Top Gun: la peor experiencia cinematográfica de mi vida

El cine en realidad es una experiencia compartida, es como una armonía. Y cuando esa armonía no se produce hay un malestar, como escuchar mala música, o música disonante.
18 Junio, 2022
Top Gun.
Top Gun.
Cinetlán

*Artículo dedicado a Martha León que el 2 de junio cumplió años. ¡Gracias por todo mamita! ¡Por siempre estar al pendiente de mí!

En 1987, a los 12 años, entré a la Escuela Secundaria. Ese primer año fuí a una escuela particular llamada Colegio Makarenko, en Calzada de los Misterios 709, entre Fortuna y Euzkaro. En ese entonces era una escuela prácticamente nueva. Al parecer el dueño-director era admirador del pedagogo soviético, autor del Poema Pedagógico, consentido de Stalin. Y sí, era una escuela cuadrada y rígida. Aunque eso describe a muchas secundarias -sino es que a todas- son soviéticas en espíritu.

Las clases habían iniciado apenas, tendrían una semana o dos. Siempre fui medio despistado y distraído y aquel lunes 10 de agosto de 1987, al llegar a la escuela no noté de primera mano la euforia que había. Había un ambiente muy animado en el patio escolar, como una especie de recreo previo a tomar clases. Nunca supe si así era siempre, porque para disfrutar este pre-recreo tenía uno que llegar temprano, como a las 6:30 de la mañana aproximadamente. Y para ser honesto, yo lo disfruté muy pocas veces. Una o dos veces en realidad… en todo el año escolar. Y ese fue uno de esos días. Llegué con la indolencia de cualquier alumno que madruga en lunes y se desplaza en camión 10 minutos para llegar a su escuela.

Por ese entonces ya vivíamos en la Colonia Guerrero a contra esquina de la Lagunilla y a un costado de Tepito. De hecho desde la ventana de mi casa se veía el Bombay. Vivía a una cuadra del Monumento a San José de San Martín, al que veía alzar su montura contra el cielo todas las mañanas entre 6:15 y 6:30 de la mañana, mientras rodeaba su basamento para llegar al paradero del Paseo de la Reforma y tomar el camión que me dejara en Calzada de Guadalupe a la altura de Euzkaro. 

Tras saludar a algunos compañeros del grupo –me apena mucho no recordar todos sus nombres- llegó el que tenía la personalidad chispeante, animado, regordete de talla baja y anteojos, con su alegría y su bonhomía de todos los días: -Qué hicieron el fin de semana- preguntó, hubo un breve silencio, quizá de medio segundo, porque no espero respuesta, continuó- no manches, yo fuí a ver Top Gun. ¡Ya la viste! – me preguntó a mí, en ese momento yo era el que estaba más cerca. Algo se iluminó en el rostro de todos. Negué con la cabeza, algo entumecido todavía por la mañana. Entonces se desentendió de mí en una fracción de segundo.

-Yo la vi- dijo otro.

-No ma’ qué pin… película tan chingona…- Todos concordaron.

-Tsss… gacho – escuche que dijo alguien más.

- Si no manches, peliculón- dijo otro.

-Mi hermano está en la fuerza aérea y dice que los aviones si son los que usan allá en el gabacho – añadió otro.

 

Poco a poco, lentamente, me fuí dando cuenta que varios grupos en el patio estaban hablando de lo mismo.

- ¿Cómo se llama la película? – pregunté fuera de sincronía con la conversación, porque nadie respondió. Pero no fue un desprecio, ni un ninguneo. Creo que hable muy bajo y no me escucharon, me ganaba la inseguridad. Además ya estaba detrás, en las sombras, totalmente gris. Tuve una fuerte sensación de desazón, quizá de tristeza, aquel día: la sensación de estar al margen de algo, al parecer, muy importante para todos, de estar al margen de una experiencia que todos compartían. Y ahora que lo reflexiono a la distancia me parece que es la sensación de no pertenecer, de quedar fuera.

Aunque viera después la película, la oportunidad de participar en la conversación fresca, de primera mano, había pasado. Es una razón por la cual vamos a ver la película en el estreno o en la semana de estreno: para estar en la conversación. Me pareció que debía tomar la película muy en serio: ese tipo de reacciones te pican la curiosidad y te crean expectativas muy altas. A la salida volví a abordar a mi compañero -¿Cómo se llama la película?- Se llama Top Gun- me contesto, -con el Tom “Cruz”. –Diles a tus papás que te lleven, está en el Cine Cosmos. 

