El mundo se dirige a la regionalización
Más que el fin de la globalización, la reconfiguración política y económica del mundo llevará a un fenómeno de regionalización de los mercados; será la fortaleza de los bloques más que de naciones individuales, prevén los expertos.
“Si por globalización estamos refiriéndonos a la integración de los mercados y a la cercanía de las economías, pues sí, tanto la pandemia como lo que ha traído la guerra entre Rusia y Ucrania y los cuatro años de Trumpismo […] han echado para atrás este intercambio”, admite Jorge Molina Larrondo, catedrático de economía y negocios internacionales del Tec de Monterrey (ITESM).
Sin embargo, el especialista asegura que aún se mantienen muchos incentivos para que las naciones quieran hacer negocios e intercambiar bienes, insumos y mercancías entre sí. En este sentido, Molina Larrondo no percibe a futuro un sistema económico internacional en el que la globalización se haya echado totalmente para atrás. Por el contrario, considera más factible una regionalización, “la generación de acuerdos multilaterales entre muchos países”.
Ya varios economistas y académicos han sacado conclusiones similares. El Wilson Center apunta que en la mayor parte del mundo, particularmente naciones en Asia y el Pacífico, aunque sí había una urgencia para reducir la dependencia en China de las cadenas de suministro, Japón, Australia y otras naciones no necesariamente estaban incentivando a que las empresas regresaran dentro de sus fronteras, sino que diversificaran sus opciones productivas al resto del Sudeste Asiático.
Por su lado, el Banco de Desarrollo de América Latina (CAF) argumentaba (previo a la pandemia) que, más que un proceso de desglobalización, se estaba viendo una mayor interdependencia entre economías, mayor conectividad tecnológica y una creciente estandarización en normas y reglas logísticas, fitosanitarias, de seguridad y de calidad, impulsadas principalmente por acuerdos comerciales multilaterales. Acuerdos que son, principalmente, de naturaleza regional.
Incluso cuando el CEO de BlackRock, Larry Fink, sugirió que la guerra entre Ucrania y Rusia había provocado el fin de la globalización, varios expertos (entre ellos el inversionista y gestor de fondos Kyle Bass) criticaron que, más que provocar la salida de capitales de activos extranjeros, tendría que empezar a considerarse un enfoque mucho más cerrado para evitar que los flujos cayeran en países con regímenes políticos que no correspondieran a las prioridades de los dueños del dinero.
La tendencia a la regionalización parece responder a un factor muy preciso, que preceden a la guerra en Ucrania, la pandemia y hasta la política de guerra comercial con China que inició el ex-presidente Donald Trump: Una reticencia constante de los gobiernos en todo el mundo a mantener abiertas sus relaciones comerciales, ya sea por presiones internas impulsadas por sus ciudadanos o simplemente por miedo al impacto de potenciales represalias económicas a futuro.
De inicio, la globalización ha sido siempre un concepto controversial. Desde inicios del milenio, el Fondo Monetario Internacional (IMF) abordaba temores que la globalización pudiera ser la raíz de inequidad económica entre países, de pobreza y de abusos a la clase trabajadora. Muchos de estos miedos, de acuerdo con un estudio del Pew Research Center en Estados Unidos y Reino Unido, no han desaparecido en los últimos 20 años.
Más allá de la reticencia social, también parece haber una creciente reticencia de los países a seguir apostándole a la globalización. Según cifras de Our World in Data, desde 2008, el aumento internacional en el valor de las exportaciones internacionales respecto al nivel registrado en 1913 parece haberse estancado, lo que sugiere que está alcanzándose una especie de tope en el valor de los intercambios de productos y mercancías.
Lo anterior podría responder a que cada vez más naciones están dándose cuenta de realmente qué tan frágiles son los acuerdos y reglas generales que se han establecido para la economía globalizada. De acuerdo con The Economist, la globalización ha fomentado que democracias y autocracias tengan relaciones comerciales más cercanas que nunca. Y aunque la idea básica de las relaciones comerciales entre países es que dificulten la aparición de conflictos entre las partes, eventos como la invasión rusa de Ucrania han demostrado que ese principio no es infalible.
La misma respuesta al conflicto bélico que inició Moscú sirve para alimentar temores respecto a la globalización. En una entrevista con Marketplace, Adam Posen, presidente del Peterson Institute de Economía Internacional (PIIE) señala que “tienes un montón de países, incluido China, viendo lo que Estados Unidos y sus aliados están haciéndole a la economía rusa, básicamente diciendo que todos sus activos no valen nada, que no les van a comprar nada y les van a cortar el paso a organizaciones internacionales, redes financieras y hasta tecnología. Eso es aterrador”.
