Orgullo de México: Hasta que te conocí, por Star+

Un biopic muy bien escrito, producido y dirigido que rinde homenaje a uno de los grandes personajes de la cultura mexicana del siglo XX: Juan Gabriel.
3 Julio, 2022
Hasta que te conocí.
Hasta que te conocí.
Cinetlán

Cada año la comunidad LGTB+ celebra la marcha del Orgullo –a veces parece más un carnaval, esto dicho en el mejor sentido, un evento festivo, alegre, luminoso- con la que se busca integrar cada vez más a la sociedad, destruir las barreras de la intolerancia y la discriminación, y normalizar las identidades sexuales. Y ha cumplido de forma excelente y sobrada este papel. Ahora hay quejas contra la marcha porque se ha mercantilizado, porque excluye minorías de las minorías, porque la aprovecha tal partido político, porque la dirige fulano y no sutano, y en fin… Las grillas humanas ordinarias. En este contexto y por las fechas de publicación de esta columna, me propuse poner mi grano de arena a las reflexiones que esta fecha debe aportar.

Siguiendo los pasos del maestro Derek Jarman[i] hablaré de un biopic muy bien escrito, producido y dirigido que rinde homenaje a uno de los grandes personajes de la cultura mexicana del siglo XX: Juan Gabriel. Recientemente tuve la oportunidad de volver a ver “Hasta que te conocí” (2016) escrita y producida por el argentino Alejandro Aimetta, quien ostenta el título de showrunner. Cuando descubrí que estaba en Star Plus (de Disney, ni modo) la vi de nuevo, pero ahora sin las prisas, mortificaciones y carreras de la transmisión por televisión abierta. Y sin perderme fragmentos o partes por llegar tarde o no llegar. Y sin minutos de eternos y fastidiosos comerciales. Además en el streaming cuenta con tres capítulos adicionales, en los que Juan Gabriel narra algunas de sus experiencias en voz viva. En la transmisión de televisión abierta ponían fragmentos de estos testimonios esparcidos en los episodios.

Es una buena serie. Me conmovió muchas veces, me sacó lágrimas. Pienso que eso solo puede ocurrir cuando la ficción cobra su magia, y uno se compenetra, se abisma en el relato. Si se leen las reseñas, se considera una serie biográfica, pero en realidad me parece muy obvio que es una autobiografía en la que Juan Gabriel decidió plenamente cómo organizar su historia de principio a fin, que iba a aparecer, y que no, con que tono, con que guiño. Me parece evidente no por los eventos que narra, sino por los que no narra.

Si yo hubiera sido el guionista y la hubiera escrito libremente, me hubiera parecido relevante la participación de Juan Gabriel en “Siempre en Domingo” (1969-1998) de Raúl Velasco. Para muchos artistas de la época fue un momento clave de sus carreras. Pero no le hace ni una sola mención. Solo sale el programa de Televisa “Mala noche… ¡no!” de Verónica Castro, pero no el original sino una estupenda paráfrasis televisiva, la Vero magníficamente interpretada por Isabel Burr. Daniela Romo, a quién le dio una canción que terminó siendo su éxito más memorable, sale medio segundo en una fotografía. Quizá porque esa canción se volvió éxito por una telenovela “El camino secreto” (1986) de Emilio Larrosa del entonces Canal 2, y al parece Juanga no quizó conmemorar nada más de Televisa. Tampoco se explora su lado profesional como compositor, algunos de sus primero éxitos fueron grabados y lanzados por artistas top del momento… Enrique Gúzman, Roberto Jordan, Lupita D’Alessio a modo de baladas pop, e íconos de la bohemia y del que ahora llaman “regional mexicano” como Gualberto Castro, Angélica María, Estela Nuñez, Lucha Villa, Lucía Méndez. Tampoco viene nada de su trajinar internacional, salvo su fallido OTI de 1972. Es sabido que en 1974 hizo una exitosa gira en Venezuela, país muy importante para él, y fue recibido en el Aeropuerto por el Presidente de aquel país, Carlos Andrés Pérez: el cantante mexicano tenía 24 años. No aparece ninguno de sus muchísimos premios o reconocimientos, en palacios con la realeza, en los salones del Vaticano, en recintos presidenciales de muchos países. También protagonizó 5 películas entre 1977 y 1982, películas en las que es la estrella fulgurante, tanto como sus canciones. Las últimas de las cuáles son también auto-biografícas. Pues su autobiografía no refiere nada de eso. ¿Y por qué? Porque cuando uno escribe de sí mismo, y es modesto, pues no se auto celebra. ¡Vaya si tenía logros para presumir! En vida grabó 35 discos, su inventario de canciones alcanza las 2,000 canciones, una parte importante éxitos que rompieron todo tipo de records, versionadas por todo el mundo, en los más diversos idiomas, por poco mas de 1,500 interpretes y agrupaciones diversas, y sigue sumando. Trabajo con los productores musicales más importantes de México (Chucho Ferrer, Eduardo Magallanes, et al) y del mundo (Desde la orquesta Sinfónica de Londres, hasta Chuck Anderson, Bill Cuomo, Tom Parker, et al). Esto no se sugiere, ni se nota, ni se maneja tampoco en la serie.

