Poder sobre lucro: El lugar de México en la Norteamérica de Trump

El presidente Trump está respondiendo a objetivos estratégicos mucho más amplios que la maximización de ganancias para moldear su segunda presidencia; y en el centro de esos objetivos está la geopolítica.
20 Enero, 2025
El tablero de la geopolítica (Imagen: Pexels)
El tablero de la geopolítica (Imagen: Pexels)

¿Alguna vez jugó Risk? Es un juego de estrategia militar de mesa en el que los jugadores intentan conquistar territorios en un mapa del mundo dividido en regiones. El objetivo principal es dominar el mapa entero o cumplir un objetivo secreto, dependiendo de las reglas establecidas al inicio. Algo muy curioso al jugar Risk es que a menudo surgen situaciones "casi inevitables".

Por ejemplo, los jugadores en América del Norte suelen intervenir en América del Sur para consolidar su dominio regional. Los jugadores que conquistan Europa necesitan alianzas temporales para evitar ataques múltiples, y Asia, con sus múltiples fronteras, termina convirtiéndose en un desafío para controlarlo sin ser atacado desde diversos frentes.

Lo más curioso son los paralelos de estas situaciones con hechos históricos y políticas reales implementadas por estas regiones. La Doctrina Monroe, que busca el dominio de Norteamérica sobre todo el hemisferio; las múltiples alianzas históricas en Europa; y la inestabilidad histórica en Asia, donde grandes potencias como Rusia y China enfrentan presiones de múltiples actores, incluyendo conflictos fronterizos, comercio global y alianzas regionales se replican como calca en el juego.

La geopolítica es un término muy ajeno a la narrativa mexicana. En el mejor de los casos, la geopolítica en México es sinónimo de charlatanería, y en el peor, una puerta directa a la teoría de la conspiración. Sin embargo, la geopolítica es un área de estudio seria que analiza cómo la geografía moldea las dinámicas de poder, las relaciones internacionales y las prioridades estratégicas de las naciones.

La geopolítica ofrece una explicación de por qué Estados Unidos surgió como el país dominante en el continente americano y cómo su posición geográfica le permitió consolidar un liderazgo global a través del control de los mares. También explica por qué China ha invertido en los últimos años cifras millonarias en infraestructura de transporte y energía para conectar Asia y Europa, o por qué, de pronto, el océano Ártico se convierte en una frontera por cuyo control luchan las grandes potencias.

Al igual que en el juego de Risk, hay reglas del tablero que no se pueden ignorar. Una de las más importantes es la geografía. Si un país está rodeado de enemigos, como Asia en Risk, o tiene fronteras clave que defender, como Europa, siempre enfrentará mayores retos para controlar su territorio. Esto refleja lo que las teorías geopolíticas han señalado desde hace más de un siglo, como las ideas del geógrafo británico Halford Mackinder, de la Universidad de Oxford, y de Nicholas Spykman, académico norteamericano de la Universidad de Yale durante la Guerra Fría.

La ubicación de los países, su clima y sus recursos son como las casillas estratégicas del tablero de Risk: determinan qué tan probable es que un país prospere, con quién se alíe o contra quién tenga que luchar. La geopolítica, en ese sentido, no solo define las prioridades de los países, sino también las relaciones internacionales y, en última instancia, su economía.

Mucho se ha escrito en los últimos meses, tras el arrollador triunfo del presidente Trump, sobre cómo algo salió terriblemente mal con respecto a las expectativas que teníamos sobre cómo esperábamos que sería hoy en día el mundo. Hace 35 años, tras el colapso de la Unión Soviética, pensábamos que el mundo caminaría inexorablemente hacia el triunfo global del libre mercado y la democracia liberal.

Sin embargo, en algo nos equivocamos. Trump habla de la belleza de los aranceles, la soberanía económica de los Estados Unidos y la necesidad de contener a una China que se alza como la segunda potencia económica del mundo. El libre comercio y la globalización han perdido importancia, dando paso a un nuevo nacionalismo. El famoso nearshoring, del que no paramos de hablar en México, no es otra cosa que un efecto secundario de ese rechazo a los principios más básicos del libre comercio.

