Huelga en Hollywood: Más allá de la alfombra roja
La huelga de escritores y actores en Hollywood ha acaparado los titulares globales como una curiosidad más en un mundo donde ya nada sorprende. Sin embargo, el conflicto con los estudios tiene raíces muy interesantes que podrían tener repercusiones importantes sobre otros gremios que parecen muy alejados del glamour de la alfombra roja.
Una de las fechas que más temo en el calendario, es la invitación del colegio de mis hijas para hablar sobre mi trabajo. Hay profesiones que aman los niños y son muy fáciles de explicar a los pequeños. La mamá que es doctora y cura a la gente, el papá que tiene un restaurante y da de comer a las personas.
¿Qué hace un economista? Después de mucho batallar creo que la manera más fácil de explicarle a los pequeños compañeros de mi hija mi profesión, es decirles que cuento historias. Y la realidad no está muy lejos de esta descripción. Un economista cuenta historias sobre por qué los diamantes son más caros que el agua, por qué un país gasta en cañones y no en mantequilla, por qué una empresa tiene dinero o el gran misterio, por qué hay países ricos o países pobres. Puede que las historias no sean muy divertidas, pero al fin y al cabo son eso, historias.
Todos mis trabajos, en gobierno, bancos, consultoras, y universidades han sido sobre contar historias para personas que toman decisiones. Mi primer trabajo, por ejemplo, hace miles de años se trataba de contar todos los días una historia sobre las tasas de interés. Durante casi dos años, siendo analista en la dirección de estudios económicos de Banco de México, escribí diariamente una nota sobre el resultado de las subastas de los CETES.
El único propósito de estas notas, en una era previa a los smartphones con acceso ilimitado a información financiera, era dar información oportuna a la Junta de Gobierno del banco sobre el comportamiento de las tasas de interés. Después, las notas quedaban enterradas en un servidor. En ese entonces, el valor de este acervo documental era mínimo. Mínimo, más no nulo. Algún día llegaría un nuevo analista que desempolvaría las notas guardadas, las leería, aprendería su estructura, contenido y formato, y sería el responsable de dar continuidad a esta tarea.
¿Quién es el dueño de las notas que escribía? Claramente el Banco de México, ya que al contratarme como analista todo lo que escribiera pasaba a ser su propiedad intelectual. Dado el poco valor de estos documentos la pregunta parece algo ociosa, además el Banco de México es una institución pública que no persigue fines de lucro. Pero ¿qué tal si la situación fuera diferente?
Miles de analistas y consultores escriben diariamente, notas, reportes y análisis para firmas de consultoría, corredurías financieras o bancos de inversión. ¿Y si estas empresas encontraran una manera de sacarle provecho a los escritos de sus empleados más allá del propósito original para el que fueron creados? Más aún, ¿qué tal si ese trabajo pudiera ser la materia prima para entrenar un modelo de inteligencia artificial que automatice la escritura de estos análisis? ¿Debería estar sobre la mesa el derecho a un pago adicional? Después de todo es una situación que va más allá del alcance original del trabajo para el que han sido contratados. ¿Qué límites debería tener la propiedad intelectual de las empresas y hasta dónde las personas que producen esa propiedad deberían participar de sus beneficios?
Estas preguntas se han vuelto sumamente relevantes a raíz de un muy difícil proceso de negociación de otro gremio, que al igual que los economistas y analistas financieros, cuenta historias para vivir, aunque un poco más creativas y divertidas.
Desde hace unas semanas, el gremio de escritores de Hollywood se encuentra en huelga. El problema más relevante es sobre las regalías que reciben por la transmisión de su obra intelectual en plataformas de streaming. Los escritores se quejan de que en la era del streaming, los estudios transmiten una y otra vez series y películas a través de sus plataformas digitales recibiendo jugosas ganancias a través de servicios de suscripción, sin embargo, el escritor recibe poco o nada de estos ingresos. Hace unos días, el gremio de actores se unió a la protesta. Para aderezar a la complejidad del problema, escritores y actores agregaron a su pliego petitorio, garantías por parte de los estudios para limitar el uso de la inteligencia artificial.