Un tema espinoso es el que se refiere a su acomodo al poder, sobre todo su filiación “moral” con el PRI. Cantidad de veces impulsó eventos políticos de este partido, y compuso jingles muy penosos. Sin embargo la publicación de su expediente secreto, compilado por la Dirección Federal de Seguridad, o sea la policía secreta y el conocimiento de que este expediente tenía una lista pormenorizada de sus “relaciones románticas” da elementos para pensar que vivió permanentemente extorsionado por el Gobierno, y cuando trataba de salir del huacal, por la Secretaría de Hacienda con el tema de los impuestos. Siendo mal pensados, y especulando, conociendo al viejo PRI, parece que Juan Gabriel cambio favores por favores, sin jamás quejarse o externar estos maltratos, como fue su costumbre. Él se definió a sí mismo como apolítico. Estas son cuestiones mundanas si se quiere pero igualmente serían algo que yo pondría en el guion de su biografía. Él no puso nada de nada, ni una mención a ningún poderoso “amigo suyo”, ni a ninguna de todas estas cuestiones listadas.  

La serie lo hace ver mucho más pequeño de lo que en realidad fue. Si la viera alguien que no lo conoce, pensaría que fue simplemente un artista que tuvo sus éxitos. Claro que lo fue, pero eso no se acerca ni tantito a su importancia dentro de la música popular mexicana y de la cultura. Al parecer eso quería Juan Gabriel, quería aparecer como un ser humano modesto y vulnerable. El honesto y sencillo reconocimiento de su mamá hubiera sido para él más importante que todos los que recibió en vida. Un abrazo.  

La serie toma como eje su drama familiar y personal, es un acercamiento más íntimo. Más cerca de Alberto Aguilera, y más lejos de Juan Gabriel. Es una serie lujosa, con altos valores de producción; 240 actores, para narrar casi 90 años de historia, de los veinte o treinta a la actualidad -la historia comienza desde que su mamá se enamora de su papá en los años veinte o treinta, mucho antes de la erupción del Paricutin en 1943- lo que añade un diseño de producción de muchas épocas diferentes. Mi única queja con el diseño de producción serían un par de pelucas que se ven muy postizas, muy mal puestas. Ya se han señalado en muchos espacios errores históricos de la serie en materia de ambientación, errores que yo llamaría normales y ordinarios, peccata minuta.  Salvo eso, lo demás lo calificaría de normal a bien. Igual que la fotografía de Jerónimo Rodríguez, muy normalita, comprometida con el beauty shot de moda en las series, con un carácter más televisivo. Tampoco tiene un score muy amplio de canciones de Juan Gabriel, de hecho me pareció bastante limitado. En el segundo programa de testimonios, cuando emotivamente Juan Gabriel dice que lo único que hubiera querido de su madre es un fuerte abrazo, debía haber entrado “Abrazame muy fuerte” (2000) y no, otra vez, “Hasta que te conocí” (1986), que ya escuchamos hasta en la sopa. Y pues así se llama la serie, ¡Ya sabemos! Ignoro porque es tan limitado el score, podría ser tema de derechos, y presupuesto.

