La narrativa del déficit fiscal histórico
El Gobierno Federal tiene una meta sexenal de endeudamiento, y hay que cumplirla.
Ocurre que tras cinco años se estaba quedando corta. Se espera que en 2023 el nivel de la deuda total del sector público alcance 46.5% del PIB, cuando la propuesta original era 48.5%. Hay que recuperar esos puntos perdidos de deuda/PIB, por lo que habrá que aumentar en forma extraordinaria el gasto público en el último año, para así también incrementar el déficit fiscal a niveles no alcanzados en décadas, y de esa forma endeudar al país mucho más, para así llegar al objetivo, que es 48.8% del PIB para el cierre de 2024. Con eso se habrá alcanzado una senda de endeudamiento sostenible y estable.
Esta singular narrativa es la que está presentando el Secretario de Hacienda y Crédito Público para justificar el déficit de 5.4% del PIB propuesto para 2024. Cinco años de presumir que el gobierno encabezado por Andrés Manuel López Obrador era conservador fiscalmente a pasar a decir que hay una meta de endeudamiento que da margen para gastar en una forma extraordinaria. Por supuesto que podría dejarse una deuda inferior, pero hay que cumplir con la meta más elevada.
Los tres conflictos fiscales
Rogelio Ramírez de la O quizá no esté muy satisfecho del que será su último presupuesto (no lo deja muy bien parado que digamos), pero finalmente cumplió con quien lo designó, como ha hecho siempre. López Obrador tenía tres conflictos que chocaban entre sí en 2024:
Su compromiso de no aumentar impuestos durante su gobierno;
Su compromiso de ser un conservador fiscal (esto es, déficits fiscales bajos y endeudamiento por ende bajo), y
Terminar sus obras emblemáticas, particularmente el Tren Maya y la Refinería Olmeca-Dos Bocas.
Las tres eran incompatibles entre sí y tuvo que escoger. El ganador fue, quizá en forma inevitable, lo que consideró que era más importante para su legado: acabar sus obras a como (más bien cuanto) diese lugar. ¿Por qué no financiarlas con un fuerte aumento de impuestos? Porque habría que tenido que ser, efectivamente, muy elevado para recaudar dos o tres puntos de PIB. La tan criticada reforma fiscal de Peña Nieto, aprobada a fines de 2013, fue precisamente lo que consiguió.
Buscar un objetivo similar quizá hubiera sido muy costoso políticamente, sobre todo entre empresarios y clases altas y medias, esto es, aumentando el impuesto sobre la renta (el IVA es intocable, ya no hablemos de los impuestos a las gasolinas). De por sí el presupuesto 2024 espera lograr, pecando en mucho de optimismo, una recaudación tributaria histórica, equivalente a 14.4% del PIB, medio punto arriba de lo que se espera lograr este año.
Lo que quedaba era tirar por la borda la fachada de conservador fiscal, que es lo que está tratando de rescatar la extraña narrativa del titular de Hacienda: no es que estemos gastando mucho, es que nos quedó mucho margen para hacerlo porque nos debimos endeudar más en el pasado y nos estamos poniendo a mano con la meta de endeudamiento sexenal.
Ramírez de la O apuntó que Felipe Calderón aumentó la deuda pública total (los llamados SHRFSP, saldos históricos de los requerimientos financieros del sector público) en 7.3 puntos de PIB (de 28.2% a 35.6%) mientras que Peña Nieto lo hizo en 8.0 puntos (de 35.6% a 43.6%). Por ello, que López Obrador lo haga en 5.2 puntos (hasta el 48.8% propuesto en el Presupuesto 2024) es señal de responsabilidad fiscal. No importa el déficit fiscal anual que sube considerablemente, lo que es relevante es, de acuerdo con la peculiar óptica hacendaria, el endeudamiento sexenal como porcentaje del PIB.
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Otro elemento peculiar, por llamarlo de alguna manera, de la narrativa hacendaria es que se terminarán las obras emblemáticas del sexenio (o elefantes blancos, depende de la perspectiva) y entonces desaparecerá ese déficit… y ya no aumentará la deuda como porcentaje del PIB. De acuerdo con las proyecciones oficiales del presupuesto, la deuda se mantiene en esa cifra de 48.8% del PIB hasta el penúltimo año del siguiente sexenio.
Según esas proyecciones, en 2024 se tiene un balance primario (esto es, el balance del sector público sin considerar el gasto que representa el pago de la deuda) con un déficit de 1.2% del PIB. En 2025 se transforma en un superávit de 0.9% del PIB, una corrección mayor a los dos puntos. En pocas palabras: nos agotamos el margen de endeudamiento y pagará la administración entrante, al cabo que no tendrá obras emblemáticas que hacer y ya se habrán terminado tren, refinería y corredor transístmico (algo también muy optimista).
Las narrativas son peculiares, por decir lo menos, y muchos supuestos optimistas (una excepción notable es el precio del petróleo esperado). Esa clase de mezclas rara vez acaban bien, por más que se obstinen en creer lo contrario el Presidente y su Secretario de Hacienda.