La verdad nunca me gustó el Cine Cosmos, hoy día transformado en el “Faro Cosmos”, un Centro Cultural del gobierno o algo así. En aquellos años en los que yo asistí me parecía un cine muy feo. El más feo que yo conocí al menos. Y me fastidiaba mucho ir, se hacían filas kilométricas para entrar -de cuadras, lo que era muy fastidioso- pero el afore era tan grande que siempre había lugares. Fui muy pocas veces, llevado siempre por un amigo vecino.

Mi mamá solo me llevaba al cine que teníamos cerca, el “Juan Orol” en la calle de Soto, porque podíamos llegar caminando. Debía conformarme con la cartelera que programaba este cine. Así que me resigné: no vería “la mejor película de aviones de la historia”. Pero fue una semana eterna y amarga: porque el tema venía a cuento una y otra vez. Por la tarde, mientras hacía mis labores con el televisor encendido en Canal 5, me di cuenta que pasaban el tráiler por la televisión, y me hacía suspirar. Seguramente ya había visto el tráiler antes de aquel día, pero no le había puesto atención.

El viernes salí con mi palomilla de la vecindad y ocurrió algo que me imaginé: mi mejor amigo me preguntó si ya había visto la película. No pude con eso y mentí: le dije que sí[i]. Para el niño de 12 años que yo era significaba demasiada presión social. Afortunadamente mi mentira no trajo consecuencias graves, no tuve que añadir nada, él comenzó a hablar de escenas de la película, con tanto entusiasmo que yo nada más asentía y le daba la razón. - ¿No crees que Tom “Cruz” es el mejor actor de cine? – me preguntó haciendo ahora sí una pausa para escucharme.

- El mejor, sin duda – dije con firmeza y seguridad

- O te gusta más Iceman – preguntó. Quizá mi respuesta no había sido tan firme como yo creía.

- Iceman no está mal, pero Tom Cruz es mejor – Baje bien ese balón, pienso.

- ¡Hay que ver todas sus películas! ¡Hagamos ese pacto!

- Si, está bien. – dije.

No debí hacer ese pacto porque la siguiente película en cartelera de Tom Cruise fue “Cóctel” (1988) pero bueno yo que sabía[ii]. En fin, me perdí la “mejor” película de aviones de la historia, que se había estrenado el jueves 6 de agosto –los días de estreno eran los jueves- pero estuvo cuatro semanas en cartelera. Y yo… snif… no la vi. Y pasaron dos años. Para segundo grado cambié de escuela, ahora estudiaba en la Secundaria Técnica número 23, en Estrella 27, a la vuelta del Parque “Los Ángeles”. Ahora hacía 10 minutos caminando y podía dormir media hora más todas las mañanas.

Pero como al que madruga Dios lo ayuda, en septiembre o en octubre de 1989 ocurrió algo mágico, una de las grandes emociones de mi vida, de esas que te endulzan la vida. Un viernes mi mamá me despertó antes que saliera el sol. Siempre me paraba temprano para ir a la escuela, pero ese día era mucho más temprano, parecía de noche. Yo sentía que no había dormido nada. Me dijo: ¡Ven a ver lo que trajo tu papá! Creo que le dije que sí y me volví a dormir.  

Me volvió a sacudir, y me tomó de la mano. Me paré medio dormido, la verdad. Me llevó al comedor y me dijo: ¡Mira! Me quedé un poco atontado. Veía una caja, y no entendía aún. ¡Mira lo que es! Mi mamá abrió la caja y sacó de ella un aparato… entonces sí desperté, me latía el corazón, quizá hasta lloré: ¡Era una videocasetera, una VHS! Mi mamá se dio cuenta de cuanto me emocioné, de cuanta alegría me dio. Pero no quería sentir tanta felicidad, quizá había algo malo detrás… No lo podía creer.

- ¿Por qué la trajo mi papá? –Le pregunté ¿Es para navidad? ¿Es prestada? ¿La va a vender?

- No tonto, es nuestra, ya la puedes instalar si quieres –

Creo que grité… Quizá hasta bailé… no sé… estaba eufórico. - Ya la voy a instalar le dije a mi mamá.  