Lo que sí es notable, lo que realmente eleva la serie un escalón, es el trabajo actoral. ¡Que gran generaciòn de actores tenemos hoy! Tiene para empezar un reparto de super lujo: encabezado por Julián Román, en plan grande y la ya reconocida Dolores Heredia, quién interpreta a la mamá de Juan Gabriel. Pero también están Gabriela Roel[ii], Iran Castillo, Verónica Merchant, el primerísimo actor Ernesto Gómez Cruz, en un papelazo también, como acostumbra, la primerísima actriz María Rojo, igual con excelente papel; Sofía Espinosa, Julio Bracho, Tenoch Huerta, Harold Torres, Ana Karina Guevara, Aleyda Gallardo, Enrique Arreola, Julio Bracho…  y un largo etcétera… parece lista de casting de lo más granado de la pantalla nacional. Diremos en tono de broma que no era posible filmar ninguna otra película en México en ese periodo porque ahí estaban todos los actores de nuestro cine. La dirección de actores se planteó en un tono naturalista (telenovelero) muy controlado, que borda el realismo.    

Mis episodios favoritos son justamente (ALERTA DE SPOILER) en los que Alberto Aguilera (o sea Juan Gabriel) se queda en la residencia de una joven y entonces estúpida Claudia Islas[iii] y ella es presionada por su amante, un agente de la policía secreta de México, para que lo inculpe del robo que sufrió en una noche de copas, una noche loca. Al parecer puede juntar el dinero que le piden, pero antes de que llegue ese dinero a México, es procesado e ingresado al Palacio Negro de Lecumberri, una de las prisiones más horrendas y sombrías del país, que hoy resguarda el Archivo General de la Nación. Y como todos sabemos, si eres pobre, una vez que pisas una prisión mexicana te va a costar sangre y lágrimas salir… si es que sales. La serie toca el tema de los presos políticos, y en una golpiza que le dan a un muchacho “rebelde” Alberto pega un grito para que no lo maten -cosa infructuosa- y se gana una paliza de prisión que lo manda varios días a la clínica carcelaria. Cuando descubren que es cantante, lo ponen a amenizar diferentes eventos carcelarios, entre ellos el cumpleaños del alcalde de la prisión el General Andrés Puentes Vargas[iv], a la que acude su esposa Ofelia Urtuzuástegui de Puentes y la prima de su esposa María Teresa Enriqueta Jiménez, mejor conocida como Queta Jiménez, la Prieta Linda -prieta por su tez morena, cosas del racismo mexicano- cantante de ranchero de gran voz y expresividad[v]. Ella descubre el talento de Alberto Aguilera. Conforme las primas lo van conociendo, les queda claro que aquel muchacho flaco y amanerado no asaltaría una casa… no asaltaría nada, ni la cocina. Él le regala a Queta Jiménez la extraordinaria canción “Noche a noche” será la primera artista importante que grabe una canción suya. La situación de Alberto es desesperada, pues en realidad no se ve manera de que salga de prisión, su expediente carcelario ha desaparecido. Si no hubiera recibido ayuda de Ofelia Urtuzuástegui, no existiría Juan Gabriel, quizá hasta hubiera muerto en prisión. Ya que si nadie hace trámites, ni nada por ti, cuando estás en prisión, te vas a quedar ahí por tiempo indefinido[vii]. Más en aquella época. Ofelia Urtuzuástegui es magníficamente interpretada por Anette Michel.

Confieso que me sorprendió mucho Anette[viii]: ilumina la pantalla, con un gran carisma y sentido de verdad, en otras palabras su trabajo actoral es extraordinario. A quién le guste observar estos temas de la actuación, la escena en la que Ofelia (Anette Michel) saca de prisión a Alberto, y están los dos en el automóvil, una escena conmovedora, los nervios y los fluidos diálogos que parecen espontáneos de Ofelia, sumados a la incredulidad y el llanto contenido de Alberto (Julián Román) suman una escena francamente memorable, que vale la serie completa. Tiene también muy buenas escenas con Julio Bracho, que interpreta al General Andrés Puentes Vargas, aunque Julio baja mucho el registro con su gélida energía, crean un buen contraste, adecuado a la historia.

