Billie Eilish y el Nuevo Pacto Financiero Global: apuntes de la Cumbre de París
Recientemente, París fue testigo de una cumbre histórica que buscaba abordar desafíos monumentales para reformar el sistema financiero global. En este contexto, la Cumbre para un Nuevo Pacto Financiero Global reunió a líderes mundiales, representantes de instituciones financieras y figuras de la sociedad civil y el sector privado, con el objetivo de sentar las bases para un sistema financiero internacional más equitativo y sostenible. Pero, ¿qué significa esto para América Latina?
¿Qué hacían Billie Eilish y el presidente del Banco Mundial en París? El 22 de junio, en la capital francesa, Billie Eilish, la popular cantante, fue la estrella en "Power Our Planet: Live in Paris", un concierto masivo organizado por Global Citizen, una organización de la sociedad civil que busca acabar con la pobreza extrema. El concierto no habría sido noticia de no ser porque el flamante nuevo presidente del Banco Mundial, Ajay Banga, acompañado de la primera ministra de Barbados, Mia Mottley, anunció al final del concierto un programa de apoyo para el pago de la deuda de países afectados por desastres naturales. Así fue como Billie Eilish saltó de la sección de espectáculos a la de finanzas.
Un evento que recuerda a los conciertos de “Live 8” organizados por Bob Geldof en 2005 o incluso al “We Are the World” de Michael Jackson y Lionel Richie de 1985. La diferencia es que el concierto de París de hace dos semanas no era el evento principal. Los reflectores se encontraban lejos del Champs de Mars, el lugar del concierto, y se enfocaban en los jefes de estado y de gobierno, representantes de instituciones financieras, del sector privado y de la sociedad civil, reunidos en el Palais Brongniart, para discutir cómo reformar el sistema financiero global. La ocasión fue la Cumbre por un Nuevo Pacto Financiero Global convocada por el presidente Macron de Francia.
Esta cumbre es una respuesta a la triple crisis -geopolítica, sanitaria y ambiental- que hemos vivido en los últimos años, la cual ha puesto en jaque objetivos críticos de desarrollo a nivel global. La idea surgió hace poco menos de un año, a fines de julio de 2022, cuando la primera ministra de Barbados, Mia Mottley, convocó a líderes globales, funcionarios de organismos internacionales, fundaciones y académicos en un resort en Bridgetown, la capital de la joven república. La ambiciosa misión de Mottley era comenzar a pensar cómo reformar la arquitectura financiera global en un mundo post-COVID.
La Iniciativa de Bridgetown hacía un llamado al Fondo Monetario Internacional para brindar financiamiento de emergencia a los países que enfrentaban una crisis de deuda pública, a los bancos multilaterales de desarrollo para incrementar el financiamiento para el desarrollo sostenible, y al sector privado para aportar recursos en la lucha contra la crisis climática. La ambiciosa iniciativa no cayó en oídos sordos. Unos meses más tarde, en noviembre de 2022, durante la Conferencia sobre Cambio Climático de las Naciones Unidas en Sharm el-Sheij, Egipto, Mia Mottley y Emmanuel Macron acordaron elevar el llamado de Bridgetown a otro nivel, al convocar para 2023 una cumbre global por un Nuevo Pacto Financiero Global.
La Cumbre para un Nuevo Pacto Financiero Global tiene como objetivo principal sentar las bases para un nuevo sistema internacional que responda a los desafíos compartidos de luchar contra la desigualdad, el cambio climático y la protección de la biodiversidad. Busca establecer principios para futuras reformas que permitan un equilibrio en las asociaciones financieras entre el Norte y el Sur global, facilitar el acceso a financiamiento para el desarrollo sostenible, proteger la naturaleza, reducir emisiones y ayudar a las poblaciones a enfrentar el cambio climático. Además, tiene la nada fácil tarea de fortalecer la credibilidad del sistema internacional mediante un pacto que proporcione un campo de juego nivelado, comparta la carga del cambio climático y promueva la prosperidad y seguridad en todos los países.