Acostumbrados como estamos a ver todo con los lentes de la economía y la importancia del lucro empresarial, la perspectiva sobre el libre comercio parece carecer de lógica. Ante el anuncio reiterado del presidente Trump de imponer aranceles generalizados, incluso a sus socios norteamericanos más cercanos, Canadá y México, y las amenazas de cerrar la frontera, no hacemos más que decirnos que eso no tiene sentido. 

Nos reconfortamos pensando que la racionalidad económica se impondrá, relegando los anuncios de Trump como simples ocurrencias. Sin embargo, este análisis pasa por alto una realidad fundamental: la geografía actúa como una restricción dura que los líderes no pueden ignorar. Las fronteras y su control son prioridades estratégicas que trascienden la economía, y las decisiones que parecen irracionales desde una perspectiva comercial pueden tener mucho sentido cuando se entienden en términos de poder y seguridad geopolítica.

Creo que el presidente Trump está respondiendo a objetivos estratégicos mucho más amplios que la maximización de ganancias para moldear su segunda presidencia. Y en el centro de esos objetivos está la geopolítica. Me explico.

Los Estados Unidos son, por mucho, la potencia hegemónica a nivel global. Su poder militar y el control de las finanzas internacionales le permiten dictar las reglas de la economía mundial. La globalización, como la conocemos es “Made in America”. Estados Unidos y sus aliados se han beneficiado de este juego, en el que han puesto las reglas desde el fin de la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, hoy en día uno de los jugadores lo ha hecho tan bien que amenaza la hegemonía de los Estados Unidos: China.

Este es un riesgo que los norteamericanos no están dispuestos a correr. Ellos saben bien que quien dicta las reglas del juego puede usarlas en su favor, excluyendo a quienes se niegan a cumplirlas. Si no, pregúntele a Cuba, Irán, Rusia y otros países que han sido sujetos de sanciones comerciales, financieras y bloqueos desde el fin de la Segunda Guerra Mundial. La prioridad de los Estados Unidos es contener el ascenso de China y evitar que esta amenace su liderazgo global. Mantener una posición dominante en Norteamérica es la primera pieza de este rompecabezas.

¿Qué implica esto para nosotros? Para México, esto significa afirmar el control de la frontera y detener la migración ilegal y el tráfico de drogas sobre la zona de influencia más cercana de los Estados Unidos. Para Canadá, implica el control del Ártico en un mundo cada vez más cálido que abre nuevas rutas entre China y Europa. Para toda Norteamérica, el objetivo es cortar de raíz el involucramiento de China en las cadenas de valor.

Los aranceles, las amenazas de intervención e incluso el mal chiste de anexar Canadá tienen un trasfondo inquietante: hay objetivos geopolíticos que buscan, ante todo, reafirmar el dominio estadounidense sobre Norteamérica y, a partir de ahí, emprender la pelea contra el ascenso de China. Es un cambio de prioridades que refleja una transición del poder económico al geopolítico. Durante décadas, las decisiones globales se guiaron por la lógica de maximizar ganancias económicas, pero hoy Estados Unidos muestra que preservar su liderazgo global es más importante que cualquier pérdida económica a corto plazo. Reafirmar su poder para seguir dictando las reglas. Poder sobre lucro.

Hay malas y no tan malas noticias. La mala es que la racionalidad económica no terminará imponiéndose a los objetivos de MAGA. Cada palabra, cada amenaza, debe tomarse con seriedad. Estados Unidos busca nada menos que reafirmar su poder, y lo hará a cualquier costo, aun si eso implica "incendiar la pradera". Después, habrá tiempo para arreglar las cosas.

La no tan mala noticia es que si México (y Canadá) logran resolver sus diferencias con Estados Unidos, acomodarse a sus objetivos estratégicos defendiendo intereses propios, y contribuir a construir una Norteamérica liderada por Estados Unidos, pero ajena a la intervención de China, la región podría avanzar. En este contexto, el acuerdo T-MEC se convierte en una herramienta clave para fortalecer las cadenas de valor regionales y excluir a China de la ecuación económica norteamericana. 

