La cuarta transformación de los Estados Unidos de América
Escribo estas líneas desde Boston, Massachussets, bastión del partido demócrata, en donde Donald Trump, pese a perder los votos de este estado en el Colegio Electoral, ha mostrado un avance muy significativo respecto a 2020.
Aquí, ha dejado de ser inusual el voto republicano de personas jóvenes, con educación universitaria y de origen latino. Esta ganancia electoral es consistente con su gran ventaja en el resto del país, y configura un mandato que el presidente electo querrá capitalizar en un legado ‘histórico’. Esta pretensión desproporcionada representa un gran peligro para México y el mundo.
En Massachussets, Trump ganó en 87 de las 351 ciudades y pueblos del estado, incluidos 33 que habían apoyado al presidente Biden en 2020. A nivel nacional, los republicanos recuperaron 5.3 puntos porcentuales de los condados donde más del 30% de los residentes tiene entre 18 y 34 años, 4.6 puntos de los que tienen más de 35% de residentes con educación superior y agregaron 13.3 puntos a sus ganancias de condados con mayoría de población hispana, de acuerdo con el análisis del New York Times.
El presidente electo no sólo cuenta con un claro triunfo en el Colegio Electoral, sino también ha ganado el voto popular, obteniendo 51% de los sufragios, así como las mayorías en la Cámara de Representantes y el Senado. Además, de los nueve jueces en la Suprema Corte seis son conservadores, y Trump podría reemplazar a dos de estos últimos por perfiles más jóvenes y alineados a su causa para mantener una mayoría afín por décadas. Los contrapesos al Ejecutivo estadounidense se han debilitado.
Pese a su gran poder, Trump aún no se ha autoproclamado líder de una transformación histórica americana al nivel de la Guerra de Independencia, la Guerra Civil o el New Deal, pero sin duda querrá dejar una huella imborrable en la sociedad estadounidense. Ya no puede reelegirse y ha vivido de cerca la condena y marcha atrás de muchas de sus políticas. Lo que le queda es profundizar lo que hizo anteriormente para que su impacto sea duradero y dejar cambios políticos y legislativos que sean muy difíciles de revertir.
Trump ‘se conforma’ con “desatar una edad dorada” en su país, si bien los políticos que hacen historia lo suelen lograr sin proponérselo y mucho menos anunciándolo. Los grandes estadistas enfrentan difíciles circunstancias anteponiendo principios éticos a la popularidad, una visión de futuro para construir a la coyuntura a explotar, y procurando el más amplio consenso en vez de la polarización. Trump no enfrenta tiempos críticos con esas cualidades extraordinarias, pero puede ‘hacer historia’ destruyendo el orden actual.
En la Universidad de Harvard he escuchado a alguien decir que el segundo periodo de Trump será como la “cuarta transformación con armas nucleares”. El símil me parece excesivo, pero captura un elemento crucial: el ánimo de subversión del orden establecido (en este caso el mundial y del “establishment” doméstico) con un poder extraordinario, pero sin claridad de lo que se quiere construir, aunque con el deseo de no regresar a lo anterior. Una receta clara para la incertidumbre.
Para México, las mayores amenazas son el proteccionismo comercial y las represalias a los migrantes, exacerbadas por la mezcla de temas de seguridad, lo que frenaría el desarrollo del país. Para el mundo, el riesgo es el recrudecimiento de la guerra comercial Estados Unidos-China con consecuencias que desborden a estos países, así como el abandono de la cooperación con Europa y Asia. Esto podría sumir al mundo en el estancamiento económico general, la regresión democrática de aliados y el auge de rivales autoritarios.
Sortear la nueva era de Trump requerirá de una capacidad diplomática que hasta ahora no ha tenido el gobierno mexicano y que pocos países del mundo han alcanzado. Una capacidad que debe adaptarse a la improbable circunstancia de que Trump se modere, o a la muy posible situación de que supere el peor de los escenarios imaginados.