Desde una perspectiva muy cínica, podemos reducir la cumbre a un esfuerzo desesperado de Occidente por salvar su hegemonía financiera y económica en un mundo multipolar que, en el peor de los casos, se encamina hacia la fragmentación. Lejos quedan los años dorados de Bretton Woods, el sistema financiero internacional que surgió tras la Segunda Guerra Mundial. Hoy en día, por ejemplo, China se perfila como uno de los principales acreedores del Sur Global, capaz, en un extremo, de imponer reestructuraciones de deuda sin la mediación del Fondo Monetario Internacional. La misma China, con su ambicioso programa de infraestructura de una nueva Ruta de la Seda, hace palidecer a los programas de asistencia del Banco Mundial.
Apenas hace un año, empezábamos a entender las consecuencias económicas de la pandemia. La crisis económica de 2020 había pasado, pero empezaban a sentirse sus efectos secundarios en forma de alta inflación y mayores tasas de interés. Muchos países empezaban a sentir los estragos de los altos niveles de endeudamiento que dejó la pandemia, los cuales, ahora al enfrentar mayores tasas de interés, amenazaban la estabilidad de las finanzas públicas. Y en medio de este caos, las demandas sociales crecían.
Por primera vez ha quedado claro para muchos que el desarrollo no es un proceso irreversible. Hemos visto cómo el mundo retrocede en indicadores de salud, educación y pobreza. Los Objetivos de Desarrollo Sostenible de las Naciones Unidas, resultado de un gran consenso global sobre cómo debería verse el mundo en 2030, es muy probable que no logremos cumplirlos. ¿Y qué decir del gran reto de nuestro tiempo, el cambio climático? Las crisis sobre crisis que nos dejó la pandemia, en el mejor de los casos, relegaron a un segundo plano la agenda ambiental.
Es una realidad que las instituciones financieras internacionales de la posguerra han quedado superadas ante los múltiples retos que enfrentamos. En este sentido, la Cumbre bien puede interpretarse como un primer paso hacia una verdadera reforma del sistema financiero global que ponga en el centro el bienestar general, la inversión en bienes públicos globales y un verdadero desarrollo sostenible y compartido.
¿Qué hay de América Latina en este panorama? Los presidentes Lula da Silva de Brasil y Petro de Colombia fueron los únicos jefes de estado de América Latina en asistir a la cumbre. Lamentablemente, para nuestros países, estas discusiones globales parecen estar muy alejadas de nuestra realidad.
No somos lo suficientemente ricos para posicionarnos como motores del financiamiento del desarrollo global y apoyar a las naciones más pobres. No obstante, nuestras economías son relativamente más sólidas que las de los países más frágiles, por lo que tampoco somos beneficiarios potenciales de programas y financiamientos más favorables. Aun así, nuestro papel puede ser determinante. Por ejemplo, una política ambiental para el financiamiento sostenible en el Amazonas por parte de las naciones sudamericanas, puede tener mucho más impacto a nivel global que cualquier otra iniciativa que surja eventualmente de la Cumbre. En el caso de México, el financiamiento de una matriz de energías limpias podría impactar de manera fundamental la estructura de las cadenas globales de valor.
La creación de un sistema financiero global más equitativo y sostenible es una tarea titánica que requiere la colaboración y compromiso de todos los actores involucrados, desde las naciones más grandes hasta las más pequeñas. América Latina, con su rica diversidad y sus recursos, tiene un potencial sin explotar para ser un catalizador de cambio y un defensor de políticas más sostenibles y justas a nivel mundial.
Al seguir el ejemplo de líderes visionarios como Mia Mottley y al forjar alianzas sólidas, los países de América Latina podemos ayudar a dar forma a un futuro en el que la prosperidad, la sostenibilidad y la equidad no sean solo ideales, sino realidades alcanzables para todos.
Este es el momento de mirar más allá de las fronteras y de reconocer que, en un mundo cada vez más interconectado, nuestros destinos están entrelazados y nuestro papel como agentes de cambio es más importante que nunca.