¿No tuvo agua hoy? El ultimátum de la crisis hídrica
Hace justo un año, la crisis del agua en Monterrey dominaba los titulares nacionales. La sequía, un crecimiento acelerado de la demanda y la falta de inversión en infraestructura se habían combinado peligrosamente, amenazando la capital industrial del país y segunda ciudad de México. De alguna manera, la parte más grave de la crisis se superó: la perforación acelerada de pozos, un nuevo acueducto y una agresiva campaña para racionar el agua alejaron a la capital regia del día cero.
Sin embargo, este año la crisis se asoma en otras zonas del país. El sistema Cutzamala, una intrincada red de acueductos, presas y sistemas de bombeo que trae agua del occidente del país hacia la Ciudad de México, se está secando. Lluvias aisladas aminoran el problema, justo antes de un estiaje que se antoja sumamente complicado para los capitalinos.
Los mexicanos pecamos de pensar que somos el ombligo del mundo y nuestros problemas son únicos. Por eso, vale la pena poner en una perspectiva más amplia la crisis hídrica que vive el país. El informe "Perspectiva de la Sequía Global" de la Oficina Nacional de Administración Oceánica y Atmosférica en los Estados Unidos pinta una situación crítica más allá de lo que está sucediendo en México.
En 2024 estamos viviendo la continuación de una verdadera sequía global que afecta significativamente a los ecosistemas en diversos continentes, lo cual puede tener repercusiones sociales, económicas y en la seguridad alimentaria del planeta. La sequía global, actualmente, afecta gran parte de Sudamérica, África y el sur de Asia. Canadá, México, Centroamérica, así como áreas específicas de Australia y Europa, también enfrentan sequías persistentes, mientras que la región mediterránea y partes de Escandinavia resaltan por su particular aridez.
Además, enero de 2024 se ha catalogado como el enero más cálido registrado a nivel global, sumándose a los récords de temperatura que vivimos en 2023, año que registró un incremento de 1.48°C. Recordemos que, en 2015, se firmó el Acuerdo de París, tratado crucial para combatir el cambio climático, cuyo primer objetivo era limitar el incremento de la temperatura global a 1.5 °C; en fin, el año pasado casi superamos ese límite.
La sequía global ha tenido un impacto considerable en diversos sectores, siendo la agricultura uno de los más afectados, con una porción significativa de las tierras agrícolas del mundo sufriendo una baja humedad en el suelo, así como en los niveles de agua subterránea, lo que ha llevado a tener una vegetación estresada observable vía satélite en todos los continentes. Esto ha dado como resultado rendimientos de cultivos reducidos en varios países, afectando gravemente a la seguridad alimentaria, especialmente en regiones de África, Asia y América Central y del Sur.
La crisis hídrica global ha tenido efectos inesperados. En algunas regiones de China, las presas que impulsan la generación hidroeléctrica han parado, y una de las principales rutas de comercio global, el Canal de Panamá, se encuentra operando a una fracción de su capacidad. Esta importante vía funciona con un sistema de esclusas que requiere de miles de litros de agua. Sin lluvias, el canal no funciona, interrumpiendo una de las principales vías de comercio en el mundo.
La crisis hídrica en la Amazonía, ubicada en el corazón de Sudamérica, alcanza niveles de gravedad sin precedentes. El río Amazonas registra mínimos históricos, lo que resulta en consecuencias devastadoras tanto para la biodiversidad única de la región como para la posibilidad de incendios forestales que podrían acelerar la destrucción del bosque tropical más extenso del planeta. Sin embargo, más allá del impacto ambiental, es crucial considerar las repercusiones humanas.
La Amazonía es el hogar de más de 50 millones de personas distribuidas en ocho países, quienes ahora enfrentan un futuro incierto. El río Amazonas, esencial para la vida en la región, juega un rol fundamental en la navegación y en el acceso a recursos básicos, cuyas limitaciones actuales amenazan directamente la subsistencia de estas comunidades.
La actual sequía en la región del Amazonas constituye una amenaza inminente no solo para los países sudamericanos, cuya supervivencia depende de los servicios ambientales de este ecosistema, sino también para la estabilidad global. La crisis ambiental tiene el potencial de desencadenar una serie de efectos en dominó, desde la inestabilidad económica hasta conflictos políticos en todo el hemisferio.
