Grandes cifras, modestos avances
La Encuesta de Ingresos y Gastos de los Hogares 2022, base para conocer la distribución del ingreso y la pobreza, ya está disponible. Como en el pasado, el gobierno y sus partidarios magnifican las cifras favorables, mientras los retrocesos son minimizados. La oposición, evidentemente, hace lo contrario. Un análisis balanceado e imparcial, siempre elusivo, me parece que debería reconocer grandes cifras, a favor y en contra, con un saldo de modesto avance.
Una de las grandes cifras es el aumento de casi 20% del ingreso del 10% de la población más pobre, entre 2018 y 2020. Muy buena noticia. Este número se reduce a 12.7 % para la mitad de la población con menores ingresos, pero sigue siendo notable. Sin embargo, en una perspectiva de largo plazo, resulta que la proporción de personas cuyo ingreso no alcanza para comprar la canasta mínima de satisfactores en 2022, un estimado de 43.5%, está ligeramente arriba del equivalente de 2006 (42.6%). Nada para celebrar.
El avance del 10% más pobre también es menos impresionante observando que en 2018 este grupo tenía el 1.8% del ingreso total y pasó a tener 2.1% en 2022. Esto es parte de la reducción en la desigualdad que incluye la caída en la porción del ingreso de los más ricos. Pese a ello, el ritmo anual de reducción del coeficiente de Gini fue mayor entre 2016 y 2018, que entre 2018 y 2022. Este indicador suele usarse para resumir la información sobre las diferencias de ingreso.
Otra gran cifra es la duplicación de los apoyos monetarios otorgados por los programas gubernamentales entre 2018 y 2022. El total de sus transferencias es un monto respetable, pues con él se podría prácticamente erradicar la pobreza extrema del país registrada en 2020, de dedicarse a los más pobres de los pobres. Sin embargo, en caso de distribuirse igualitariamente entre todos los hogares el promedio no es tan considerable, pues cada uno recibiría menos de 600 pesos al mes.
El aumento de las transferencias gubernamentales diluye su impacto al incrementarse desproporcionadamente lo que reciben los estratos de mayores ingresos respecto a los más pobres. El Instituto de Estudios Sobre la Desigualdad calcula que en 2018 la mitad de la población más pobre recibía 75% del dinero otorgado vía los programas sociales, cifra que se redujo a 53% en 2022. Estos cálculos varían según el método utilizado, pero la conclusión es la misma: la política social ha debilitado su potencial redistributivo.
Entre las grandes cifras se incluye el aumento en la carencia de acceso a los servicios de salud. Esta pasó de alrededor de 20 millones de personas a más de 50 millones de 2018 a 2022, un alarmante incremento de 150%. Esto es consistente con el aumento de 47% el gasto en salud de la mitad de los hogares con menos ingreso, según el Centro de Investigación Económica y Presupuestaria. Sin embargo, esta carencia no genera una gran pobreza por la forma en que ésta se mide en el país.
Para ser pobre, el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social requiere que el ingreso no alcance para comprar la canasta mínima de satisfactores y se tenga al menos una carencia, como la de servicios de salud (las otras son alimentación, educación, seguridad social, servicios de la vivienda y materiales de la vivienda). Según los cálculos disponibles, la reducción del porcentaje de personas sin ingresos suficientes de 49.9%, en 2018, a 43.5%, en 2022, compensa la elevación de las personas con carencia de servicios de salud de 16.2% a 39%.
Otras cifras de menor tamaño también contribuyen o moderan la reducción de la pobreza entre 2018 y 2022. La carencia de alimentación se reduce 4 puntos porcentuales; el rezago educativo aumenta 0.4 puntos; la carencia de seguridad social cae 3.3 puntos; la carencia de servicios en la vivienda baja 1.8 puntos, y; la carencia de materiales adecuados de la vivienda se reduce en 2.9 puntos porcentuales.
Lo anterior nos lleva a la cifra más resonante: una cambio en la pobreza general de 41.9%, en 2018, a 36.3%, en 2022. Esta reducción de 5.6 puntos en la pobreza es para celebrarse sin reserva. Incluso no faltará quien diga que es “histórica”, si bien la historia de comparabilidad completa de los datos llega a 2016 y su cotejo imperfecto a 2008. Este número impresiona más al considerar las secuelas de la pandemia, pero resulta menos impactante si se considera que entre 2014 y 2018 la pobreza se redujo 4.3 puntos porcentuales.
Otro elemento para la moderación es que la pobreza extrema aumentó de 7% en 2018 a 7.1% en 2022. Se sumaron a ella cerca de 400 mil personas. Esto es lamentable, pues teniendo los medios para erradicarla ni siquiera se pudo aliviar. En este caso, la acumulación de carencias no monetarias superó el avance en el ingreso. Esto, también es histórico, pues antes de este gobierno no se presentó un periodo de cuatro años con aumentos de la pobreza extrema.
En síntesis, una apreciación juiciosa y ecuánime de la información sobre la distribución del ingreso, la pobreza y los retos de la política social muestra modestos avances que hacen necesario atemperar los ánimos celebratorios. Sin embargo, sin alarmismos, el panorama del bienestar y las medidas para ampliarlo también muestra grandes oportunidades perdidas para tener una incidencia decisiva sobre los problemas más agudos.