La vida descosificada. Sin escapatoria
Los saludo, queridos lectores deseándoles un 2022 de salud, armonía y cumplimiento de -moderadas- expectativas.
Tras un largo paréntesis que al menos una vez en la vida es necesario y benéfico, Sinapsis reinicia en clave de futurismo y reflexión humanista -concepto hoy retro- en un mundo etéreo, de efemérides digitales y de desarraigos excepto a las pantallas.
La reflexión de hoy pretende plasmar las grandes pinceladas de lo que es hoy el mundo, la vida, la economía y sus tendencias para ir desmenuzando, en ulteriores entregas, cada una de ellas.
La creciente datificación y obligada virtualización a través de tecnologías digitales y la inteligencia de las cosas, catalizadas por la pandemia y las reiteradas cuarentenas, han ido construyendo una sociedad en la que la “información” en clave de datos es el activo principal, desplazando a las cosas, posesiones y paulatinamente hasta las monedas acuñadas por los Estados. Hoy pasamos de la acción a la elección mediante un click.
Ni siquiera los bienes físicos que aún necesitamos para subsistir, son los que se publicitan como tales en el mercado, en realidad. Hoy se habla de intercambios, experiencias y accesos a servicios de comidas o insumos, accesos a entretenimiento o experiencias, a espacios de hospedajes o a un movilizador de personas. Más aún, a través de redes sociales y plataformas de intercambios románticos, se accede a personas y sus resumidos y maquillados perfiles, por un precio, en dinero o en especie (los datos).
Todos estos accesos están tercerizados mediante plataformas que reúnen y ganan de los proveedores, los consumidores, creadores, distribuidores y trabajadores que las utilizan. Hay enormes economías de escala en dichas plataformas y externalidades, que, al aumentar el universo de usuarios de todos tipos, aumentan su valor y su acceso a billones de datos.
La alegada descentralización y desconcentración de la economía digital en beneficio de la generalidad, es una ilusión, que se desdibuja año con año. Solo un puñado de plataformas, de aplicaciones y de intermediarios de criptomonedas, (tema este último que merece un profundo análisis) logran subsistir y reunir millones de usuarios con costos marginales casi iguales a cero y altos costos fijos y por tanto su éxito está en su poder de mercado mediante el cual fácilmente atraen usuarios adicionales, explotando sus datos, teniéndolos cautivos y/o extrayendo rentas como lo hiciera iTunes por años.
Ventas atadas, no interoperabilidad entre sistemas operativos, exclusividades, y auto regulación a modo, o regulación incapaz de seguir el paso del algoritmo velocirraptor, palidecen las esperanzas de una sana y libre competencia y pluralismo cognitivo y cultural. Es cierto también que estas plataformas innovaron, y rompieron monopolios del siglo XX igualmente problemáticos: televisoras, radiodifusoras, redes telefónicas, monopolios de contenidos y de comunicación de voz, todo gracias al advenimiento de la red mundial de redes (Internet), y el genio indiscutible de no pocos inventores.
Pero como toda innovación tecnológica de masas, el Internet también fue concentrándose, y privilegiando integraciones verticales que van desde el desarrollo de la infraestructura, la distribución, la oferta de contenidos, software, hardware, espacios en la nube, datos, etc., abriendo un nuevo ciclo de nuevos monopolios, abusos y ciudadanos cautivos. ¿Por qué cautivos? Porque salirse de toda plataforma, red, o congregación digital equivale a no existir, a ser invisible, a una “capitis deminutio” (pérdida de la capacidad, ergo de la ciudadanía en el Derecho Romano); a aislarse e incluso a ser un paria.
Crecientemente los Estados exigen a los ciudadanos cumplir de modo digital con sus obligaciones como el pago de contribuciones, o bien entregar sus datos incluso biométricos para poder gozar de derechos. Pregúntenle a Marcelo Ebrard qué se requiere para obtener un pasaporte mexicano a partir de 2021, secreto bien guardado hasta que llegas a la terrorífica ventanilla de pasaportes de la SRE: además de pagar $2,800 por un pasaporte de 10 años, tienes que entregar las huellas del iris de ambos ojos y de los dedos de las manos o no hay pasaporte. Buen cuidado tuvo la Cancillería de no advertir este personalísimo requisito en su portal, pero dejemos de lado por ahora, la opacidad gubernamental.
La descosificación de la vida y la economía, a manos de metaversos, criptomonedas, inmuebles y fantasías digitales, se antoja a primera vista, hegeliana, platónica incluso, nos alejamos de las cosas para acercarnos a la idea, a las maravillas de la imaginación y la información, un posrealismo sustentable, pero en realidad no es así. Se descosifican algunas mercancías, se descosifican las tiendas y puntos de venta en general pero se venden más mercaderías de todo tipo digital y físico, y se cosifica al ser humano pues también nosotros pasamos a ser mercancía y muy valiosa. Hábitos, ubicación, preferencias, pasos, peso, horas de sueño, ideología, amistades, likes y dislikes, todo se datifica, se perfila y se vende a terceros para crear nuestro perfil virtual que tiene un alto valor de mercado.
