Destruir al CIDE es destruir un mejor futuro
El Centro de Investigación y Docencia Económicas representa lo mejor de una institución de educación pública: una extraordinaria calidad académica con las puertas abiertas a los menos privilegiados, brindando una posibilidad de acceder a una educación extraordinaria gracias al subsidio de los contribuyentes.
Una institución meritocrática para aquellos que han demostrado tener capacidad intelectual, disciplina y ambición. En pocas décadas, se ha transformado en un semillero de profesionistas de calibre y, además, un peldaño en la escalera de la movilidad social, especialmente estrecha en el caso de México.
De Echeverría a Salinas
El CIDE, como el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología, nació en el sexenio de Luis Echeverría. Parecería entonces que, acorde con las inclinaciones presidencialistas y el pensamiento prevaleciente en la época, habría sido una universidad con enfoque estatista y desarrollista.
Fue exactamente lo que ocurrió, con ese primer CIDE nutrido además con los científicos sociales chilenos, destacadamente economistas, que llegaron a México tras el golpe militar de Augusto Pinochet en contra del gobierno marxista de Salvador Allende. Entre los más destacados que encontrarían cabida en la institución destacó Pedro Vuskovik, el primer Ministro de Economía de Allende.
La primera época del CIDE, acorde con el pensamiento económico dominante en la época, era una mezcla de keynesianismo y marxismo, concentrado en la investigación y enseñanza de posgrados. En la parte docente su pilar, y en mucho real fundadora, fue la economista Trinidad Martínez Tarragó (que llegó a México a los 11 años como refugiada de la Guerra Civil española). Como diría años más tarde:
… lo concebí, lo gesté, lo parí y lo crie. Es mi tercero hijo el CIDE… el CIDE es mi proyecto profesional más importante de mi vida. O sea, yo cumplí con lo que me enseñaron mis padres: “México nos ha dado todo, denle a México lo que puedan”. Creo que cumplí con México.
Los padres políticos fueron Francisco Javier Alejo, uno de los jóvenes economistas consentidos de Echeverría y uno de sus asesores más cercanos desde un puesto discreto (Director General del Fondo de Cultura Económica) y Horacio Flores de la Peña, el secretario de Patrimonio Nacional (ahora Secretaría de Energía). Alejo sería el primer titular del CIDE en 1974 y Flores de la Peña el segundo, al dejar la Secretaría en 1975, que tomó Alejo (hicieron enroque de puestos).
Lo que llevó al CIDE a un nivel académico superior fue la llegada de Carlos Bazdresch a su Dirección General a partir de 1989, con (como Alejo) todo el apoyo presidencial, en este caso Carlos Salinas. Y el giro fue dramático, con muchos de los profesores e investigadores que se contrataron con doctorados en Estados Unidos.
A ello se agregó la creación de licenciaturas, particularmente la de Economía (en 1993). El rigor académico que inició Bazdresch Parada fue lo que llevó al CIDE a rivalizar en la enseñanza de la economía y políticas públicas con otra institución que llevaba años sin competencia real en el país: el ITAM.
La antítesis obradorista
Quizá el CIDE que antecedió a Bazdresch habría sido del gusto de Andrés Manuel López Obrador, con una vocación supuestamente enfocada al sector público y claramente “progresista” y latinoamericanista. Nunca se sabe, dada su reciente hostilidad incluso contra la UNAM. Lo indudable es que el giro durante la administración salinista lo hizo, bajo la óptica lopista, “neoliberal”. Quizá muchos miembros y egresados de este rechazarían horrorizados esa etiqueta, pero las categorías que utiliza AMLO distan de ser sofisticadas.
Por si ello no fuera suficiente, el gran pecado del CIDE es que recibe dinero público. AMLO detesta a los economistas del ITAM, y a la institución en general, pero es una universidad privada. Su modo de atacarla directamente ha sido no tener en su gobierno a economistas egresados de sus aulas en posiciones de alto nivel, pero poco más puede hacer contra el ITAM, aparte de despotricar con cierta frecuencia sobre el mismo.
El CIDE parece tener otros elementos que causan el rechazo presidencial. López Obrador lo atacó en agosto pasado argumentando que este formaba “cuadros” para el sector privado con, por supuesto, dinero público. Lo mismo que el Conacyt, que trabajaba en proyectos de investigación con empresas privadas, y algo que se desarticuló en este sexenio. En la mente lopista al parecer el sector privado es fifí, conservador y está, por definición, contra el pueblo. Las universidades públicas están solo para servir a las causas populares, que en la perspectiva lopista están reñidas con las empresariales.
Pero además el CIDE es una institución pública de excelencia, un peldaño de movilidad social para aquellos con inteligencia, disciplina y ambición, esto es, los llamados aspiracionistas que tanto detesta López Obrador. Historias de egresados están siendo publicadas en días recientes en las redes sociales como muestra de lo que dicha universidad hizo por ellos, personas que en otras circunstancias jamás habrían conseguido una educación de tal calidad académica:
Crecí en el estado de Hidalgo. Ni mi padre ni mi madre terminaron la primaria. Me eduqué en escuelas públicas. Soy técnico en electrónica del CBTIS 59 de Cd. Sahagún. El @CIDE_MX fue la universidad donde se me abrieron puertas que una persona con mis características nunca tiene.
— Ricardo FuentesNieva (@rivefuentes) November 19, 2021
El CIDE es una institución meritocrática, muy lejos de las instituciones de educación superior que gustan a AMLO y que gusta de construir: gratuitas y con pésima calidad, tan carentes de filtros académicos que se ingresa por sorteo. La universidad lopista ideal es una fábrica de licenciados de baja calidad académica, la antítesis del CIDE. No importa que muchos de sus estudiantes y académicos hayan sido entusiastas promotores de su candidatura. López Obrador no siente deuda con ellos o sus votos, como tampoco mostró ninguna gratitud en su momento con científicos o artistas.
Una profunda ironía sobre el CIDE es que nació con un fuerte presidencial gracias a Luis Echeverría, se transformó radicalmente con Carlos Salinas y ahora está siendo destruido por un Director General Interino con todo el apoyo del actual inquilino de Palacio Nacional. Un proyecto educativo meritocrático, de lo mejor que puede ofrecer un gobierno a sus ciudadanos, es lo que ahora está siendo destruido por el propio gobierno. Es la devastación de uno de los elementos que se requieren para un mejor futuro.