Hay señales alentadoras de que el aumento en los precios de los alimentos se moderará dando un respiro a los consumidores severamente golpeados por la inflación.
Esto, sin embargo, no ocurrirá necesariamente en un plazo breve, ni derivado de las políticas gubernamentales. Factores externos seguirán dando un curso incierto a los precios de los alimentos, aunque con una mejor perspectiva de largo plazo.
El índice de precios de la FAO, un termómetro internacional sobre el costo de los alimentos ha tenido su tercer mes consecutivo a la baja, iniciando en abril de este año. El índice ha caído 3.4% desde su máximo valor alcanzado en marzo, pero aún se encuentra 13.7% por arriba del nivel que tenía antes de la invasión de Rusia a Ucrania.
Los precios que más han descendido corresponden a los aceites vegetales y cereales, que en el caso de México absorben cerca del 13% del gasto de los hogares urbanos en la canasta mínima alimentaria. Sin embargo, otros productos, como la carne y los lácteos, continúan aumentando y representan casi el doble del gasto de la canasta mencionada respecto al gasto en aceites y cereales. En balance, aún hay un leve impulso a los precios para el tipo de canasta que consumen en México los más pobres, pero se avizora una desaceleración y una eventual reducción de los precios relativos de los alimentos en el futuro.
Mientras esto ocurre en el panorama internacional, tras dos meses del lanzamiento del Paquete Contra la Inflación y la Carestía (PACIC), el aumento de los precios en el país se ha acelerado. La inflación, medida por el Índice Nacional de Precios al Consumidor, ha pasado de 7.65% en mayo a 7.99% en junio. Dentro de ella, la de alimentos es particularmente alta y creciente, habiendo subido de 11.27% a 11.84% en el mismo lapso.
La inflación suele ser más perniciosa con aquellos que menos posibilidades tienen de proteger sus ingresos, los más pobres, pero lo es más cuando ella incluye un aumento en el precio relativo de los alimentos. La inflación general de las personas pobres urbanas es 8% mayor que el promedio nacional, por lo que una futura desaceleración y eventual reducción del precio local de los principales alimentos es una buena noticia.
Un problema con esta posible reducción es que depende de factores fuera del control de las autoridades. Los precios de los alimentos pueden seguir al alza por meses por un aumento en su demanda debida al crecimiento que subsiste, pese a los temores de una recesión mundial; por posible mal clima en grandes países productores o el recrudecimiento de la guerra en Ucrania; por cuellos de botella en el transporte internacional de mercancías; o por cierres de cadenas de suministros debidas a repuntes en el COVID-19.
Así como el PACIC no ha tenido mella en la inflación alimentaria, tampoco tendrá mucho que ver con la reducción de los precios de los alimentos en caso de que llegue a materializarse. Por tal incertidumbre, otras políticas, como las transferencias monetarias extraordinaria enfocadas a la población más pobre, deben ensayarse.