La tormenta perfecta
La recuperación económica es un tema central para todos los países en el mundo, los cuales en su gran mayoría han aprendido a convivir con diferenciados niveles de prevalencia del virus SARS-CoV-2.
En este proceso de aprendizaje, no obstante, las autoridades monetarias han tenido también que ajustar sus instrumentos de política para controlar incrementos inflacionarios que, de alguna u otra forma, eran esperados tras una dinámica de revitalización de la economía después de un prolongado confinamiento.
En México, como ha sucedido desde (al menos) el 1 de julio de 2018, existen dos visiones: la oficial y la real. La primera, existente solo en la narrativa del presidente y su administración, explica que la recuperación económica de nuestro país va viento en popa. Que los empleos se han recuperado y las condiciones de vida de los mexicanos son cercanas a las que tenían previo a la pandemia. Incluso, en su pasado informe de mitad de sexenio, presumió logros en materia económica que bien serían envidiados por sus “adversarios neoliberales”.
Por desgracia, la segunda visión no coincide. A reserva de que conozcamos la estimación oportuna del crecimiento del producto interno bruto del tercer trimestre de 2021, los últimos tres trimestres, i.e. la primera mitad de 2021 y el trimestre final de 2020, arrojan la señal de una franca desaceleración de la economía mexicana. Si, el crecimiento económico tan celebrado por el gobierno federal de 12.5% en el tercer trimestre de 2020, y que además fue menor al desplome del segundo trimestre de -16.9%, fue un efecto rebote y no un cambio de velocidad o de bujías en el motor económico nacional.
Distintos análisis, como el de México, ¿cómo vamos?, han señalado que la incipiente recuperación económica no ha recuperado el nivel del producto interno bruto a niveles pre-pandemia, y que la recuperación ha sido asimétrica al interior de los sectores económicos de nuestro país.
Además, la encuesta realizada por Banxico a expertos sobre su pronóstico de crecimiento económico arrojó una revisión a la baja para nuestro país. Fundamentalmente, esto obedece a la perspectiva generalizada de que el proceso inflacionario que experimentamos no es tan transitorio como se previó. De hecho, el subgobernador del Banco de México, Jonathan Heath, así lo reconoció.
Es en este complejo contexto que, se suman dos dificultades a la ecuación. Respecto a la primera, poco puede hacer nuestro país en el corto plazo. China está experimentando un desabasto energético de fuentes convencionales que proviene del deseo de su gobierno de posicionar la imagen del país, en los próximos juegos de invierno a celebrarse en febrero de 2022 Beijing, como la de un país que camina hacia la transición energética.
La temporalidad de tal decisión no podría haber sido peor, ya que, en estos momentos, la infraestructura comercial del “Taller del Mundo” está en moción para cumplir con todos los pedidos ya existentes para la época de ventas más importante a nivel mundial. Por ende, el “crunch energético”, como ha sido llamado, amenaza con profundizar las disrupciones en las cadenas de suministro global y derivar en escasez e incrementos en precios.
En cuanto a la segunda dificultad, nuestro país puede hacer mucho. En particular, el Poder Legislativo. La reforma constitucional a los artículos 25, 27 y 28 constitucionales presentada por el titular del Ejecutivo, como lo reconoció el subgobernador Heath, abona al horizonte de riesgos para la recuperación económica de nuestro país.
Es muy probable, dadas las condiciones globales y domésticas presentes, que la administración actual pase a la historia como una de las peores en materia de resultados económicos (entre otros). Si la iniciativa de decreto que fue presentada el 1 de octubre pasado es aprobada e implementada, significará el último clavo en el ataúd para la economía nacional; la tormenta perfecta.
Se antoja difícil que la oposición en su conjunto resista las amenazas y las tentaciones políticas. Espero equivocarme.