Otomíes de la Colonia Roma: Sobrevivientes en la gran CDMX (Arena/DOCS)

Desde la década de los '60, grupos de otomíes han llegado desde Querétaro a la Ciudad de México. Ahora, los otomíes de la colonia Roma intentan adaptarse y llevar una vida digna, incluso ante los prejuicios de algunos capitalinos.
23 Septiembre, 2018 Actualizado el 3 de Octubre, a las 23:56
Cortometraje documental "Ñahñu: El viaje de grupos otomíes a la Ciudad de México".
Cortometraje documental "Ñahñu: El viaje de grupos otomíes a la Ciudad de México".
Arena Pública

“Yo era una mujer que no sabía ni leer ni escribir ni hablar español ni cruzar una calle. Me daba miedo”, cuenta Juana Pérez, una artesana y miembro de la comunidad ñahñu en Santiago Mexquititlán, Querétaro.

Juana conversa sentada sobre una cama llena de listones y muñecas de trapo vestidas con la ropa tradicional de su comunidad. Éstas serán vendidas, junto con las muchas otras que elaborará, en las calles de la Ciudad de México.

“Me junto, me llevan para México y digo ‘Dios mío, ¿qué hago aquí?’”, cuenta con los ojos pendientes de sus manos, que hacen moños sobre el cabello de una de sus muñecas.

Juana es otomí y como otros miembros de su comunidad, las circunstancias la llevaron del campo abierto y las flores amarillas de Santiago Mexquititlán a los edificios altos y el ajetreo de las más de 8 millones de personas que habitan la capital del país.

Juana Pérez en su taller ubicado en Santiago, Mexquititlán.

 

“Llegas a la ciudad y no es la ciudad que tú te imaginas”, comenta Isaac Martínez, presidente de la Coordinación Indígena Otomí. “Piensas que la forma de vida que tienes en la comunidad es la misma forma de vivir en la ciudad, y no es así”.

Así ha sido desde hace tiempo en la comunidad ñahñu. Con tierras disponibles pero sin recursos a la mano, varios de sus miembros se vieron obligados a migrar hacia otros estados de la república.

Zona de cultivos en Santiago, Mexquititlán.

 

La Ciudad de México ha sido un destino particularmente frecuentado, sobre todo a partir de la  década de los ’60, al grado que no es extraño que algunos prefieran quedarse en la capital.

“Hicieron vida en la ciudad porque la mano de obra era muy demandada en la ciudad, y muchos de nosotros ya nacimos aquí en la Ciudad de México. Algunos definitivamente se quedaron, otros se olvidaron de la comunidad”, explica Isaac Martínez.

 

La vida en la Roma Norte

 

Sobre la Avenida Chapultepec, en la colonia Roma de la Ciudad de México, hay un muro amarillo con una puerta café sobre la que se lee en trazos azules el número 380.

Detrás del muro hay tendederos de ropa, maceteros y corredores flanqueados por casas de tabique. Ahí vive Silvia Pérez, uno de los miembros de la comunidad ñahñu.  

“Mi suegra ya llevaba dos años aquí en la Ciudad antes de que yo viniera. Hace 27 años me junté con su hijo y nos vinimos para acá”, cuenta.

Silvia -de ojos grandes y cabello negro- viste una blusa roja estampada con flores amarillas; también lleva puesta una falda blanca. Es ropa tradicional de su comunidad, un motivo de orgullo.

Mira el documental "Ñahñu, el viaje de grupos otomíes a la Ciudad de México" completo.

 

 “Cuando llegamos y empezamos a vivir aquí, nos daba pena. Ahora ya no. Decimos: ¿por qué tenemos pena si somos iguales? [...] Al contrario, queremos que nos conozcan como somos: con nuestra vestimenta, hablando”.

La colonia Roma es conocida por sus casas viejas y por ser uno de los barrios más afluentes de la capital. Ahí, Silvia y otros se dedican a vender muñecas de trapo en la calle y a intentar adaptarse a las idiosincrasias de la urbe.

“Nosotros lo hacemos para mandar a los niños a la escuela y sacar un poco de dinero para otros gastos”, dice.

La ciudad, sin embargo, no es la única que ofrece dificultades para la los otomíes de la Roma. Es común para ellos tener que lidiar con los prejuicios del resto de los capitalinos, incluso de los mismos residentes de la colonia.

“A muchos les molesta que les hablen en otomí”, cuenta Isaac Martínez. “Los vecinos se quejaban de que no querían ver a nuestros hijos ni en la calle ni en el parque. Preferían ver a sus perros jugando en el parque. A ese grado llegaba la discriminación”.

“Sí hablamos otomí cuando estamos acá adentro, con nuestros vecinos. Pero a veces saliendo a la calle la gente empieza a vernos y se empiezan a reír”, cuenta Rosa Magdaleno, otra de las residentes de Chapultepec 380.

Predio en Chapultepec #380, donde reside una buena parte de los otomíes de la colonia Roma.

 

Aunque han aprendido a lidiar con el rechazo, la situación llega a ser más difícil para los miembros más jóvenes de la comunidad, como Juana Álvarez, hija de Silvia. Ella nació y se crió en la capital, lejos de la tradición que viene desde Santiago Mexquititlán. Como otros, se ve orillada a mantener un balance entre sus raíces otomíes y la vida en la Ciudad de México.

“Es un arma de doble filo. No le das gusto a uno ni le das gusto al otro. A veces tratas de estar en el término medio, entre ser y no ser”, dice.

 

Todo cambia, menos las raíces

 

Andrea Smeke y María Torres son fundadoras del Proyecto Ñohu, una iniciativa que ayuda a los comunidades otomíes de Querétaro que se asentaron en la Ciudad de México. Se acercan a ellas y las apoyan en la construcción de espacios de uso múltiple. Sin embargo, tender la mano no siempre es cosa simple.

“Sí costó un poco el trabajo de inserción con la comunidad; nos costó mucho más trabajo porque es más cerrada”, explica María.

Los otomíes de la colonia Roma tienen razones para su escepticismo. Antes del Proyecto Noñu, hubo otras personas que les ofrecieron ayuda. No obstante, hasta entonces ninguna les había cumplido.  

 

La actitud de Juana Álvarez, hija de Silvia, es totalmente opuesta a la de muchos de sus mayores. “Si les cumplen ¿qué van a hacer? Y si se logra ¿qué van a hacer? ¿Por qué no piensan así?”, dice. “¿Por qué nos cambian su mentalidad? Hace años nadie hacía esto por nadie. Yo hubiese querido que alguien lo hubiera hecho”.

Ahora es ella, con 23 años, la que está encargada de coordinar a los miembros de la comunidad con el Proyecto Ñohu con la esperanza de que las cosas mejoren detrás del muro amarillo de Chapultepec 380.

Sin embargo, no importa cuánto cambien las cosas; no importa dónde estén, ni cómo vistan ni qué idioma hablen. Los residentes detrás del muro amarillo siguen siendo miembros de la comunidad ñahñu, gente de Santiago Mexquititlán.

“Yo sé de dónde es mi origen, sé de dónde vengo”, explica Rosa Magdaleno. “Y como dicen por ahí: si me muero que me entierren allá; aquí no, porque vengo de allá”.

Santiago Mexquititlán, Querétaro.