En su autobiografía Juan Gabriel no centra su historia en su identidad de género, aunque toca el tema inevitablemente. En el internado le roba un beso a su mejor amigo, es la única escena erótica de la serie. No hay ni un gramo de sexualidad más por parte de Juan Gabriel. Era un hombre muy pudoroso y conservador en ese tema. Cuidó su imagen con pulcritud y ejemplaridad: un verdadero “divo”. Se describen algunas de las relaciones amorosas de su mamá (Dolores Heredia), pero con una mirada fría y severa, distante, y crítica. Más adelante Juan Gabriel sufre los avatares discriminatorios de la época. Sobre todo por parte de su familia, sufre la golpiza de su hermano en connivencia con su mamá y termina, por supuesto, en situación de calle. Hay otra escena gay en la prisión, entre dos de sus compañeros de celda.  Años después, Para el festival OTI le piden que cuando salga a cantar no sea tan amanerado… le dicen: ¡Comprendes! Y el responde: ¡Comprendo! La siguiente escena es la presentación de Juan Gabriel, atado de manos podría decirse, sin expresividad. Juan Gabriel y el director del episodio culpan a esta absurda disposición de su derrota.  (FIN DE LOS SPOILER)

Yo viví esa época de esta manera y no dista mucho de lo que vivió Juan Gabriel. Cuando era niño a principios de los años ochenta a los varones homosexuales les llamaban jotos, jotitos, maricas o maricones. Y así se le llamaba también a los hombres cobardes o pusilánimes -hoy diríamos masculinidades diferentes- el término “puto” era más inusual, más duro también, cuando se usaba llevaba a los golpes… como una mentada de madre. Para los que desde niños mostraban esta propensión, o cierta sensibilidad femenina, la vida era muy dura: sufrían todo tipo de violencia, no solo el bullying social, sino también familiar, que es el tipo de bullying más duro: visita a psicólogos o a siquiátricos, golpizas justificadas en post de “enderazar al niño”, si no es que eran corridos de su casa de forma terminante, y muchos niños y adolescentes terminaban en situación de calle, o eran asesinados, hoy diríamos por “cuestión de género”. El estereotipo del homosexual afeminado y travestido solo era aceptado en forma de patiño, a modo de burla, en grotescas farsas nacionales (ver cualquier película de ficheras). Eran la burla de todos, por decirlo así. Un día mi papá nos formó, a sus tres varones, para darnos una “lección moral” al final de la cuál nos hizo una advertencia: “el que me salga maricón yo mismo le pego un tiro en la cabeza”. Y no era un hombre que hablara por hablar, lo decía muy en serio. Hasta donde sé, ninguno tuvimos esa inclinación. Pero imagino cuántos otros que sí la tuvieron, cuyos padres pensaban como el mío, fueron sentenciados a muerte por esta condición. Poco después sonaría el clásico de Willie Colón “El gran varon”.

En la vecindad vivía una pareja gay. Eran dos hombres muy tranquilos, profesionistas, que no se metían con nadie. El padrastro de mi mejor amigo culpó a uno de ellos de romperle el espejo de su auto, y le dio una tremenda golpiza… casi de muerte. Estuvo poco más de un año en el hospital, y padeció años de rehabilitaciones. Ignoro si quedo bien al final. Y el padrastro de mi mejor amigo estuvo prófugo de la justicia por tentativa de homicidio. Nosotros, los niños de la unidad, sabíamos quién había roto aquel espejo… había sido otro niño de nuestra edad, él se ufanaba de ser orgullosamente tepiteño, y en una demostración de su “hombría” para que nos quedara claro que era muy cabrón, tomo un bat de beisbol y rompió aquel espejo y calaveras de otro par de autos. Cuando le pregunté a mi mejor amigo porque no le había dicho la verdad a su padrastro, no me contesto. Obviamente le tenía miedo, y era comprensible, evidentemente era un hombre muy violento. Este muchacho “tepiteño” tenía dos hermanos, eran tres varones como nosotros. El hermano menor… llamémosle Julián… a los cuatro años ya era totalmente amanerado. Y para la familia era como una especie de desgracia… sobre todo para la mamá. Lo metieron a terapias sicológicas y una temporada lo internaron en un siquiátrico… Ignoro como terminaron todas estas historias, no viví ahí lo suficiente para saberlo pero todas ocurrieron a mediados de los ochenta. Me parece que esta nefasta cultura ha cambiado poco a poco a lo largo de estos años. ¿Qué tanto y en que escala? No sabría decirlo.  

Esta era la cultura mexicana en general, no solo en la barriada. Por eso, desde niño también me causaba mucha extrañeza, me sorprendía, que mi papá admirara tanto a Juan Gabriel. Es quizá parte de lo que llamamos “doble moral”. En casa teníamos todos los viniles de Juan Gabriel, recuerdo especialmente la portada del álbum “Pensamientos”. Es un close up de Juan Gabriel, por ese entonces todavía muy delgado con un jersey amarillo de cuello redondo sin camisa, da la impresión de estar maquillado sutilmente, con un peculiar fondo del cerro de la silla de Monterrey, todo en tonos amarillos chillones: es una portada totalmente queer. Me parece que Juan Gabriel dejaba muy en claro con esta portada su identidad de género. Alguna vez dijo: “lo que se ve no se pregunta”. Si se observan los close ups de los discos de Lucha Villa son mucho más varoniles.

