Mi experiencia en el CIDE
No sorprende que la comunidad del Centro de Investigación y Docencia Económicas (CIDE) acuse de ilegalidad la imposición de su director por la titular del CONACYT.
Alumnos y profesores conocen la institución y su futuro está cifrado en ella. Lo sorprendente es que analistas y académicos con un escaso conocimiento del CIDE lo condenen a la distancia recurriendo a penosas insinuaciones de pertenecer a un inconfesable núcleo de redes de intereses.
Sin que mi trayectoria profesional haya alguna vez dependido del CIDE, he tenido una intermitente relación con él desde hace treinta y cinco años, como profesor de asignatura, parte de su comité académico de evaluación externa, usuario de sus investigaciones y, por muy breve tiempo, perteneciendo a su claustro de profesores. Mi percepción de lo que el centro representa se basa en esta cercanía.
Conocí el CIDE postrero de Trinidad Martínez Tarragó, el intento de su sucesor de compaginar las posiciones del CIDE y del gobierno, y la férrea reestructuración que realizó uno de sus directores más controvertidos, Carlos Bazdresch. Considero que en esta trayectoria, si bien la política académica podría haber sido de mayor autonomía frente al gobierno en turno y menos áspera, el CIDE salió fortalecido en cuanto a la profesionalización de su cuerpo académico y por las mayores exigencias de desempeño puestas en práctica.
Como profesor de asignatura impartí desde cursos de economía marxista hasta de finanzas públicas, pasando por desigualdad económica. Sin duda, la pluralidad del CIDE se distorsiona al colgarle etiquetas como “neoliberal”. Más aún, al enseñar en otras instituciones la historia de la economía ortodoxa predominante, he debido señalar que el CIDE es pionero en estudiar alternativas a sus planteamientos centrales, como en el caso de la economía conductual y de la complejidad.
Como evaluador externo, no puedo dejar de reconocer la disposición del CIDE a ser examinado por sus pares de otras universidades, públicas y privadas. El examen que pude realizar arrojó una sólida institucionalización de sus procedimientos de contratación y evaluación de sus académicos, y una muy elevada exigencia de desempeño con impacto nacional e internacional. Nunca, en el ejercicio en el que participé, hubo ocultamiento de información o falta de disposición para aclarar cualquier duda.
Por otra parte, desde el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, pude constatar la pertinencia y solidez de la investigación del CIDE, que llegó a ser clave para la conformación de más de un Informe sobre Desarrollo Humano sobre el país. Esto, por supuesto, no implica que la Organización de las Naciones Unidas en México haya adoptado las posiciones del CIDE ni a la inversa. Tristemente, algunos de los críticos del CIDE parecen implicar que colaborar con otras organizaciones que consideran “buenas” o “malas” culpabiliza o redime por ósmosis.
Finalmente, como profesor de tiempo parcial viví por un par de años las elevadas exigencias que el CIDE impone sobre su personal académico, pero también disfruté la recompensa de enseñar con libertad a un extraordinario grupo de alumnos extraído de niveles socioeconómicos desventajosos y con una gran motivación para aprender.
Hay pocos lugares como el CIDE donde la excelencia académica se pone al servicio de la movilidad social, con las limitaciones que la estructura económica del país plantea.
Por supuesto que el CIDE tiene fallas y puede mejorarse. En el pasado, sin embargo, tuve la oportunidad de expresar mis reservas a muchas medidas, e incluso el rechazo a algunas de sus propuestas, a sus autoridades, lo que habla de otra de las virtudes del centro y de la suerte que tuve estando en él.
Hoy, muchos de los elementos que distinguen al CIDE como institución académica plural, rigurosa, pertinente y con sentido social están en vilo, y el asunto no se resolverá permanentemente con la mera reactivación de diálogo entre los involucrados.
Por la experiencia del pasado remoto y la del conflicto presente, es tiempo de que el CIDE, junto con otros centros públicos de investigación, obtenga su plena autonomía.