacional.

Las decisiones que se adopten en los próximos meses tendrán un efecto determinante sobre la evolución de la relación bilateral y, en gran medida, definirán la trayectoria del país en las próximas décadas. El desafío que enfrenta México requiere una visión integral en el proceso de negociación, asegurando que los objetivos nacionales trasciendan los beneficios inmediatos de sectores consolidados.

En momentos críticos como este, resulta fundamental mantener una vigilancia atenta frente a la posibilidad de que ciertos intereses domésticos intenten capitalizar la coyuntura para promover agendas particulares, en detrimento de una visión nacional orientada al desarrollo inclusivo y sostenible a largo plazo.

La relación entre México y Estados Unidos ha demostrado su solidez a lo largo de décadas. Hoy, más que nunca, ambos países enfrentan desafíos comunes que requieren enfoques pragmáticos, transparentes y visionarios. México debe estar preparado para contribuir activamente a una nueva etapa de colaboración estratégica que fortalezca la región en su conjunto

Roberto Durán-Fernández Roberto Durán-Fernández Roberto Durán Fernández es profesor en la Escuela de Gobierno y Transformación Pública del Tecnológico de Monterrey. Es economista por el ITAM, cuenta con una maestría en economía por la London School of Economics y se doctoró por la Universidad de Oxford, especializándose en desarrollo regional. Ha sido consultor para el Regulador de Pensiones del Reino Unido, el Banco Interamericano de Desarrollo, la Corporación Andina de Fomento y la Organización Mundial de la Salud. En la iniciativa privada colaboró en la práctica del sector público de McKinsey & Co y la dirección de finanzas públicas e infraestructura de Evercore. En el sector público fue funcionario en la SHCP y en el Banco de México.