Como millones de mexicanos crecí escuchando sus canciones, incontables veces, en incontables contextos. Por aquellos años veíamos casi religiosamente “Siempre en Domingo” donde Juan Gabriel era muy habitual. Y la identidad de género de Juan Gabriel, siempre que yo lo vi, era manifiesta y evidente. Alguna vez le pregunté a mi mamá como podía mi papá tener esa postura frente a la homosexualidad, y admirar tanto a un homosexual, o sea a Juan Gabriel.  No parecía coherente. Mi mamá entonces le pregunto a mi papá, mi papa dijo: No consta que sea homosexual, quizá solo es amanerado. Negar lo evidente era una estrategia para evadir lo evidente: mi papa era un machista homófobo recalcitrante y al mismo tiempo admiraba a Juan Gabriel. Y cuántos no. Hombres y mujeres machistas que cantaron “Querida”, que pusieron “Querida” en sus radios, consolas y caseteras, que amenizaron sus fiestas con los éxitos del “Divo de Juárez”. Monsiváis lo considera como “la capacidad de asimilación de la moral tradicional que, de seguir las cosas como van, terminará beatificando a Juan Gabriel”. Y así ha sido.   

Mi papá no estaba loco… Como el melómano que era, sobre todo de la música popular mexicana, reconocía lo evidente: la calidad de las canciones de Juan Gabriel, de su música. Un hombre inmortal, de lentejuelas divinas, de maravilloso histrionismo, un literato que ha enriquecido con versos maravillosos el cancionero nacional, un poeta del pueblo, trascendente en las artes y la cultura nacional. Un hombre de gran talento, sensibilidad y calidad humana.

Juan Gabriel termina su serie con su presentación en Bellas Artes, es evidente que le significó un gran orgullo en vida. Fue el reconocimiento muy forzado de las elites culturales -que hicieron hasta lo imposible por impedirlo- de la importancia de la música popular y de la importancia de un compositor e intérprete que marcó una época. Fue al mismo tiempo un reconocimiento nacional, público, político, histórico, trascendental al arte popular, tan malquerido en esas esferas intelectuales, que francamente le quedan guangas a Juan Gabriel. Además Monsiváís calificó el evento como “un triunfo de la diversidad”. Juan Gabriel vivió lo suficiente para ver su serie terminada, y en estas sincronías maravillosas e inexplicables de la vida pasaba el último capítulo de su serie –o uno de los últimos- por televisión abierta cuando se anunció su muerte un domingo 28 de agosto de 2016. Se realizó una segunda parte, con guiones autorizados por Juan Gabriel, pero ha estado detenida por cuestiones legaloides. ¿De qué trata? Quizá de todo lo que se excluyo. Quizá.  Si la veremos o no, es un misterio aún.

Terminó su último concierto, antes de morir, en el Forum de “Los Ángeles”, con un mensaje: ¡Felicidades a todas las personas que están orgullosas de ser lo que son”. Así, en el epílogo de su vida artística, celebró el orgullo… el orgullo de ser lo que se es.

 

