Aranceles: cómo analizar la nueva estrategia comercial de Trump
La elección de Donald Trump ha traído consigo un aire de incertidumbre para el mundo y, en particular, para México.
Trump, fiel a su estilo, utiliza la amenaza como su carta de presentación en las negociaciones. Esta vez, ni siquiera ha esperado a tomar posesión de la oficina oval antes de anunciar una nueva ronda de aranceles: 25% a todas las importaciones de México y Canadá, y un incremento del 10% a las provenientes de China.
Trump ya recurrió a los aranceles como palanca de negociación en otros temas durante su primer mandato. Esta vez pretende utilizarla para obtener resultados en dos frentes: la migración y el combate al fentanilo. Puede ser que, si logra acuerdos en estos dos frentes, la amenaza al comercio se diluya temporalmente, pero no se puede descartar que utilice esta arma durante los cuatro años que durará su mandato.
¿Qué hay detrás de un arancel?
Aunque los aranceles suelen presentarse como una solución simple, su impacto económico es cualquier cosa menos sencilla. En esencia, un arancel es un impuesto a los bienes importados, diseñado para encarecerlos y, en teoría, hacer más competitiva la producción nacional. Pero entre la teoría y la realidad hay un abismo. Su efecto depende de factores como el tipo de cambio, la elasticidad precio de los bienes y el margen de maniobra de los exportadores.
En teoría, los aranceles sirven para incentivar la producción nacional, generar ingresos fiscales e inclusive reducir el déficit comercial. Sin embargo, su uso como herramienta de presión política introduce una serie de complejidades que terminan afectando tanto a los consumidores como a las empresas. México no es ajeno a esto. Como uno de los principales socios comerciales de Estados Unidos, enfrentamos riesgos particulares.
¿Cómo nos impactan los aranceles?
Cuando se trata de un cliente grande, como podríamos considerar a los importadores americanos, ante la imposición de un arancel, sus proveedores (en este caso los exportadores) podrían reducir sus precios de venta para compensar el impacto y mantener al cliente. Evidentemente esto dependerá del tipo de producto y qué tantos sustitutos se puedan encontrar. Como resultado, los márgenes de los exportadores se verán afectados, mientras que el gobierno de Estados Unidos obtendrá los ingresos del arancel. Con poco movimiento en el precio, el consumidor estadounidense no se ve afectado, aunque la industria doméstica tampoco se incentiva a producir más.
El impacto de un arancel puede ser mitigado por una apreciación del tipo de cambio del país que impone el arancel. Ojo, esto implica una depreciación del peso mexicano en nuestro caso. Si el arancel reduce las importaciones, entonces esto quiere decir que su déficit se reducirá por lo que estará enviando menos dólares al extranjero, reduciendo su oferta y aumentando su valor. Esto podría compensarse en parte si los mayores costos de insumos importados empiezan a afectar la competitividad de Estados Unidos. La reacción del tipo de cambio debe ser lo suficiente como para restaurar el equilibrio que se tenía antes del arancel. El grado de apreciación del dólar dependerá de la sensibilidad de la demanda de importaciones a cambios en el precio. Una mayor elasticidad precio aumenta el movimiento del tipo de cambio y viceversa.
Si ninguno de estos factores amortigua el golpe, el costo del arancel podría trasladarse directamente a los consumidores, disparando precios y reduciendo el ingreso real de las familias. Este escenario inflacionario podría incluso llevar al banco central a subir las tasas de interés, complicando aún más el panorama económico.
¿Y si hay represalias?
Una posible respuesta de México sería imponer aranceles similares a las importaciones estadounidenses, una estrategia que, aunque legítima, podría empeorar la situación. Las represalias mutuas tienden a escalar en conflictos comerciales que afectan no solo a los países involucrados, sino a toda la cadena global de producción. En el caso de México y Estados Unidos, con cadenas de valor profundamente integradas, cualquier interrupción afecta tanto a las importaciones como a las exportaciones.
El uso de aranceles como arma política tiene un costo alto y no necesariamente genera los beneficios esperados. De hecho, podría intensificar la incertidumbre para las empresas, reducir la inversión y erosionar la competitividad a largo plazo.
Consecuencias de la imposición de aranceles
En suma, la imposición de aranceles conlleva una pérdida de eficiencia a largo plazo. La magnitud de esta dependerá del nivel y el alcance que tenga el arancel, del grado de apertura de la economía y de la expectativa de qué tan permanente será la medida. Además, en el caso de los aranceles a México, Estados Unidos debe tener en cuenta el grado de integración de las cadenas productivas, con varios procesos saltando varias veces la frontera antes de quedar terminados.
En este contexto, el impacto sobre el PIB y sobre la inflación genera tal incertidumbre que podría complicar otras decisiones de política monetaria y fiscal. Por ejemplo, a pesar de que la inflación ha venido descendiendo y el Fed ha iniciado un ciclo de baja de tasas, el anuncio de mayores aranceles está generando la expectativa de que las tasas probablemente caigan más lentamente de lo que lo habrían hecho en ausencia de estas políticas.
Podríamos argumentar que esta incertidumbre es un precio que vale la pena pagar por ver un incremento de la producción manufacturera y reducir el déficit comercial. Sin embargo, es poco probable en ambos casos. Si bien algunos sectores pueden beneficiarse, otros podrían empeorar dado el grado de integración de los procesos productivos que se verán afectados por mayores costos de insumos importados. Precisamente por esta integración una caída de las importaciones puede generar una caída, a su vez, de las exportaciones.
El uso de los aranceles como herramienta política puede parecer una solución rápida, pero detrás de cada medida proteccionista se encuentra un delicado equilibrio económico que impacta no solo a los países involucrados, sino a la estabilidad del comercio global. En un mundo interconectado, las fronteras económicas son más frágiles de lo que parecen, y los costos ocultos—reducción de competitividad, tensiones diplomáticas, incertidumbre empresarial—pueden superar cualquier beneficio aparente.
México no debe limitarse a reaccionar ante las medidas de Estados Unidos, sino que debe adoptar una actitud estratégica que trascienda el corto plazo. Es momento de construir una agenda que proteja nuestros intereses aprovechando nuestras fortalezas para consolidarnos como un actor clave en el comercio global.