Este escenario podría exacerbarse y traducirse en un aumento significativo de la migración forzada. La actual crisis migratoria, donde miles de personas buscan mejores condiciones al norte del continente podría ser solo un preludio de las consecuencias de una crisis ambiental prolongada en la Amazonía. Imaginar a una población tan numerosa como la de Colombia o Argentina desplazada por esta emergencia subraya la gravedad de la crisis.
No nos confundamos. La crisis hídrica es solo la punta del iceberg del cambio climático. Este fenómeno, que increíblemente muchos siguen negando, dejó ya de ser un escenario lejano que puede verse solo en documentales del National Geographic. Es una realidad que afecta ya nuestro modo de vida y continuará teniendo un impacto creciente. Los sistemas más frágiles de nuestro planeta son los primeros en responder: regiones densamente pobladas que demandan enormes recursos que el medio ambiente ya no puede proveer, como el caso de la Ciudad de México; redes de comercio global que dependen de piezas que carecen de un respaldo, como el Canal de Panamá; o ecosistemas complejos del cual dependen miles de personas, como la Amazonía.
Se han escrito ríos de tinta sobre la crisis climática. Estamos cansados ya de las malas noticias y, en automático, nuestro inconsciente nos hace ignorar algo que nos excede de tal manera como esta crisis. Los más optimistas eligen pensar que con acciones individuales podemos aún enfrentar la crisis: separar la basura, usar transporte público, bañarse en 5 minutos. Si bien estos esfuerzos son loables, la realidad ya ha rebasado la suma de esfuerzos individuales: necesitamos tomar acciones más contundentes.
En noviembre del año pasado, en la Conferencia de la ONU sobre Cambio Climático en Dubái, se dio un primer paso, reconociendo con todas sus palabras que la crisis climática tiene su origen en los combustibles fósiles. Un primer y tímido paso que debe dar lugar a acciones más claras, como moratorias en la explotación de nuevos yacimientos petroleros y eventualmente la prohibición de vehículos de combustión interna. Lamentablemente, aún estamos lejos de estas medidas.
Otro tipo de acciones que deberían adoptarse se relacionan con las finanzas y el medio ambiente. En la medida en que el dinero siga fluyendo hacia actividades que contribuyan a acrecentar la crisis ambiental, el problema no se detendrá. En este sentido, otro paso que se ha tomado en la dirección correcta es la elaboración de taxonomías sostenibles. Esto consiste en clasificar todas las actividades que hay en una economía y establecer criterios para evaluar cómo afectan al medio ambiente. Europa es pionera en estas acciones, estableciendo estándares internacionales para el financiamiento de actividades sostenibles. México ha avanzado en este rubro con la publicación de la taxonomía sostenible de la Secretaría de Hacienda el año pasado.
Estas acciones, aunque sean adecuadas en su dirección, no son suficientes. Eventualmente, los gobiernos tendrán que plasmar en la ley y traducir en regulación mandatos sobre qué se puede y qué no se puede financiar. La crisis del agua que los habitantes de la Ciudad de México viven este año debería ser un llamado para evaluar nuestras prioridades.
Todo, absolutamente todo lo que tenemos, depende del medio ambiente: nuestra economía, nuestra estabilidad social, nuestros alimentos y nuestra salud. Frente al desafío de cómo abordar esta crisis, la acción más importante es demandar que nuestros gobernantes prioricen la conservación del medio ambiente en la agenda política.
Este año, nos encontramos ante una oportunidad sin precedentes, con millones de personas alrededor del mundo, incluidos los mexicanos, preparándose para participar en unas de las elecciones más significativas de nuestra era. Se trata de un instante crítico, en el que numerosas democracias estarán eligiendo nuevos liderazgos, y con ello, definiendo el curso que deseamos emprender como sociedad global en las próximas décadas.
La gravedad de la crisis ambiental que enfrentamos no admite complacencia ni dilaciones; es una llamada a la acción colectiva e individual. Solo a través de un compromiso firme y unido, orientado hacia políticas sostenibles y prácticas responsables, podremos asegurar un futuro viable para las generaciones venideras. La hora de actuar es ahora; el bienestar del planeta y la supervivencia de sus habitantes dependen de las decisiones que tomemos hoy.