- No –me dijo- arréglate, ve a la escuela y ahora que regreses la instalas.

Y salió de casa un niño muy feliz: ¡Yo pensé que nunca íbamos a tener una videocasetera! No la esperaba. No recuerdo nada de ese intervalo entre ir a la escuela y volver casi corriendo a casa. Mi mamá me ayudó a acomodar la VHS en el mueble donde estaba el televisor, la conecté, pero entonces caí en la cuenta de un pequeño detalle… -¿Y cómo la vamos a probar si no tenemos casetes?- A mi mamá le dio mucha risa mi comentario. Obviamente ella ya lo había pensado y estaba esperando hasta que yo cayera en la cuenta.

Por la tarde mi mamá me llevó a dar un largo paseo. Caminamos todo el Eje 1 norte, Mosqueta, hasta Buenavista, que tenía una pinta muy distinta a la que tiene hoy. En la esquina de Mosqueta e Insurgentes había un “Videocentro”. Ya lo había visto pero nunca había entrado: ¿Para qué? Ahora entré con mi mamá y se desplegó frente a mí aquella fantástica videoteca. No estuvimos mucho tiempo, al menos no el tiempo suficiente. Mi mamá solo pidió informes. Luego fue hasta donde yo estaba y me dijo: -Venimos el próximo fin de semana, porque si rentas el jueves te prestan más días las película, y así vas a poder ver varias.  

Conté los días para que llegará el jueves por la tarde… ya que convenía más rentar ese día específico porque el préstamo añadía un día adicional. Mi mejor amigo me prestó una película para aliviar mi ansiedad. ¡Genial! Pero la película no entraba en la videocasetera, no la pude ver. ¿Estaría descompuesta? Mi mejor amigo subió al apartamento a ver mi casetera, y al llegar sonrío. -Ah, es que es VHS, y esta es Betamax. Son diferentes casetes.

- ¿Hay diferentes casetes? 

- Estas son nuevas, acaban de salir – me dijo mi amigo. Tienes suerte.  

No me parecía suerte. Fue mi primer encuentro con los formatos. Pues ni modo, no me quedó más remedio que esperar hasta el jueves. No podía ocultar mi ansiedad, llegamos al videocentro y debo haber estado ahí dentro más de una hora[iii]. Mi mamá no es una persona muy paciente, pero a mí siempre me tuvo paciencia. Me dejó ver y ver y ver, entre los pasillos. Finalmente acumulé trece películas. -Solo vamos a llevar siete. - Me dijo mi mamá - Escoge. ¡Ay que difícil! Escogí 7. Las otras podía rentarlas después. En fin.  En el mostrador la señorita nos dijo: -Estas son Betamax, ¿esta bien?  ¡Eran Betamax! Una hora perdida. -Y no las tiene en VHS- pregunté.

- Tiene que buscarlas en la sección de VHS.

- ¿Y cuál es?

- Esa de allá.

El VHS al parecer se había introducido apenas en México, o iba muy lento, porque la sección de VHS era muy pequeña, el formato era más caro, y la mayoría eran estrenos… lo que hacía que fueran todavía más caras. Y por supuesto, no estaba ninguna de las películas que había elegido en Betamax. Mi mamá me presionó para que me diera prisa. Pero no perdí el entusiasmo, elegí rápido y escogí siete. Aprendí aquel día que rentar siete era demasiado para un fin de semana. Devolví tres sin haberlas sacado de la caja. Y aunque yo sabía que era difícil ver tantas películas, casi siempre me decía a mi mismo “solo tres” y terminaba rentando cuatro, y casi siempre devolvía una sin ver. ¡Ay mis manías! De aquel primer montón de películas solo recuerdo una con Dennis Quaid “Muerto a llegar“ (1988) de Annabel Jankel. Debe ser buena porque la recuerdo muy bien, bien tramada y emocionante.

Mi mamá le dijo a mi papá que yo sabía escoger muy bien las películas. Un fin de semana, me dijo mi mamá que mi papá le había dicho que yo escogiera una película para verla todos. Pasarían la tele al comedor, y ahí todos reunidos, mis papás y mis hermanos pequeños, disfrutaríamos la función, habría hamburguesas y refresco. Así que debía escoger una buena película: al llegar al videocentro estaba ni más ni menos que de estreno “Top Gun”. ¡La película perfecta! ¡Que más podía pedir para un fin de semana! Pero en realidad renté tres películas. No recuerdo las otras dos.

