La ilusión del salario mínimo
Es una hermosa ilusión pensar que se puede aumentar el poder adquisitivo de la población por decreto. Es la demagogia (o, utilizando un término más neutro, el buenismo) que aqueja a muchos políticos, particularmente aquellos con un corte autoritario.
El pueblo podrá vivir mejor porque así lo he decidido, al parecer creen firmemente. Y este inicio de 2023 se aumentarán los salarios mínimos en México en 20%, pasando a 312.41 pesos diarios en la Zona Libre de la Frontera Norte y a 207.44 pesos diarios en el resto del país.
Aumento importante a un salario irrelevante
El incremento es importante porque es claramente superior a la inflación en más de diez puntos porcentuales. Implicaría, por ello, una subida en el poder adquisitivo de muchas personas, excepto por el hecho que prácticamente nadie percibe el salario mínimo en México.
Nadie lo gana porque es demasiado bajo. No es que los salarios en México sean elevados, sino que ese mínimo es más todavía más bajo, lo que se conoce en economía como un precio (en este caso el precio del trabajo) irrelevante. Con respecto al salario que rige en casi todo el país, se trata de 26 pesos por hora.
Personal de apoyo doméstico o realizando tareas básicas en el sector construcción, entre muchas posibilidades de trabajos que requieren escasa educación y capacitación, ganan más o incluso mucho más que esa cifra. No significa que perciban grandes salarios, simplemente que el mínimo no funciona como ese “piso” al que aspiran aquellos que lo legislan.
Esto último es afortunado, dado que entonces el salario mínimo sí tendría un impacto, aunque quizá no el buscado. Tomando un ejemplo extremo, digamos que el gobierno mexicano decreta un salario mínimo de mil pesos diarios. Hay tres alternativas para todos aquellos patrones, grandes y pequeños, quienes son los que realmente deberán pagar por semejante generosidad. La primera, evidentemente, es pagar ese salario, para impresionante beneficio de quien lo percibirá. Que ocurra esto es altamente improbable.
Lo que sí es probable es que ese empleador notifique al trabajador la imposibilidad de pagarle ese salario, y proceda a despedirlo. El aumento salarial provocó entonces desempleo. Otra posibilidad es que le diga que no puede pagarle esa cantidad, pero sí una inferior, o que la alternativa es despedirlo. Entonces lo que trajo esa subida fue un aumento, pero de la informalidad laboral.
Monterrey no es Tuxtla Gutiérrez
Puede argumentarse que el salario mínimo puede dar un empujón al monto que está dispuesto a pagar un empleador, mejorando el ingreso del trabajador correspondiente. Es sin duda factible, aunque el margen para que ello ocurra es pequeño, y la alternativa del desempleo o la informalidad es mucho mayor.
Pero el problema es que un salario mínimo que realmente sea un “piso” en Monterrey, sería demasiado elevado en Chiapas, y lo que sería aceptable en Oaxaca sería irrelevante en Guadalajara. Un salario mínimo nacional no funciona, ciertamente no en un país tan extenso y diverso como México.
No es algo privativo del salario. Todo precio mínimo o máximo que es relevante, esto es, que rompe con el equilibrio de la oferta y la demanda, distorsiona el mercado correspondiente. Poner un salario mínimo como piso y esperar que aumente el bienestar es como poner un precio máximo al pan y esperar que se reduzca el hambre de los más necesitados. Lo que sí puede provocar en el segundo caso es escasez de pan, y por ende mayor hambre.
La mejor evidencia de que el salario mínimo en México no es relevante, a pesar de los significativos aumentos en años recientes, es que no ha tenido impacto aparente sobre el desempleo, la informalidad o los precios (esto es, no ha tenido un impacto sobre la inflación).
Pero, de seguir esos incrementos, sin duda un día se llegará a causar daño, con suerte informalidad y no desempleo –como de hecho ocurrió en México en la década de 1970, en que el salario mínimo era tan alto que en realidad millones de personas no lo ganaban.
El “máximo” en términos de poder adquisitivo de ese salario se alcanzó en octubre de 1976, pero las elevadísimas inflaciones de la década siguiente lo redujeron a algo irrelevante, posición en la que los políticos de la actualidad se obstinan en sacarlo, sin entender que se ilusionan con algo que nunca ocurrirá: un salario mínimo que realmente funcione. El bienestar no se decreta.