Una élite con patria
Me siento en la terraza de un café mientras espero la llegada de mi acompañante. En tanto me acomodo y el mesero toma mi orden, no puedo evitar escuchar la plática de las mesas cercanas. A mi derecha discuten airadamente el porqué sí tal o cual personaje debería ser nominado como candidato a la presidencia de la República, por tal o cual partido.
Atrás, se escandalizan ante la corrupción evidente que supura de las imágenes de un video en YouTube, en el que se escucha la voz masculina con acento argentino decir “será de ese gordo destrapado, mirá la plata que tiene” y que supuestamente muestra al hijo del Senador Carlos Romero Deschamps –dirigente del Sindicato de Trabajadores Petroleros de la República Mexicana, subir al asiento del copiloto de un Ferrari dorado en Mónaco.
Entre tanto, en la mesa frente a mi sin inhibiciones de desgañitan en justificaciones para explicar las razones por las que, en su entrevista con René Delgado, Andrés Manuel López Obrador expuso su admiración y cercanía con empresarios honestos como María Asunción Aramburuzabala, Carlos Slim, Ricardo Salinas Pliego, Emilio Azcárraga, Olegario Vázquez, Miguel Rincón y por supuesto, Alfonso Romo.
A menos de un año para las elecciones presidenciales 2018, los ciudadanos ya muestran interes sobre el tema.
Para mi todo era obvio, en todas las mesas se debatía lo mismo, desmenuzaban el tema de la sucesión desde distintos ángulos, ciertos de que la contienda electoral para la presidencia de la República del 2018 ya dio comienzo. Pero había otro aspecto que los hacía iguales:
Cegados por el entorno y la cotidianeidad, no sólo les parecía normal sino que les incomodaba el desfile de personajes que se acercaban a nuestras mesas para vendernos dulces, rosas, una canción, cualquier cosa por ganarse unos pesos.
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Confieso que no sólo me sorprendió sino que me incomodó el enfado común y la respuesta grosera de todas las mesas, la forma en la que los alejaban sin siquiera voltear a verlos. Estos comensales que se suponen conscientes del contexto político y los temas trascendentes, estaban absolutamente ciegos y deshumanizados ante la cotidianeidad de la tragedia humana con la que convivimos.
El mero hecho de estar sentado en ese restaurante significaba que cada uno de nosotros pertenecemos a esa élite privilegiada; al 10% de la población mexicana que concentra dos terceras partes de la riqueza nacional[1].
Entre nosotros -apenas 12 millones, nos repartimos el 66.66% de esa riqueza, mientras que 108 millones de mexicanos deben sobrevivir con apenas el 33.33% restante.
Y si estas cifras no cimbran nuestra consciencia, permítanme compartir algunas otras que tal vez consigan unificarnos en indignación:
Una tercera parte de la riqueza nacional se distribuye entre apenas el 1% de la población en México, y dentro de esos 1.2 millones de individuos, 804 personas concentran una riqueza igual o mayor a los 50 millones de dólares-de acuerdo a las estimaciones del Credit Suisse.
Al mismo tiempo y en el mismo país, 63.8 millones de personas –el 53.2%[2], viven en situación de pobreza: con ingresos inferiores a la línea de bienestar y con mayor o menor número de carencias, es decir, sin educación, o servicios de salud, seguridad social, vivienda, servicios básicos para vivienda, o alimentación.
¿Cómo imaginar que 804 mexicanos concentren riquezas de 50 millones de dólares o más mientras 64 millones de connacionales viven en la pobreza, y 11.4 millones en la miseria? ¿Cómo sucedió? o mejor dejar atrás el pasado y diseñar un plan de gran envergadura que permita sacar al país de esa situación que inevitablemente lo está llevando a su implosión.
Cito un párrafo del conocido “Pacto por México” suscrito por los principales partidos políticos al comienzo del presente sexenio, porque hoy es tan válido como entonces:
“La creciente influencia de poderes fácticos frecuentemente reta la vida institucional del país y se constituye en un obstáculo para el cumplimiento de las funciones del Estado mexicano. En ocasiones, esos poderes obstruyen en la práctica el desarrollo nacional, como consecuencia de la concentración de riqueza y poder que está en el núcleo de nuestra desigualdad. La tarea del Estado y de sus instituciones en esta circunstancia de la vida nacional debe ser someter, con los instrumentos de la ley y en un ambiente de libertad, los intereses particulares que obstruyan el interés nacional.”
¿Quiénes son esos “poderes fácticos” que concentran tal riqueza y poder que son capaces de retar la vida institucional del país y se constituyen en obstáculo para el desarrollo nacional?
No hay que mucho que pensar, basta revisar la lista de los individuos más ricos de México en los últimos 20 años, encabezados por Carlos Slim Helú, presidente de Carso Global Telecom; seguido por Germán Larrea, presidente de Grupo México; Alberto Bailleres, presidente del Grupo Peñoles; y, Ricardo Salinas Pliego, presidente de Grupo Salinas, todos ellos concesionarios del Estado.
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Considérese también a los miembros del Consejo Mexicano de Negocios (ex Consejo Mexicano de Hombres de Negocios), que en conjunto presiden o son dueños de conglomerados empresariales que concentran más del 40% del PIB nacional, y que en incontables ocasiones ha aprovechado su exorbitante poderío económico para promover sus intereses por sobre los de la sociedad mexicana en general.
La concentración de riqueza es tal, que estas personas o sus empresas tienen el poder de retar frecuentemente la vida institucional del país, y por tanto de anteponer sus intereses particulares a los de la sociedad. Siendo así, éstos son los poderes que “de hecho” nos gobiernan. Quienes tienen la capacidad de doblegar a cualquier político o aspirante a cargo de elección popular.
Pocos son los ricos y muchos los pobres.
Como también tienen el poder para controlar todo tipo de procesos de toma de decisiones: desde la introducción de iniciativas de leyes y su aprobación; la adopción de planes, políticas o directrices a nivel gubernamental; la realización de licitaciones o contrataciones a modo; el otorgamiento de concesiones en términos inusitados, en fin.
Este grupo tan restringido, tan poderoso en lo económico y en lo político, hasta ahora ha actuado de forma egoísta e incompetente sin percatarse que su absurdo enriquecimiento ha sido en contra del crecimiento económico de la base de la pirámide, y que la raíz de todos los problemas no es ni la corrupción, ni la inseguridad, ni la violencia, ni la economía, ni la educación, ni el resto de los trágicos problemas que atacan a nuestra nación, sino su absurda necesidad a concentrar más y más poder.
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Si esa élite no es capaz de percatarse de que su riqueza y su poder puede ser utilizado para crear una sociedad más igualitaria, en la que realmente existan oportunidades para aspirar a una vida y a un trabajo digno, sea en el campo o en la ciudad, México no tiene futuro. Pero a mi juicio esa élite tiene patria y no es suicida, así que presiento (o quiero suponer) que algo va a suceder.
[1] La distribución y desigualdad de los activos financieros y no financieros en México, Miguel del Castillo Negrete, Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), Impreso en Naciones Unidas, 2017
[2] Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (CONEVAL), Comunicado de prensa No. 005 del 23 de julio de 2015.
@PuriCarpinteyro