Cataluña: La estúpida radicalización de la sociedad española
Cánovas, que era un político profundamente conservador, dijo en una ocasión que “un hombre honrado no puede tomar parte más que en una revolución, y eso”, sostenía con ese aire de superioridad que siempre destiló, “porque ignora lo que es”.
Este aserto puede explicar mejor que ningún otro el grado de polarización que ha alcanzado aparentemente la sociedad española. En particular, por la cuestión catalana, en la que muchos se ven como protagonistas de su propia revolución. Y toda revolución, como se sabe, está preñada de excesos, como bien sabía Cánovas, que era político, pero también un gran historiador especializado, precisamente, en las causas de la decadencia del imperio español.
Unos se suman a la revolución para defender lo indefendible -y ahí está esa delirante ley de transitoriedad que convierte en papel mojado el Estado de derecho-, y otros lo hacen para aprovechar la efervescencia política creada por los nacionalistas catalanes y decir barbaridades en busca de sus diez minutos de gloria.
O lo que es peor, se suman a la revolución para utilizar el terrorismo con el fin de hacer descarrilar el proceso soberanista. Exactamente igual que hicieron los independentistas cuando de forma mezquina utilizaron la manifestación para defender sus proclamas en lugar de llorar por las víctimas.
Bandera separatista catalana
Eso explica la supuesta radicalidad en la que vive la sociedad española a ojos de algunos medios de comunicación y un buen número de políticos lenguaraces y obscenos, en los que la sensatez está por descubrir. Probablemente, porque el discurso político ha perdido los matices y las redes sociales y las televisiones populacheras -que hoy influyen de forma determinante sobre lo publicado y sobre la vida política- son incompatibles con el rigor y el análisis entreverado no vaya a caerse la audiencia. Es más fácil sumarse a la estampida -a modo de jauría humana- que reflexionar de forma razonable con argumentos bien construidos.
Coces contra la inteligencia
Opinadores que hasta hace bien poco daban argumentos -no en todos los casos-, hoy disparan coces para ganar lectores y dejar algo a la posteridad. Arcadi Espada, Sostres, Gregorio Morán, Pérez-Reverte, San Sebastián o, incluso, Rosa Díez, que hace tiempo ha perdido el oremus, pertenecen a ese subgénero literario y político que consiste en escribir y hablar con las tripas.
Mientras que, en el otro lado, el insulto a la inteligencia es de tal calibre que reproducir sus nombres agotaría el breve espacio de este artículo. Unos y otros, como es obvio, se necesitan. Los rufianes no serían nada sin ellos, y ellos, sin los rufianes, serían uno más de la tribu.
El documento revelado por El Periódico, en este sentido, es un buen ejemplo de cómo se lanzan a degüello con ardor guerrero simplemente porque la información daña o perjudica al adversario político.
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Periódicos de derecha de toda la vida que nunca han cuestionado el trabajo de los cuerpos y fuerzas de seguridad, ni siquiera durante los años de plomo de ETA o de la guerra sucia del Estado, atacan ahora sin pudor a los Mossos. No porque busquen la verdad, sino porque el 1-O está ahí y vale todo con tal de hacer descarrilar el proceso. Como esa ‘policía patriótica’ que fabricaba informes a la carta que solo ha ensuciado el trabajo honesto de miles de policías y guardias civiles que hacen su trabajo de forma eficaz y sin griteríos mediáticos.
Parece evidente que Trapero, el jefe de los Mossos, y sus responsables políticos mintieron y ocultaron la existencia del documento de la CIA, tan célebre como escueto, y que al tratarse de un informe de inteligencia no da pistas, sino que refleja simples sospechas que debieron ser contrastadas; pero, dicho esto, parece evidente que abrir fuego ideológico contra quienes están luchando contra el terrorismo a pie de calle parece una temeridad. Incluso, estando por medio la independencia de Cataluña.
Un terremoto político
Máxime cuando ese documento, extrañamente reenviado por el emisor cuatro días después de los atentados (¿se habría extraviado?), lo conocían los responsables de la seguridad del Estado y nadie dijo ni hizo nada.
España, una vez más, es incapaz de aprender de sus errores y de sus tragedias, y ahí están los días posteriores al 11-M para recordar que provocaron un auténtico terremoto político porque se quiso utilizar el terrorismo -ambos bandos lo hicieron- para influir en las urnas, como así resultó.
La parte positiva es que esta polarización que se produce en los medios y en las redes sociales apenas llega a la calle. El país -con todos sus problemas y preocupaciones- sigue funcionando, lo que vuelve a poner de manifiesto el evidente distanciamiento entre el debate público y la realidad cotidiana.
No es ninguna novedad. Esto ya se ha puesto de manifiesto en muchas de las últimas elecciones que se han producido en Europa y EEUU, donde el fuego cruzado entre posiciones radicalizadas -representado por los medios- ha acabado por demostrarse falso.
Y lo que es peor, ha alejado a muchos ciudadanos de un debate que debería ser de ideas, intelectual, y no estrictamente partidario solo para ganar votos. De un debate sobre el terrorismo o sobre qué hacer con Cataluña, pero no mezclando ambas cuestiones porque no tienen nada que ver, como han preferido hacer unos y otros. Tirios y troyanos., Esas mismas dos españas que nos llevaron a la tragedia y que hizo decir a Manuel Chaves Nogales: “Si vuelvo a España me fusilará cualquiera de los dos bandos”.
Una de las múltiples manifestaciones por la independencia de Cataluña. Septiembre, 2012
No se trata de un problema menor. La ausencia de canales civilizados para el debate político -y en esto juegan un papel esencial los medios de comunicación- no solo empobrece a la sociedad, sino que, además, la encanalla y agrieta, lo que favorece el conflicto y no la solución.
Esta ausencia es especialmente grave cuando, además, existe una obscena interacción entre prensa y líderes políticos, lo que acaba por hacer estallar cualquier canal de entendimiento.
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Cualquier propuesta constructiva que no coincida con la que esgrimen los dos extremos del tablero tiende a considerarse acomplejada y hasta ruin, por lo que rápidamente se desecha por no ser suficientemente contundente. Colaboracionismo en estado puro con el enemigo.
No en vano, estamos ante una cuestión de huevos que no admite traidores a la causa: la célebre equidistancia que en España -no se sabe muy bien por qué- tiene mala prensa porque es de acomplejados y de gente sospechosa, de carácter débil no apta para el combate. Lo que toca es lucir testosterona ideológica en dosis de elefante.
Toca cavar trincheras para mantener prietas las filas, que es lo más recurrente cuando se carece de propuestas para embridar un asunto que emponzoña la vida política desde hace más de una década en su formato más reciente. Y que ahora vive uno de sus momentos más dramáticos. Sin lugar a dudas, porque el nacionalismo ha emprendido un viaje hacia la nada y en el otro lado no hay respuesta política.
Y así es como el debate intelectual está ausente de todo lo que rodea a la cuestión catalana. Nadie podía pensar, sin embargo, que también afectaría a lucha contra el fanatismo terrorista. Mucha farfolla y pocas ideas, lo que necesariamente lleva a desconectar a muchos ciudadanos hartos de tanta memez.
Twitter: @mientrastanto