El optimismo tecnológico de Sam Altman
En los últimos años el auge de la inteligencia artificial (IA) ha capturado la imaginación de tecnólogos, científicos y público en general. Promete transformar radicalmente nuestras vidas y la sociedad ofreciendo soluciones a problemas que durante siglos han desconcertado a la humanidad. Desde avances en la medicina y la educación hasta la automatización de tareas cotidianas, la IA se vislumbra como la herramienta que nos llevará a un futuro inimaginable para nuestros antepasados.
Sin embargo, esta visión optimista también debe ser analizada desde una perspectiva crítica. A medida que adoptamos tecnologías tan avanzadas, es vital reflexionar sobre los desafíos éticos, sociales y económicos que conllevan. El reciente artículo escrito por el CEO de Open AI, Sam Altman, titulado “La era de la inteligencia” (The Intelligence age, 23 de septiembre de 2024), junto con el lanzamiento de su modelo “o1-preview” me dan la pauta para compartir algunas reflexiones.
Los avances tecnológicos suelen ir acompañados de una dosis de optimismo que muchas veces puede ser cegadora. Altman menciona que "en las próximas décadas podremos hacer cosas que a nuestros abuelos les habrían parecido magia". Esta frase encapsula perfectamente el entusiasmo que rodea a la IA. La posibilidad de resolver problemas complejos, mejorar la calidad de vida y abrir puertas a nuevos conocimientos es innegable. Sin embargo, este optimismo no siempre refleja las dificultades que estos cambios pueden traer consigo.
La rapidez de las transformaciones de la IA es exponencial. Contrasta notablemente con la evolución del Internet en los años 90, cuando el cambio ocurría a un ritmo mucho más lento. Mientras que la adopción del Internet requirió años para integrarse plenamente en la sociedad y en los modelos de negocio, la IA está revolucionando industrias enteras, en cuestión de meses.
El progreso tecnológico, aunque impresionante, no es garantía de bienestar universal. A lo largo de la historia, los avances científicos y tecnológicos han sido responsables tanto de mejoras sociales como de la exacerbación de desigualdades. El mismo Altman reconoce que "la prosperidad por sí sola no hace necesariamente feliz a la gente", lo que apunta a una verdad esencial: el bienestar humano no se mide únicamente en términos materiales. El desafío radica en cómo distribuimos y gestionamos los beneficios de la tecnología para que no perpetúe o agrave las desigualdades existentes.
Para Altman la promesa del aprendizaje profundo (en términos coloquiales, ese conjunto de algoritmos que permite a las máquinas aprender y mejorar su desempeño a partir de grandes cantidades de datos), funcionó sin más. Pero se le “olvida” poner sobre la mesa que estos sistemas justo por la cantidad de “big data” que requieren, plantean preguntas sobre la sostenibilidad y accesibilidad de esta tecnología.
Además, la carrera hacia la “superinteligencia”, una IA que superaría ampliamente las capacidades humanas, plantea desafíos éticos que aún no han sido abordados de manera seria, pero Altman predice que podríamos alcanzar este nivel de inteligencia en "unos pocos miles de días" (sic). Predicción que sin marcos regulatorios mínimos podría tener consecuencias impredecibles e incluso peligrosas.
Desbordado por este entusiasmo por la IA, Open AI hizo su lanzamiento reciente del modelo “o1-preview” que fue diseñado para "pensar antes de responder" lo que le permite producir cadenas de pensamiento más elaboradas y coherentes. Esto podría traducirse en respuestas más útiles y personalizadas para los usuarios y aplicaciones más sofisticadas en campos como la programación y la asistencia virtual. Sin embargo, la capacidad de generar respuestas más complejas conlleva una mayor responsabilidad en términos de veracidad y nos obliga a usar nuestro pensamiento crítico como humanos.
Uno de los debates más importantes en torno a la IA es su impacto en el empleo. A medida que la IA avanza, muchos sectores de la economía se verán transformados tal y como ha sucedido en las revoluciones industriales pasadas, sólo que en esta la automatización trae una aceleración increíble. Altman menciona que "la tecnología provocará un cambio significativo en los mercados laborales", pero minimiza el impacto al sugerir que "la mayoría de los trabajos cambiarán más lentamente de lo que la mayoría de la gente piensa".
Si bien es cierto que el cambio no será instantáneo, subestimar la velocidad y el alcance de la automatización puede ser un error. Muchos expertos coinciden en que algunos empleos desaparecerán por completo y otros serán redefinidos. Los gobiernos y las empresas tendrían que proponer programas de reeducación y apoyo para los trabajadores afectados. Además, es importante repensar cómo definimos el propósito y la dignidad en el trabajo en una era donde la IA puede realizar tareas más allá de lo que antes considerábamos posible para las máquinas.
La democratización del acceso a la IA es un tema crucial. Altman señala la importancia de "reducir el coste de la computación y hacerla abundante" para garantizar que todos puedan beneficiarse de los avances en IA. Sin embargo, este objetivo enfrenta desafíos considerables. El entrenamiento y operación de modelos avanzados como “o1-preview” requiere cantidades masivas de energía y recursos computacionales lo que plantea preocupaciones sobre la sostenibilidad ambiental y la equidad.
Si no abordamos estos problemas podríamos enfrentar una situación en la que solo las empresas y naciones más ricas tengan acceso a las tecnologías más avanzadas, aumentando aún más las desigualdades.
Otro aspecto fundamental del desarrollo de la IA es la gobernanza ética. Altman dice que "el razonamiento permite a los modelos o1 seguir las directrices específicas y las políticas de modelos que hemos establecido". Lo cierto es que las corporaciones han establecido sus propias normativas regulatorias y parece lejos que lleguen a un consenso para tener códigos éticos comunes. Los sesgos siguen presentes en los datos de entrenamiento y conducen a resultados discriminatorios o injustos, aunque no haya una intención maliciosa detrás.
En conclusión, Altman plantea una visión inspiradora del futuro, donde "la vida de todos puede ser mejor de lo que es la vida de cualquiera ahora". Con logros como "arreglar el clima, establecer una colonia espacial y descubrir toda la física", la IA parece ofrecer soluciones a los problemas más acuciantes de la humanidad. Aventuradas expresiones en un mundo con grandes rezagos tecnológicos entre regiones, desigualdades lacerantes, competencia desleal y accesos a oportunidades restringidos en la mayor parte de las sociedades del mundo, sin hablar de conflictos armados perennes en zonas de riesgo donde no entran los grandes centros tecnológicos.
Mi reflexión apela a la moderación y al pragmatismo. Si bien la IA representa una oportunidad para impulsar la innovación y transformar la manera en la que convivimos con las tecnologías, la aparente mejora en la calidad de vida no tocará a las puertas de muchos. El futuro de la IA no está predeterminado. Si el aprendizaje profundo en palabras de Altman funcionó, hay que hacer funcionar también las decisiones que vienen atrás de esos algoritmos y promover la inclusión, igualdad de acceso a tecnologías para que la IA sirva realmente como una herramienta para el progreso humano, en lugar de un fin en sí misma.