Las personas mismas sean como mano de obra, capital humano o potencial “match” de otra persona, sea en Linkedin, Instagram, Google, Tinder, o análogos, están en el mercado virtual también. Si pagan una cuota premium, estas plataformas las visibilizan, si no, permanecen en la oscuridad. Hoy día lo que pagan los obedientes usuarios es ser visibles, aparecer, “descubribles” no por cualidades intrínsecas sino por haber pagado más que el de al lado.
Google no es un motor de búsquedas neutral como algún día lo soñó Larry Page, sino un promotor de productos y negocios que pagan. El que mas ofrece en subasta, por aparecer en primer lugar, logra mayor visibilidad. Cada vez hay más intercambio de bienes puramente digitales como un libro digital o un audio libro, almacenamiento en la nube; nube como servicio, nube como producto, inversiones en criptomonedas que jamás veremos y que consumen tanta energía eléctrica como toda la nación italiana en un año.
Eso sí, la cosa casi única que en este contexto tenemos que poseer permanentemente y reemplazar frecuentemente, es un smartphone y un abundante y ubicuo plan de acceso a datos. Ello explica por qué la empresa Apple tiene una capitalización de mercado de tres trillones de dólares. Apple genera en un mes más que lo que genera Netflix en un año. Sus ventas en 2021 llegaron a 366 billones de dólares.
El smartphone es un infómata, dice Byung-Chul Han, demandante, adictivo, indispensable, que reclama el monopolio de la atención y tiempo, ensimisma y borra la otredad.
Es lo que es, no hay escapatoria, pero medir y ganar conciencia ayuda. Conocer los riesgos y beneficios y cómo funciona todo el sistema, al grado que es un asunto geopolítico también, para no ir como zombis navegando por la vida digital sin cuestionar ni saber, aceptando aplicaciones y plataformas sin leer sus condiciones, y dando likes o dislikes sin saber las implicaciones.
Toda nueva tecnología causa miedo, desconfianza y adversarios, hay ganadores y perdedores con su adopción y las personas nos adaptamos o pintamos una rayita y rechazamos algunas. Desafortunadamente cada vez es más difícil vivir, trabajar, convivir y prosperar sin estas tecnologías de la información y la comunicación, pues en alguna medida están presentes y nos impactan directa o indirectamente.
La gran diferencia de las actuales tecnologías cibernéticas es que nos impactan como usuarios, consumidores y ciudadanía, las hayas adquirido o no. Además, a diferencia de las herramientas que la humanidad ha creado a lo largo de la historia como sus coadyuvantes para facilitarle o agilizar trabajos manuales, las herramientas inteligentes de hoy, se distinguen en que hay una cierta delegación de funciones analíticas, predictivas, y ejecutivas antes exclusivas del ser humano, en favor de las máquinas, ésta es la gran diferencia de la inteligencia artificial. La cibernética adquiere inteligencia delegada y las personas usuarias se vuelven objetos pasivos en cierta medida. No pocas instituciones públicas y privadas van delegando decisiones en los algoritmos creados por un puñado de personas que alimentan con datos históricos y también sesgados.
Hay sin duda ventajas y oportunidades en la descosificación de satisfactores; en facilitar la circulación y pronta distribución de ideas, cultura, bienes y servicios, facilitar los accesos mediante plataformas digitales, poder hacer pagos y transferencias virtuales, acceder a textos, videos, audios, servicios de salud, información y comunicación a través del protocolo de Internet, máxime en un entorno de baja movilidad para disminuir los riesgos de contagios. Pero no nos engañemos, ni los individuos ni las sociedades están preparados psicológica, técnica, ni legalmente, para mitigar los riesgos de esta virtualización.
Además, estos accesos y facilidades no son universales, ni asequibles ni relevantes para todas las personas en todas las regiones del mundo, ni disponibles en la ruralidad en la misma medida que en las urbes, y desde luego no son gratuitos, pagamos con datos, con pérdida de privacidad y libertad, con el consentimiento de ser vigilado y con lo más preciado del ser humano, su tiempo y libre albedrío.
La economía digital en países con profundas desigualdades ahondará las brechas, no por culpa del avance tecnológico, sino del subyacente sistema de ineficacias distributivas, deficiencias educativas, asimetrías en los accesos que realmente igualan y dependencia absoluta de tecnologías y bienes importados y de suficientes especialistas en el intrincado mundo cibernético y de las ciencias de los datos.