Un Nobel a los bancos y rescates financieros
Estrictamente no fue un Nobel a los rescates financieros, pero sí a la teoría detrás de los mismos, y destaca el laureado que es el gran teórico y práctico: Ben Bernanke, quien como Presidente (Chairman) de la Reserva Federal de los Estados Unidos (el banco central) fue fundamental en inyectar una liquidez masiva en una economía estadounidense que se colapsaba tras la quiebra de Lehman Brothers en septiembre de 2008, y que desataría lo que hoy se conoce como la Crisis Financiera Global.
Una banca sin regulación
Bancos y obviamente banqueros ha habido por siglos, quizá pueda argumentarse que por milenios. Pero la banca actual tiene menos de un siglo de existencia. Una de las enormes diferencias estriba en la relación con el gobierno.
En los bancos ingleses de la primera mitad del siglo XIX, por ejemplo, los dueños eran responsables en su totalidad de las pérdidas que pudiera tener la institución. No respondían solo con el valor de sus acciones, como sería en la actualidad, sino con todos sus activos, incluyendo propiedades. Por eso se buscaban accionistas con muchos recursos, y los banqueros eran extraordinariamente cuidadosos en sus préstamos, porque estaban arriesgando la totalidad de su patrimonio. ¿El gobierno? Prácticamente no existía ni como regulador ni como supervisor de los bancos, porque no eran su responsabilidad.
El modelo funcionaba, pero esos bancos prestaban relativamente poco a pocos, pues eran (obviamente) excesivamente prudentes. La necesidad de recursos, y alguna quiebra bancaria espectacular, llevó al fin de ese modelo de “responsabilidad ilimitada”. Lo que cambió dramáticamente el panorama fue la Gran Depresión, y la oleada de quiebras bancarias que trajo a inicios de la década de 1930, periodo que Bernanke habría de estudiar en su tesis doctoral casi medio siglo más tarde.
La banca que conocemos
Puede decirse que la banca moderna nació en 1933, en que se creó el seguro de depósito por parte del gobierno (garantizando que una quiebra no traería pérdidas a los ahorradores, por lo menos hasta cierto monto). Pero si el gobierno le entraba como garante, con dinero de los contribuyentes, también lo hizo (lógicamente) como vigilante, para precisamente evitar que tuviese que poner dinero.
Aparte se ordenó la separación de la banca comercial (ahorradores recibiendo un interés por sus depósitos, dinero canalizado a préstamos razonablemente seguros como créditos a bienes duraderos e hipotecas) y la banca de inversión (grandes ahorradores buscando mayores rendimientos y aceptando mayores riesgos). Puede decirse que se separó a la banca aburrida de la aventurera.
Ese modelo funcionó también. Y esa fue de las contribuciones teóricas fundamentales de los otros ganadores del Nobel de Economía: si existe una garantía por parte del gobierno a los depósitos bancarios, entonces se evitan los pánicos y las corridas bancarias, que muchas veces hundirán a una institución por bien manejada que esté.
Esta quiebra ocurre por una razón sencilla: mucho del dinero de los ahorradores no está en gigantescas bóvedas en los sótanos del banco, sino prestado a largo plazo (incluso por décadas, como en el caso de las hipotecas). Por esas ideas formalizadas en forma sólida desde una perspectiva teórica ganaron también el Nobel Douglas W. Diamond (Universidad de Chicago) y Philip H. Dybvig (Universidad de Washington en St. Louis, Missouri).
La oleada desreguladora
Pero a partir de la década de 1970 llegó una moda a la política económica: la desregulación. Había que quitar obstáculos a las empresas, dejar que compitieran sin tanta intervención o regulación. Una gran idea que funcionó en forma extraordinaria, y sigue funcionando, en sectores como el transporte (taxis, autobuses, aerolíneas), telecomunicaciones o la energía. Industrias extraordinariamente reguladas y anquilosadas se dinamizaron en forma extraordinaria, una tendencia que continúa.
El problema es que el entusiasmo de muchos economistas con respecto a desregular, incluyendo al antecesor inmediato de Bernanke, Alan Greenspan, los llevó a hacerlo también con los bancos, esto es, un negocio en que los directivos manejaban dinero ajeno, y muchas decisiones podían tomar años en tener consecuencias negativas, pero los bonos por desempeño se ganaban cada año. Muchos incentivos para arriesgarse, al cabo que había garantía del gobierno. En otras palabras, “las ganancias son privadas, las pérdidas las repartimos entre todos”.
La desregulación que en mucho encabezó Greenspan en Estados Unidos explica la locura crediticia que inició en la década de 1990 pero que realmente estalló en la primera década de este siglo, combinada con bajísimas tasas de interés gracias a una muy reducida inflación, también obra (esta muy positiva) de Greenspan. La reputación de este último quedó tan dañada a partir de 2008 como el sistema financiero global, que en buena parte hubo que rescatar a un costo astronómico. Un costo que demostró que es importante regular a los bancos y, en todo caso, rescatarlos para evitar en el futuro una crisis similar.
No deja de ser irónico que el trabajo de Bernanke al frente de la Reserva Federal no está siendo premiado, pero sin duda fue el mayor servicio que pudo prestar a la economía global. Es además el primer gobernador de un banco central que obtiene el premio, si bien varios años después de dejar el cargo.
Premio que no llega a tiempo
El llamado Nobel de Economía (que realmente no lo es, no fue establecido por Alfredo Nobel, sino por el Banco de Suecia para festejar si tricentenario en 1968) tiene el problema que muchas veces reconoce avances en la ciencia económica con un espectacular retraso temporal (las ideas premiadas de los laureados 2022 tienen incluso cerca de 40 años).
La Crisis Financiera Global de 2008-09 fue resultado de una masiva desregulación combinada con una macroeconomía estable que provocó un extraordinario optimismo (equivocado). Predecir que eso terminaría mal quizá hubiera hecho a otro economista ganador del Nobel, este un académico, como Dybvig, también en la Universidad de Washington en St. Louis: Hyman Minsky. Pero Minsky fue tan adelantado a su tiempo con sus ideas que falleció en 1996, a los 77 años de edad.