El “Modelo Económico” y el lento crecimiento

¿Por qué no crece México? ¿Hay que cambiar el modelo económico? Son las preguntas de moda entre los economistas. El doctor en economía Oscar Vera las responde.
13 Octubre, 2016

Los pronósticos del crecimiento económico de México para 2017 son poco optimistas.

Recientemente, el Fondo Monetario Internacional revisó a la baja su estimado de 2.7% a 2.3%, mientras que el rango previsto por el Banco de México se redujo a 2.3-3.3%. Por su parte, la cifra establecida en el proyecto de presupuesto de la Secretaría de Hacienda para el próximo año es de 2.0-3.0%.  

Con estas cifras, el crecimiento anual promedio de esta administración será el más lento (2.1%) de los últimos 4 sexenios, incluso por debajo del inmediato anterior en el que ocurrió la gran crisis (y recesión) económica mundial.

Si bien es cierto que este gobierno ha enfrentado el desplome de los precios del petróleo, también lo es que concretó las reformas estructurales que, supuestamente, eran lo que faltaba para detonar un crecimiento económico acelerado (además de que por mucho tiempo se insistió en que la economía mexicana “no era dependiente del petróleo”).

Por otra parte, hace pocas semanas el economista en jefe para América Latina del Banco Mundial señaló que “es un gran misterio por qué México no crece más rápido”. Esta afirmación hizo resurgir la discusión entre analistas económicos sobre qué es lo que está fallando y que hay que cambiar. En otras palabras, se volvió a la discusión sobre “el modelo económico”.

 

¿Hay que cambiar el modelo económico?

Las dos críticas más comunes a la política económica actual (“el modelo”) son, por un lado, que la apertura comercial genera una alta dependencia de insumos del exterior, lo que beneficia a muy pocas empresas dejando a la mayoría de pequeñas y medianas con una gran desventaja. De ahí que se propone una política industrial que privilegie a la producción nacional. En otras palabras, proteccionismo.

La otra crítica enfatiza que el modelo actual se basa en un “sesgo anti-mano de obra” que se traduce en mantener salarios bajos y, en consecuencia, un mercado interno deprimido. Por lo tanto, se deben aumentar los salarios (por decreto) y gravar más al capital (impuestos). Esta visión ha cobrado fuerza por el énfasis reciente en el problema de la creciente desigualdad, si bien este es un fenómeno de carácter mundial.

No hay duda de que ambas críticas se basan en problemas reales, aunque son visiones parciales que confunden “peras con manzanas”, al atribuir al “modelo” su origen, cuando en realidad las verdaderas causas se encuentran en otra parte.

 

Los problemas de fondo

En su más reciente Reporte de Competitividad Mundial, el Foro Económico Mundial (WEF) sitúa a México en el lugar 51 entre 138 países, lo que representa un avance de 6 lugares con respecto a 2015. Como siempre ocurre, las autoridades gubernamentales dieron una amplia difusión a este “gran avance”.

Sin embargo, no hay mucho que festejar. En primer lugar, porque siendo la economía número 14 en tamaño a nivel mundial (“más importante”, según la propaganda oficial), estar en el lugar 51 en competitividad es deplorable. De hecho, el mejor lugar que ocupa México dentro de los diversos indicadores analizados es en “Tamaño del mercado”. Es decir, nuestra mayor ventaja competitiva es que somos muchos mexicanos, no que seamos muy productivos, bien educados o capacitados, o que tengamos una infraestructura de calidad, por mencionar algunos de los factores considerados.

En segundo lugar, porque este lugar 51 representa, prácticamente, regresar a la posición de hace 4 años, cuando el país estuvo en el lugar 53, aunque después cayó hasta el número 61 en 2014.

Por último, y lo más importante, es que en varios de los indicadores considerados como “Requerimientos básicos para el crecimiento”, México se encuentra casi al final de los 138 países y con una tendencia a empeorar en los años recientes.

En particular, en el renglón de Instituciones nuestro país se encuentra en el lugar 116 entre los 138 países considerados, cuando en 2012 se situaba en el lugar 92. Este renglón abarca 21 indicadores, dentro de los que México sobresale negativamente en: Crimen organizado (lugar 135), Confiabilidad de las policías (130), Desviación de fondos públicos (125), Favoritismo en las decisiones de funcionarios públicos (124) y Efectividad del marco legal para solucionar conflictos (113), entre otros (ver cuadro anexo).

Un requisito indispensable para que una economía de mercado funcione eficientemente (más aún si está insertada dentro de la economía global) es que tenga instituciones eficaces en materia de justicia y protección de los derechos de propiedad.

La esencia del mercado es el intercambio de bienes y servicios, el cual depende del respeto a los derechos de propiedad y de la seguridad jurídica y física. Por ello, instituciones deficientes o inoperantes inciden directamente en el potencial de crecimiento de la economía. En el caso de México, existen ya diversos cálculos del altísimo costo económico que tienen la corrupción y la inseguridad.

Por otra parte, en materia de competitividad de la educación los resultados también son muy pobres. En Calidad de la educación primaria el país se encuentra en lugar 114, en Calidad del sistema educativo general en el 112 y en la Calidad de la educación en ciencias y matemáticas en el 120. ¿No será esta la verdadera causa de los bajos salarios en México, más que un supuesto “modelo económico anti-salarial”?

Estas son las verdaderas causas detrás del bajo crecimiento crónico de la economía mexicana por lo que, mientras no se corrijan, el modelo económico “no va a funcionar”.

Más aun, ningún modelo funcionará adecuadamente bajo estas condiciones.  

 

Oscar Vera Oscar Vera Doctor en Economía con especialidad en Finanzas Públicas por la Universidad de York, en Inglaterra. Director general de Asesoría y Estrategia Económica, S.C. Director del Centro de Estudios Económicos del Sector Privado (CEESP) entre 1991 y 1996. Economista en Jefe para México y América Latina de Deutsche Bank entre 1996 y 1999. Funcionario de las secretarías de Programación y Presupuesto y de Energía, Minas e Industrias Paraestatales entre 1981 y 1984.