Todo estaba listo para la función y mi papá, -en calzones por supuesto, que era como a él le gustaba disfrutar el fin de semana en casa- miró las cajas. La película que yo había escogido no le inspiraba ningún entusiasmo, él prefería poner alguna de las otras. Y entonces yo defendí mi elección: “Dicen que es la mejor película de aviación que se ha filmado”. -Quién dice- me interrogó mi papá.- Tomé aire – ¡Todos! ¡Le ha gustado a todo el mundo! En la secundaria todos se volvieron locos con la película, se ve que es muy emocionante, y los actores son muy buenos, esta Tom Cruz. – ¿Tus compañeros de la escuela? – Sí, pero no solo ellos… -Está bien ponla. Vamos a ver qué tal. – Dijo escéptico.

Deslice el casete y la película comenzó. No sé cuanto tiempo corrió cuando mi papá me volteo a ver. – ¡Chamaco! – me dijo – ¡Esto es una gringada!

Yo me quedé callado. “Gringada” quería decir una película hollywoodense de fórmula. Donde siempre hay un americano que es Juan Camaney. Y entonces comenzó a ser muy didáctico en las “jaladas” de la película. Predecía algo que iba a ocurrir y ocurría con tal acartonamiento… Es decir, predecía la película con tanta precisión que era realmente ridículo, o sea mi papá creaba un distanciamiento brechtiano con sus “comentarios” y ese énfasis, acentuaba lo mala que en verdad era. Y lo hizo toda la película. Parte por parte. Y cada que atinaba, se reía, muy satisfecho de sí mismo. Fue una experiencia muy vergonzosa y muy humillante: porque mi papá tenía razón. La película no era mala. ¡Era muy mala! Y ese era el problema esencial… que tenía razón.

Si me hubiera gustado la película no me hubiera importado lo que me decía mi papá. Incluso la hubiera defendido. Pero no hubo ni un comentario que hiciera mi papá que no fuera cierto. “Maverick” era el héroe americano más estereotipado posible, “Iceman” el rubio mala onda, y tenía a la “rubia” de la película, el usual manejo objetual, aspiracional, decorativo –patriarcal en pocas palabras- del personaje femenino, era totalmente predecible de principio a fin. Fue una hora y cuarenta minutos francamente eternas. Cuando inició la secuencia de créditos se hizo un silencio, de esos densos. Y mi papá lo rompió diciendo: ¡Qué buena película! - Y soltó la carcajada, seguido de mis hermanos, que no sé sí entendían lo que ocurría, pero obviamente les contagiaba la risa. – ¡Que buenas películas recomienda tu hijo! – le dijo a mi mamá entre risas, con ironía y reproche. –Ya déjalo en paz, a él se la recomendaron. - me defendió mi mamá.

- ¿Quién te la recomendó? – me preguntó un tanto más serio.

- Mis amigos – dije totalmente derrotado.

- Pues diles a esos chamacos que son unos “burros” – y se volvió a reír.

No miento al decir que fue la peor experiencia cinematográfica de mi vida. El cine en realidad es una experiencia compartida, es como una armonía. Y cuando esa armonía no se produce hay un malestar, como escuchar mala música, o música disonante. Hay un mal momento. Seguro muchos han vivido esta experiencia de decirle a alguien: mira esta película, te va a encantar… y que eso no ocurra, o que ocurra lo contrario. Y bueno dárselas de experto y quedar expuesto, debe ser también de las peores experiencias humanas en cualquier contexto.

Fue también la última vez que hubo una función especial en casa, que triste que terminó así. Mi papá era un cinéfilo de buen gusto y prefería las películas dramáticas e históricas; también le gustaba el cine mexicano, pero el buen cine mexicano. Yo por mi parte estuve de muy mal humor un tiempo, y algo tristón. Ya no quería ir al Videocentro. Mi mamá me llevó con engaños, y luego me pidió que escogiera las películas, cosa que ya no quería hacer: ese día llegamos a un acuerdo de escoger dos y dos. No volví a creer en la opinión de los demás, siempre, aunque tuviera devoción por el crítico, preferí ver yo las películas, tanto si las consideraban malas o buenas. Y si no la he visto mejor no opino.