Para México, esto significa trabajar en la seguridad fronteriza, combatir el tráfico de drogas y reducir la dependencia de importaciones chinas, mientras que Canadá deberá enfocar sus esfuerzos en controlar las rutas del Ártico, una nueva frontera estratégica. Estas dinámicas reflejan cómo los objetivos geopolíticos de Estados Unidos están rediseñando las relaciones con sus socios norteamericanos, exigiendo mayor alineación con su estrategia global.

Las demandas con las que Estados Unidos presionará a México a cumplir son muy claras: detener el tráfico de drogas sintéticas, frenar la migración ilegal y eliminar a China de su cadena de valor. Parecen retos sumamente complicados, pero representan condiciones necesarias para avanzar en la agenda económica conjunta. Si México cumple con estas exigencias, podrá desbloquear oportunidades como el fortalecimiento de las cadenas de suministro regionales a través del nearshoring, atrayendo inversiones que buscan reubicarse desde Asia y consolidándose como un socio estratégico en Norteamérica. Sin embargo, si estas demandas no se priorizan, cualquier intento de impulsar la agenda económica quedará inevitablemente relegado, ya que la seguridad y el control fronterizo son prioridades geopolíticas fundamentales para Estados Unidos.

Este enfoque de Estados Unidos también deja claro que el país ya no está interesado en construir naciones o fomentar la democracia como lo estuvo en el pasado. Temas cruciales para México, como la reforma judicial, apenas figuran en el radar estadounidense a menos que impacten directamente en sus intereses estratégicos. Mientras el control fronterizo y el combate al narcotráfico están en el centro de su atención, la calidad de las instituciones democráticas o las reformas internas de México son vistas como asuntos secundarios. 

Peso a todo y en perspectiva, podríamos estar en una posición más favorable que la de nuestro otro socio norteamericano. A Canadá, después de los chistes sobre su anexión, probablemente le espere una conversación sumamente difícil sobre el control de las aguas territoriales árticas y su soberanía. Este tema no solo está ligado al acceso a rutas marítimas estratégicas, sino también a la exclusión de actores externos como China y Rusia, lo que complica aún más su relación con Estados Unidos. Comparativamente, los retos de México, aunque complejos, están más claramente definidos, y su cumplimiento ofrece un camino directo para avanzar en la agenda económica regional.

En pleno siglo XXI, nadie habría pensado que nos enfrentaríamos nuevamente y tan dramáticamente al garrote estadounidense, pero, al igual que en el juego de Risk, la geografía moldea la realidad, y hay situaciones "casi inevitables". Si trajéramos del pasado a Juárez, Díaz o Madero, quienes enfrentaron ese garrote en el siglo XIX, reconocerían de inmediato la seriedad de las amenazas. 

Sin embargo, las realidades hoy son diferentes. Estados Unidos no puede sostener su hegemonía únicamente con amenazas y sanciones; necesita una Norteamérica fuerte y cohesionada que sea capaz de competir en un mundo fragmentado. Para México, esta es una oportunidad de transformar el garrote en una alianza estratégica. La pregunta es si tendremos la visión y la voluntad para priorizar lo esencial, construir una región integrada y demostrar que, con menos garrote y más zanahoria, se puede conquistar algo más valioso que territorios: el futuro.

Si este análisis despertó su interés sobre cómo las dinámicas geopolíticas están redefiniendo la relación entre México, Canadá y Estados Unidos en el contexto de una Norteamérica liderada por Trump, le invito a profundizar en el tema consultando el artículo: North America’s Geopolitical and Economic Playbook Under Trump’s Second Term publicado por el Baker Institute for Public Policy.

Roberto Durán-Fernández Roberto Durán-Fernández Roberto Durán Fernández es profesor en la Escuela de Gobierno y Transformación Pública del Tecnológico de Monterrey. Es economista por el ITAM, cuenta con una maestría en economía por la London School of Economics y se doctoró por la Universidad de Oxford, especializándose en desarrollo regional. Ha sido consultor para el Regulador de Pensiones del Reino Unido, el Banco Interamericano de Desarrollo, la Corporación Andina de Fomento y la Organización Mundial de la Salud. En la iniciativa privada colaboró en la práctica del sector público de McKinsey & Co y la dirección de finanzas públicas e infraestructura de Evercore. En el sector público fue funcionario en la SHCP y en el Banco de México.