La elección del rector en la UNAM
En 1990, todavía como estudiante de posgrado en la universidad del estado de Ohio (OSU, en adelante), recibí una llamada de la rectoría de la universidad, en la que se me informaba que había sido propuesto para representar al cuerpo estudiantil de la institución ante el comité de búsqueda para proponer a un nuevo rector de la universidad. Tímidamente me animé a participar. El presidente del comité era el único premio Nobel que albergaba esa universidad, un físico (este año 2023 un miembro de esa misma facultad lo obtuvo, el segundo en la historia de la institución).
Antes de describir el proceso es preciso ubicar a la OSU, para identificar la dimensión, no tan comparable en tamaño a la UNAM, pero sí con similitudes en su estructura y retos. Universidad pública, financiada con fondos federales y estatales, por intereses del “endowment” y en mucho menor medida por ingresos propios. Cuenta con más de 65,000 estudiantes y 3,500 profesores de tiempo completo. Su campus principal se encuentra en Columbus y tiene una extensión de 7.14 km2. Está considerada como una de las 5 instituciones de educación superior más grandes, en población y extensión, de Estados Unidos. Su fideicomiso (esos que no gustan hoy, porque no se comprende su utilidad) es de 7,400 millones de dólares.
Dicho esto, el comité de búsqueda del nuevo rector estuvo formado por 15 personas. Un presidente (normalmente un académico ilustre de la propia institución), un secretario, 5 representantes del cuerpo académico interno, 3 académicos externos, 2 representantes del gobierno del estado, 2 representantes de la comunidad del estado (ciudadanos) y el representante estudiantil. El proceso tuvo una duración de 4 meses (un semestre escolar).
La primera tarea fue definir el perfil para lanzar la convocatoria. Recuerdo muy bien que lo primero que se dijo es que no importaba si era externo o interno a OSU; tampoco importaba la nacionalidad. Nadie lo objetó. Segundo, era necesario que el postulante fuera un académico sólido, medido en términos de que si era interno debía contar ya con una “definitividad” en cualquier área de especialidad; si era externo, su CV tenía que turnarse a la comisión de definitividad del área de especialidad del postulante para que se decidiera si merecía el nombramiento definitivo. Este último, se enfatizó, era un requisito indispensable porque era necesaria la autoridad moral, ya que iba a liderar a pares, muy seguramente más brillantes que la o el postulante. Más importante aún, eso garantizaba que entendiera los retos académicos.
Curiosamente, no fue requisito que se tuviera experiencia administrativa. Recuerdo que el presidente del comité afirmó, “las personas listas, aprenden rápido”. No obstante, se impuso un requisito de liderazgo y visión a futuro, que es de difícil medición. Para esto, ex ante se analizaban minuciosamente las cartas de recomendación. Éstas, en la cultura anglosajona son muy importantes a diferencia de nuestro medio, pues contienen las cualidades y los defectos de los postulantes y si estos últimos pudieran ser un impedimento para el cargo solicitado. Me tocó leer muchas cartas que nunca se escribirían en México.
Narro este procedimiento porque es lo común en las universidades estadounidenses, las que están consideradas como las mejores del mundo. Y eso puede arrojar lecciones para México sobre todo en universidades públicas. Permítame reiterar que esa elección de rector en la OSU fue un proceso completamente abierto.
Recién concluimos el proceso de elección de rector de la UNAM. El procedimiento de esta universidad, ya muy conocido en nuestro país, es muy cerrado y circunscrito a sus propios muros. Tenemos hasta un presidente de la República que se enoja porque el director del Instituto de Investigaciones Jurídicas de esa universidad es o era graduado de otra universidad, lo que tampoco ayuda a la apertura.
Es cierto, el manejo de la UNAM, a diferencia de las estadounidenses, es más complejo porque no solo la parte académica es la que debe incluirse, sino que tiene un alto contenido político. Existen históricamente eventos que se han convertido en problemas nacionales en nuestra máxima casa de estudios. Por ello, una cualidad adicional del rector de la UNAM es que sea diligente políticamente. En ocasiones este último elemento es el que ha prevalecido.
Pero eso no significa que la UNAM no deba abrirse. Es común encontrar un número considerable de profesores de tiempo completo en todas las áreas del conocimiento cuya formación académica se ha cimentado en un cien por ciento en la misma UNAM (licenciatura, maestría y doctorado). Eso debiera empezar a cambiar, porque para que la UNAM pueda insertarse de mejor manera en el ámbito global es requisito que los investigadores, en una mayor proporción, se formen en otros lugares de tal manera que al volver a la UNAM traigan ideas frescas y otras visiones. La endogamia tiene frecuentemente ciertos costos en términos de apertura y democracia universitaria.
En suma, es importante que la UNAM empiece a abrir un poco más, a la propia institución, para que se inserte en mayor medida (no digo que no lo haga, lo que digo es que lo puede hacer más) a la generación del conocimiento universal. Y eso implicaría también cambiar la forma en que se elige al rector.
Eso no demerita en modo alguno mi admiración y cariño por el Dr. Leonardo Lomelí, a quien le extiendo una felicitación y le deseo el mayor de los éxitos. Sé que llevará a la UNAM a buen puerto.