Ahora en defensa de mis amigos, compañeros de clase y mejor amigo, debo decir que todos éramos niños de 12 años, ¿Qué íbamos a saber de cine? No éramos críticos de cine. Además… ellos vieron la película en el cine. En pantalla grande. Estoy seguro que para ellos debe haber sido una gran experiencia. Y que ahora deben estar felices -¡Ójala lo estén, Dios mediante!- recordando su experiencia al ver “Top Gun Maverick” (2022). Porque estar en el cine es muy diferente a ver la película en un monitor. En el cine hay este efecto de inmersión, tan importante. La gran pantalla succiona tu atención, te compromete más, te interna más. Es una experiencia más emocional. Con el monitor se da un efecto de mayor distanciamiento: la mirada es más severa. Quizá por eso también Tom Cruise esperó hasta estrenar en salas: porque su película en un monitor quizá no pase el control de calidad de la mirada.                

 

 

[i] Actualmente ya no me pesa nada, decirle a cualquiera que no he visto una película, que no conozco a tal director, que no he leído tal libro: lo hago sin remordimiento. Si me interesa como me lo presenta dicha persona, hago lo posible por compartir su experiencia, ver la película o películas de dicho director, leer el libro en cuestión. Pero solo si hay buen diálogo y conversación. Porque también viví la experiencia de confesar no haber visto una película o no haber leído un libro, y que la otra persona dijera: ¡como dices que sabes de cine si no has visto tal película! O ¡Si no has leído tal libro entonces no hables de literatura! Y con esa humillación o intento de humillación, cerraban la conversación. De estos sujetos ahora pienso, lo que me han dicho a mí los milenials en redes varias veces cuando les enmendó la plana: “siempre hay un mamador”. Por más pasión que sienta uno por alguna de las artes, no existe el que lo haya visto todo, o el que lo haya leído todo, es humanamente imposible. 

[ii] Ya habíamos hecho un pacto de ese tipo antes: quedamos en ver todas las películas del “productor” Steven Spielberg, sin excepción. Porque era el “productor” de “E.T. El Extraterrestre”, de “Encuentros Cercanos del Tercer Tipo” y también de “Los Cazadores del Arca Perdida”. La semilla de una cinefilia apasionada estaba en nosotros, su mamá de mi amigo compraba la revista “Tiempo Libre” cada semana, y juntos leíamos las reseñas de Nelson Carro. Y no recuerdo en donde exactamente, pero yo comencé a leer también a Leonardo García Tsao –a quién siempre he admirado mucho y esa admiración continua hasta hoy-  Recuerdo su reseña de “Encuentros cercanos…” Decía que un científico que asesoraba a Spielberg había renunciado al proyecto por diferencias creativas con el director, la diferencia era que Spielberg quería que quién fuera al espacio, fuera una persona común. Cualquier persona. Mientras que el científico pensaba que si hubiera la oportunidad de viajar al espacio con una civilización extraterrestre debía ser un científico: para que iba a querer viajar al espacio cualquier persona ¿Para poner un puesto de hamburguesas? Era una reseña adversa. En aquel entonces Spielberg no era bien visto por la crítica. Ahora pienso que dicho científico debe haber sido Carl Sagan, y que luego de sus diferencias con Spielberg debe haber escrito su libro “Contacto” (1985), en el que mando a su científico a recorrer la galaxia. Es una conjetura, pero cuadra.

[iii] Como una hora no era suficiente para mí. Otro día me escape al videocentro y creo que estuve ahí toda la tarde, o tres horas aproximadamente viendo cajas y leyendo las reseñas del dorso.

Luis F. Gallardo Luis F. Gallardo Nació en la Ciudad de México, en medio de los cohetones que echaban los suavos y zacapoaxtlas para conmemorar la batalla de Puebla, un 5 de mayo de 1975. Pertenece a la generación 1996 del CUEC, donde estudió Cinematografía, también estudio Letras Hispánica en la UNAM. Se especializa en guiones de programas de televisión cultural y educativa, de esos que pasan de madrugada. 18 años de experiencia en docencia, capacitación e investigación cinematográfica. Ha visto un par de películas. Baila salsa.

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