Lo que nos dice el Paquete Económico 2025
En México siempre que queremos que algo salga bien “hacemos changuitos”, con ello queremos expresar esa pequeña esperanza de que las cosas funcionen.
El pasado 15 de noviembre, el gobierno presentó su primer Paquete Económico para 2025, una propuesta que a simple vista parece comprometida con la estabilidad y el control de las finanzas públicas. Pero, para muchos, el paquete también evoca la necesidad de “hacer changuitos”, un deseo de que el optimismo en las cifras y la solidez de sus supuestos se conviertan en realidad. Al final, cualquier error en su ejecución podría abrir la puerta a desequilibrios fiscales significativos.
El paquete, que incluye la Ley de Ingresos (LIF), los Criterios Generales de Política Económica (CGPE) y el Presupuesto de Egresos (PEF), deberá ser aprobado por el Congreso antes del 15 de diciembre. Y, aunque podría calificarse de conservador, este presupuesto parece depender demasiado de supuestos optimistas, y esa dependencia lo hace vulnerable en su ejecución.
El gobierno busca reducir el déficit fiscal en 2 puntos del PIB. Esta medida es bienvenida por dos motivos. El primero es que no plantearon la reducción de 3 puntos que se había incluido en el paquete del año pasado, lo que habría llevado a que reducir, aún más, la expectativa de crecimiento. El segundo motivo es que sí se propuso una deseable consolidación gradual, sobre todo porque se calcula que se mantendría la relación deuda/PIB en niveles de 51.4%, con un superávit primario en 2025. Pero ¿qué tan alcanzables son estos objetivos?
Al observar de cerca las cifras, encontramos supuestos que parecen demasiado optimistas. El gobierno prevé que la economía crecerá un 2% en 2024 y entre un 2% y un 3% en 2025. Sin embargo, estos números contrastan con las proyecciones del mercado y de muchos analistas, que anticipan una desaceleración mucho más fuerte de la actividad económica. Al final, esta diferencia es clave: si el crecimiento real es menor al esperado, los ingresos fiscales podrían ser insuficientes, y el déficit podría reducirse menos de lo previsto. Además los niveles de deuda a PIB podrían incrementarse.
La estimación del tipo de cambio también levanta preguntas. Se proyecta que el peso cierre 2024 en 19.7 por dólar, y en 18.5 en 2025. Estos niveles son más optimistas que los proyectados por otros analistas y, en el contexto de una economía global en constante ajuste, el escenario podría complicarse con la llegada de Trump a la presidencia de Estados Unidos.
Mientras tanto, el gobierno prevé una plataforma de exportación de 900 mil barriles diarios este año, que luego bajaría ligeramente a 892 mil en 2025. Esta cifra contrasta con el promedio de 788 mil barriles diarios en 2024 y la diferencia no es menor. Los ingresos petroleros son sensibles a las variaciones tanto en el precio como en los volúmenes de exportación de petróleo.
Pemex enfrenta un desafío crítico. El presupuesto asigna una transferencia de 136 mil millones de pesos a Pemex para ayudar a la empresa a cumplir con sus obligaciones de deuda y evitar más endeudamiento. Se han anunciado también medidas para reducir la carga fiscal de Pemex. Se tiene contemplado consolidar varios de los impuestos aplicados a esta empresa en el llamado Derecho Petrolero para el Bienestar, pero que mantiene la carga fiscal en alrededor del 30%. Para cumplir las expectativas, se necesita más que disciplina financiera: un apoyo adicional y significativo del gobierno podría ser inevitable. Pemex enfrenta obstáculos tanto financieros como en su operación, por lo que la posibilidad de necesitar un apoyo gubernamental aún mayor no es un escenario lejano.
Aquí es donde entra el dilema. Mientras que el presupuesto exige “disciplina financiera” para Pemex, esta exigencia se enfrenta a los objetivos de aumentar la participación de la empresa en los proyectos del sector. Parece una paradoja: por un lado, se le pide a Pemex que actúe de manera austera; por otro, se espera que lidere el crecimiento en un sector estratégico. Esta ambivalencia crea dudas sobre la coherencia de la estrategia a largo plazo.
Por lo que respecta al gasto, se contempla una reducción de 1.6 puntos del PIB derivado de reducciones tanto en el gasto de operación, como en el gasto de capital. Este último cobra relevancia en el contexto de un estimado de crecimiento optimista basado en la demanda interna. Mientras tanto, los gastos fijos del gobierno, como las pensiones, el costo financiero de la deuda y el gasto en empresas públicas, representan casi alrededor del 20% del PIB (80% del presupuesto total). Esta rigidez deja poco margen para adaptarse a un entorno económico cambiante, y se vuelve un riesgo en caso de que la economía crezca menos de lo previsto o enfrente shocks inesperados. Este margen se reduce aún más si tenemos en cuenta que los programas sociales prioritarios representan 2.3% del PIB. Cualquier necesidad adicional de financiamiento de Pemex o ajustes fiscales podría hacer que la carga de la deuda pública se vuelva insostenible.
El reciente cambio de perspectiva a negativa por parte de Moody’s añade una presión extra: ¿podrá México evitar un recorte en su calificación, especialmente si el apoyo a Pemex crece aún más? Un recorte en la calificación aumentaría los costos de financiamiento para el país, dificultando aún más la consecución de los objetivos fiscales y elevando la carga financiera de la deuda pública. Si Pemex requiere mayor apoyo que el anunciado, la calificación de México podría acercarse cada vez más a perder el grado de inversión.
La situación fiscal es cada vez más frágil. El gobierno tiene una oportunidad y una gran responsabilidad. Para cumplir con el paquete, hará falta una precisión quirúrgica, transparencia y, quizás, más que un poco de 'suerte'. Porque, aunque hacer changuitos es un buen comienzo, México necesita algo más que deseos para mantener su estabilidad económica.
La prudencia y la transparencia en la gestión de estos recursos son clave para mantener la confianza de los inversionistas y del público. La credibilidad de un gobierno no solo se construye sobre promesas, sino sobre la capacidad de cumplirlas, incluso cuando los tiempos se ponen difíciles.