Y el especialista agrega que, “aún si el resto del mundo considera que está justificado en este caso, no podrán evitar pensar qué pasará cuando Trump o Biden digan: ‘¿Sabes qué? No me agradas ni tú ni tu régimen, voy a ir tras de ti’”.
Estas conclusiones podrían llevar a una reacción exagerada en pro del proteccionismo incluso en países que no son autocráticos. Reacción que podría verse multiplicada por la “falta de liderazgo de los Estados Unidos, que ha dejado un vacío en el sistema de comercio internacional”, de acuerdo a un artículo publicado por el mismo PIIE en los primeros meses de la pandemia.
Y aunque esta reticencia podría sugerir una ruptura total de la globalización, de hecho también abona a la creación de una economía global centrada en la regionalización. Las extraordinarias sanciones económicas a Rusia no son nuevas, ni han aplicadas homogéneamente por todas las naciones del mundo. Este hecho refuerza la idea que el orden global que se impondrá en los próximos años será dominado por bloques económicos, no por naciones independientes.
¿Hay beneficios en la regionalización?
En general, todos los especialistas concuerdan que el desmoronamiento de la globalización tendrá un costo alto, aún si el resultado final no es que las naciones busquen total autosuficiencia.
En una columna del Wall Street Journal (WSJ), Ira Kalish, economista en jefe de Deloitte Global, advierte que solo una desaceleración de la globalización podría llevar a “mayores costos de producción, y por lo tanto mayores precios para los consumidores finales, afectando a la baja su poder de compra real”; mientras que Adam Posen, en un artículo en Foreign Affairs advierte que incluso una regionalización, donde “la economía global se divida en bloques […] y cada uno trate de aislarse y reducir la influencia que tienen los demás”, podría llevar a un menor crecimiento e innovación.
También las empresas internacionales tendrían que cambiar radicalmente su forma de trabajar. El Harvard Business Review (HBR) defiende que estas corporaciones solo sobrevivirán si se convierten en “redes de compañías independientes, ligeramente afiliadas y localmente gestionadas” que se aprovechen del intercambio de información con otros miembros del grupo a escala global pero manejen todo lo demás a través de equipos regionales.
Además, muchos de estos cambios afectarían con mayor fuerza a los países de menores recursos. El Premio Nobel de Economía Paul Krugman, escribió en su columna quincenal que “las economías ricas y avanzadas acabarán siendo solo un poco más pobres de lo que habrían sido [si la globalización hubiera continuado su curso]. Sin embargo, me preocupan las consecuencias para los países que han conseguido avances en las últimas décadas, pero que serían desesperadamente pobres sin acceso a los mercados mundiales”.
Otros son más optimistas. Aunque se reconocen los impactos negativos de moverse lejos de la globalización, a como Bloomberg defienden que la regionalización es una “alternativa más barata que luchar por una autarquía completa”, mientras que países como México podrían beneficiarse “enormemente si logran posicionarse como un lugar seguro para el outsourcing”.
La misma opinión comparte el subgobernador del Banco de México, Gerardo Esquivel. “México se encuentra en una posición geográfica particularmente ventajosa para beneficiarse de las tendencias que empezaremos a observar”, beneficiándose enormemente “del proceso de relocalización de diversas industrias (reshoring y nearshoring) que seguramente ocurrirá en los años venideros”, dice.
Lo que es necesario, de acuerdo a Esquivel, sería que México invierta en infraestructura de comunicaciones y transporte, combata la inseguridad, luche contra la corrupción y transmita a agentes externos el “respeto y compromiso con los acuerdos comerciales internacionales”.
Pero Jorge Molina Larrondo asegura que también es necesario que, tanto en México como en cualquier otra parte del mundo donde la regionalización motive la formación de nuevos bloques económicos, haya una visión muy clara de liderazgo comercial.
“Los gobiernos deben creer en el valor de los mercados. No puedes generar un bloque que funcione que esté supeditado solo a lo que quiera un gobierno u otro, o donde los miembros pongan a sus gobiernos por encima del mercado […]. Y también se requiere un liderazgo fuerte […], un líder que crea en el proyecto, que no lo use solo como eslogan publicitario, o que en un momento dado ponga en duda lo atractivo de la iniciativa“, concluye.