En el fondo del conflicto están los derechos de propiedad intelectual de la producción audiovisual de Hollywood. Para entender mejor el problema deberíamos empezar por la pregunta más sencilla, ¿por qué tenemos derechos de propiedad intelectual? ¿Por qué alguien tiene que ser dueño de un producto creativo?
La economía nos dice que, sin derechos de propiedad intelectual, nadie tendría incentivos para la producción creativa. Nadie podría beneficiarse de la creación de libros, artículos, guiones de series, películas, o incluso análisis financieros, por tanto, nadie escribiría nada. Para solucionar esto, nuestro sistema legal crea un derecho para la explotación exclusiva de la creación intelectual por parte del autor, y así darle el incentivo para escribir.
Sin embargo, ese derecho exclusivo en realidad es un monopolio, y todo mundo sabe que los monopolios son malos. Al establecer un monopolio legal, se restringe el acceso a la obra intelectual y no todas las personas que pudieran beneficiarse de esta obra lo hacen. ¿Por qué permitir esto? La economía dice que es un trade-off, una solución intermedia que restringe el acceso a la obra intelectual con tal de que los autores tengan incentivos económicos para producir. Sin embargo, este monopolio no es ilimitado, el derecho de propiedad subsiste solo unos años después de la muerte del autor pasando después su obra al dominio público.
El problema entre estudios, escritores y actores es en realidad un conflicto sobre cómo repartirse las ganancias de ese monopolio. Un monopolio que en la práctica otorga derechos a los estudios que al parecer van mucho más allá del mínimo necesario que sugiere la teoría económica para incentivar la producción creativa. En teoría, la renta monopólica que genera la propiedad intelectual es para incentivar a los creativos a producir obras, no para pagar sueldos millonarios a CEO’s de los estudios.
Sin embargo, esto es lo que parece estar sucediendo, como lo sugieren los testimonios de escritores que han denunciado en redes sociales, las exiguas regalías que paga la industria. Claro que puede decirse que los estudios corren con riesgos que los autores no corren, lo cual justifica sus ganancias. Sin embargo, si este fuera el caso, sorprende la resistencia de los estudios para compartir los números sobre sus audiencias en sus plataformas digitales, información que sería fundamental para alcanzar una mejor distribución de riesgos entre creativos y corporaciones.
La llegada de la inteligencia artificial vuelve todo mucho más complejo. Un estudio que utilice inteligencia artificial para escribir guiones estaría utilizando como materia prima la producción intelectual de una persona, quien debería tener derecho a recibir un pago. Sin embargo, los estudios podrían argumentar que la información para entrenar sus modelos es pública, aunque por otro lado muy probablemente sus ejércitos de cabilderos y abogados buscarán una manera de proteger estas nuevas creaciones.
La resolución del conflicto en Hollywood puede que siente un precedente importante en toda la industria de servicios, en particular para todos los profesionales que nos dedicamos a contar historias para vivir, seamos guionistas, economistas, analistas financieros o consultores. Hay que tenerlo muy en claro, éste no es un conflicto sobre el uso de nuevas tecnologías en sí mismo, sino sobre los derechos de propiedad intelectual y la distribución de sus beneficios entre empleados y empresas, ante el surgimiento de nuevas tecnologías. Y aun así esto es solo una parte del problema.
Los derechos de propiedad restringen el acceso a las obras y sus beneficios al gran público con tal de proteger económicamente al autor de las obras creativas. Sin embargo, si el autor no está recibiendo protección alguna y son solo las grandes corporaciones quienes se adueñan de sus beneficios, ¿qué caso tiene mantener una protección estricta de estos derechos desde la óptica económica? ¿No sería tiempo de pensar en otro modelo de gobernanza para los derechos de propiedad intelectual? La respuesta a esta pregunta probablemente defina el futuro no solo de Hollywood, sino de toda la economía del conocimiento.