Finanzas Públicas versus Políticas Públicas
Mucho se ha dicho si las finanzas públicas las ha manejado de manera correcta el presidente López Obrador. Los mercados le dan el espaldarazo porque lo que les interesa es que el gobierno mexicano honre sus obligaciones financieras y, en general, solo miran el corto plazo. Y no les interesa el más largo plazo porque ante las más mínimas señales de que ello podría no suceder, liquidan sus posiciones y vuelan.
Y esta administración ha mantenido los agregados fiscales en situación aceptable para los mercados. Eso debe reconocerse. Sin embargo, el análisis de las finanzas públicas debe ir más allá que un análisis de agregados fiscales. De hecho, si incluimos los pasivos contingentes (provenientes de la estructura demográfica del país que deriva en la presión fiscal que imponen las pensiones), no existe sostenibilidad fiscal en México (Hernández, 2021), hecho que a los mercados parece no importarles (hasta que les importe, es decir, hasta que estalle la bomba). Los votos de confianza de los mercados son pasajeros aquí y en todo el mundo. No hay que quejarse de ello, es parte del estado de la naturaleza.
Así, lo que hay que examinar es lo que en otros escritos he llamado las tres estructuras de la política hacendaria: i) la estructura tributaria; ii) la estructura del gasto; y, iii) la estructura de la deuda pública. Las tres son parte de un mismo tablero y como tal deben ser consistentes y congruentes entre sí y en el tiempo.
El objetivo de la política hacendaria es múltiple y no puede reducirse a uno solo. Por un lado, como ya mencioné, debe respetarse el equilibrio financiero, como lo debe hacer cualquier agente económico. Pero por otro lado es la manifestación en última instancia de un proyecto viable de nación.
Se puede guardar el equilibrio financiero y, sin embargo, tener un desastre en casa. Hay familias que no gastan más de lo que ingresan, pero sus erogaciones no potencian su bienestar. Hay empresas que también cuentan los pesos y centavos, pero llegan a quebrar porque su planeación estratégica no fue la adecuada. Lo mismo sucede con los gobiernos.
Entonces, para el análisis de las finanzas públicas es necesario revisar primero el proyecto de nación, posteriormente se tiene que reparar en las tres estructuras de la política fiscal que mencioné líneas arriba. Pero, al final, tiene que analizarse si la planeación permitió alcanzar los objetivos planteados. Para esto último existe la economía pública.
Y es aquí donde existe una profunda confusión. Se puede contar con finanzas públicas sanas y a la vez no haber conseguido los objetivos que pretendía la delineación de las finanzas públicas, porque el diseño de la política pública fue defectuoso. Más aún, incluso se pudo haber diseñado la política pública de manera adecuada, y aún así tener pésimos resultados debido a problemas de implementación de la misma. Esto último generalmente implica una importante incompetencia de quien se encarga de ello.
Desde mi punto de vista, las finanzas públicas en este sexenio se manejaron aceptablemente, aunque es cierto que se “pateó el bote” para el futuro al no realizar una reforma fiscal. Lo preocupante es el diseño de política pública para conseguir los objetivos. La siguiente administración tendrá un gran reto para redefinirla si quiere alcanzar los objetivos. Por último, existe una incompetencia en la administración que a veces asusta, por supuesto con sus excepciones (principalmente en el área hacendaria, que es donde se salvan).
Con respecto a esto último, no “compro” mucho el argumento de la falta de experiencia, lo cual fue cierto al inicio del sexenio. Hay un dicho en los Estados Unidos que sostiene que la experiencia puede no ser vital pues “la gente inteligente, aprende rápido (smart people, learn fast)”. Infortunadamente, el presidente prefirió poner gente leal y no prestó atención en la preparación de los funcionarios ni en sus capacidades. Como si esos fueran elementos excluyentes. No lo son.