[i] Una de las filmografías más insólitas y más creativas de la cinematografía universal es la de Derek Jarman (1942-1994), quien se formó, entre otros, con el maestrazo Ken Russell (1927-2011) haciendo arte en “Los Demonios” (1971) excéntrica y desorbitada farsa anticlerical, que contrasta la fe honesta contra la hipocresía eclesiástica, y en “El Mesías Salvaje” (1972) absoluta obra maestra, un biopic no-realista, con reflejos vanguardistas, sobre el escultor francés Henri Gaudier-Brzeska. Una joya fílmica que debería tener más presencia y vigencia de la que tiene. Tan es así que esta película debe haber marcado para siempre a Jarman, pues toda su obra como director se cimenta en biopics no realistas, anacrónicos, y sumamente estilizados, artísticos. Pero además llevó su activismo por los derechos de la comunidad LGTB a su cinematografía, pues algunas de sus películas más importantes están dedicadas a una personalidad homosexual: su ópera prima “Sebastiane” (1976), un mártir católico; “Caravaggio” (1986), un prodigioso pintor del barroco, “Eduardo II” (1991) un rey de Inglaterra y “Wittgenstein” (1993), un importantísimo filosofo contemporáneo. Pero no son panfletos vulgares, hagiografías, ni apologías de estampita, son películas que dan testimonio de la complejidad de la personalidad humana, además de piezas de arte fílmico. No se centran en la “identidad de género” ni en la “sexualidad”, salvo a modo de alegorías políticas o humanistas. Que haya grandes personalidades de la historia, del arte, de la cultura “homosexuales” resulta bastante ordinario: ¿Por qué no las habría? Son una minoría, sí, pero parte de la sociedad. Y parte de toda sociedad, de todo tiempo y lugar, de toda cultura, de forma universal. Lo raro sería que no los hubiera.  Es tanto como rascar un poco en la historia y descubrir mujeres notables, aquí, allá y acullá; cuyas famas fueron enterradas, soterradas, boicoteadas. ¿Por qué debería sorprendernos que haya mujeres notables en todas las esferas, en todos los ámbitos, en todas las épocas? Lo raro sería que no las hubiera. Es lo mismo. Este activismo, mediante el rescate de la memoria histórica y la ponderación de grandes personalidades femeninas y homosexuales, forma parte de la moderna corrosión –lenta, lentísima corrosión- del patriarcado.    

[ii] Gabriela Roel y Dolores Heredia compartieron créditos también en la película de Juan Antonio de la Riva, “Pueblo de Madera” (1990).

[iii] Todo parece indicar que fue Claudia Islas. Si testimonios directos de gente que no se conoce entre si la señalan, y coincide en todo con la media filiación, como se dice en México, si tiene cuerpo de pato, pico de pato, patas de pato, es pato. Es contundente la grabación que hizo Carmen Salinas de su esposo Pedro Plascencia Ramírez, músico que trabajo con Juan Gabriel 20 años, grabación que se dio a conocer en el programa “Hoy” de Televisiva. https://youtu.be/OGHmRYOmUgI Y el testimonio de Rosenda Puentes en “Ventaneando”, la mejor amiga de Juan Gabriel y gestora jurídica de todas sus propiedades (es la hija del General Puentes y de Ofelia, la niña con la que se lleva muy bien en su casa) quien confirmó que fue Claudia Islas quien lo mando a prisión. (28 de Agosto de 2018)

[iv] ¿Por qué un general del ejército mexicano estaría encargado de una prisión? Por el contexto político, precisamente. Es la época de “la guerra sucia”.

[v] Y hermana de Flor Silvestre, otra cantante y actriz excepcional.

[vii] Se puede ver al respecto “El paciente interno” (2012) de Alejandro Solar.

[viii] Siempre me ha gustado el trabajo de Anette Michel, la recordamos como aquella villana en “Cuando seas mía” (2001) la extraordinaria telenovela de Elisa Salina, que adapta “Café con aroma de mujer” (1994) la genial telenovela colombiana con Guy Ecker y Margarita Rosa de Francisco, que tuve la suerte de poder ver tres veces completa. Obvio de mis favoritas. Y que tuvimos la mala suerte que la mal versiono televisa, impulsando la carrera de Angélica Rivera, la Gaviota. Pero volviendo a la estupenda “Cuando Seas Mía” recuerdo mucho aquella escena en la que la Paloma (Silvia Navarro) le da un merecido agarrón a Bárbara Castrejón (Anette Michel) en el baño de mujeres. Pues en esa telenovela están muy bien todos los actores, incluida Anette Michel, lo que jamás imagine es que ella pudiera elevar tanto su registro actoral. Ojalá pueda hacer más proyectos interesantes, donde le pongan retos.  

Luis F. Gallardo Luis F. Gallardo Nació en la Ciudad de México, en medio de los cohetones que echaban los suavos y zacapoaxtlas para conmemorar la batalla de Puebla, un 5 de mayo de 1975. Pertenece a la generación 1996 del CUEC, donde estudió Cinematografía, también estudio Letras Hispánica en la UNAM. Se especializa en guiones de programas de televisión cultural y educativa, de esos que pasan de madrugada. 18 años de experiencia en docencia, capacitación e investigación cinematográfica. Ha visto un par de películas. Baila salsa.