Viaje 4 horas diarias al trabajo... y ¡sea productivo!
Nuevo día. Pasadas las 6 de la mañana ya en la calle. Otra vez dos horas de viaje de ida al trabajo y otras dos horas de regreso a casa, …que en algunas ocasiones pueden ser hasta tres.
El mismo escenario al que me enfrentaba cada día para ir a la universidad hace dos años.
En aquel tiempo –como hoy- mi punto de partida iniciaba en Tláhuac, al oriente del Valle de México. Desde allí debía buscar alguna ruta de autobús o microbús para aproximarme a la estación del metro más cercana. Tenía varias opciones: Constitución, UAM, Taxqueña o Atlalilco. Pero las opciones no reducen el tiempo de traslado. En todas estas rutas el trayecto mínimo toma una hora.
Cada trayecto a la universidad -y ahora al trabajo- se convierte en una odisea. El atravesar la avenida Tláhuac no es cosa sencilla; el tránsito en esta vialidad es feroz a la hora que sea, excepto en la madrugada. Y no se diga de las calles que la cruzan. La ciudad está hecha para los coches, no para los peatones.
Por eso es común que entre un alto de semáforo y otro, entre una avenida y otra, los trayectos se extiendan entre 10 y 30 minutos para distancias relativamente cortas. La desesperación y el estrés entre los usuarios del transporte ya es parte de la vida cotidiana en este monstruo de mil cabezas llamado ‘Ciudad de México’.
La tensión acumulada, en más de una ocasión, ha propiciado peleas y discusiones entre el conductor y las personas a bordo, o entre los pasajeros mismos. No se diga cuando algún vendedor de discos, con una enorme bocina a todo volúmen, se sube al vehículo a ofrecer su ‘valiosa’ mercancía con la complicidad del conductor.
¡Por fin! Llegamos a la estación del metro, el siguiente campo de batalla. Y, créame, la frase no es metafórica. De 6 a 9 de la mañana se lucha codo a codo, se empuja, se agrede, verbal y físicamente, para lograr un espacio en esos trenes naranjas. Lo haces al precio que sea, incluyendo tu dignidad. ¿Dignidad?
Empujados y comprimidos, así viajamos miles siempre esperando que entre uno más en las llamadas, popularmente, ‘limusinas naranjas’.
Pero si subir es una odisea, bajar del tren es otra; entre codazos, empujones y manoseos. Cuando finalmente salgo expulsada del vagón, me esperan largas caminatas y escaleras en la estación de correspondencia para repetir la experiencia de volver a abordar una nueva línea de tren que me acerque a mi destino final.
El sueño de la ‘Línea Dorada’
Con todo, vivir cerca de una estación del metro es un sueño anhelado para muchos capitalinos. Eso pensé cuando en 2006 nos anunciaron que construirían la llamada ‘Línea Dorada’. Por primera vez los casi 400 mil habitantes que vivimos en Tláhuac tendríamos estaciones del metro a nuestro alcance.
Entre 2008 y 2012 las obras no cesaron. Como tampoco el incremento del mundanal ruido y tráfico que ocasionó la construcción de la soñada línea del metro, justo cuando iba a la universidad en la Facultad de Estudios Superiores de Aragón. Fueron 4 años de largas y tediosas travesías.
“Una vez que el metro comience a operar, habrá valido la pena todo esto”, me decía.
La inaug
Emplear 1 hora 15 minutos entre mi casa y Mixcoac era ‘la gloria’; después de las más de 2 horas que me tomaba ese trayecto antes de que existiera la ‘Línea Dorada’, con vagones que olían a nuevo y sin vendedores al interior de las estaciones.
Pero la gloria se acabó. 16 meses después la Línea Dorada se quebró. Cerró 11 de sus 20 estaciones por graves fallas que quien sabe cuando serán reparadas.
A lo largo de mi joven vida nunca había visto que una línea del metro cerrara en la Ciudad de México.
La alternativa que se nos dio fue usar autobuses de la Red de Transporte de Pasajeros (RTP) por lo que un trayecto de 15 minutos, se convirtió en una hora o más. La pesadilla regresó, pero ahora con más fuerza: Más tráfico y las batallas por los lugares en los autobuses se han convertido, literalmente, en rines de lucha libre.
“Los discapacitados, mujeres embarazadas y niños, primero” es la advertencia cotidiana. Luego, la muchedumbre con sus gritos, mentadas y empujones se agolpan buscando un lugar. De la época de lluvias mejor ni hablamos.
En alguno de esos largos trayectos recientes -ahora hacia la oficina en la que trabajo en la delegación Cuauhtémoc- escuché en la radio las declaraciones del secretario de Hacienda, acusando a la baja productividad como causa de la falta de crecimiento económico del país.
“¿Tendrá algo que ver la baja productividad con las 4 horas invertidas en mis trayectos por la ciudad; con el cansancio y el estrés acumulados por las aglomeraciones y empujones en los micros, autobuses y líneas del metro que abordo todos los días”. Quizá algo tenga ver, me dije, mientras bajaba apresuradamente del micro para llegar a la estación del metro en donde ya me espera una masa humana con la que me tengo que fundir.
¿Quién dijo productividad? Capitalinos bajo presión
Los largos trayectos cotidianos en las grandes urbes pueden generar desde irritación y malestar, en el menor de los casos, hasta un deterioro en la salud física o mental que pudiese volverse en algún padecimiento crónico, dice Laura Pimentel, quien es psicóloga clínica por la Universidad Nacional Autónoma de México.
La experta explica que al estar expuesto a un promedio de hora y media de camino, las personas llevan a su organismo a una carga extra de estrés –que se suma a la que tiene en su trabajo- obligando al organismo a permanecer en estado de alerta permanente.
Este estado de alerta constante, eventualmente conlleva a un cansancio físico que provoca insuficiencia de energía en las personas para realizar alguna otra actividad física como ejercicio, que justamente esta sería una de las opciones más para ayudar a contrarrestar esta tensión.
“A mayor desgaste mental conduce a mayor desgaste físico y a su vez a una menor productividad”, refirió la especialista.
Los padecimientos –dijo en entrevista- que se pueden desarrollar por el estrés, van desde el mal humor o irritación, hasta
Mientras que en el caso de enfermedades físicas, esta tensión podría conducir a enfermedades cardíacas, tal es el caso de arterias coronarias, o incluso desarrollar algún tipo de cáncer.
Fernando Subirats, también psicólogo social, lanza una advertencia sobre la mala calidad de vida en las personas y particularmente en los jovenes, derivada de estos largos trayectos cotidianos.
“Estos largos viajes tiene efectos en el estado emocional de las personas en general, y de los estudiantes en particular; se pueden vincular con una mayor posibilidad de estrés o mayores niveles de ansiedad, disminución del rendimiento y desempeño laboral, mayor probabilidad de ausentismo, menor satisfacción con el trabajo, y eventualmente tener impacto en las relaciones interpersonales.”.
Incluso –dijo tajantemente- “en definitiva, (los largos trayectos) pueden atentar contra el equilibrio necesario entre el trabajo y la calidad de vida”.
El cansancio de la productividad
En la Ciudad de México, en promedio, se pierden 3.3 millones de horas-hombre al día por la congestión vehícular.
De hecho millones de mexicanos de escasos recursos gastan una cuarta parte de sus ingresos en transporte, debido a lo lejos que viven de sus centros de trabajo, de acuerdo al reporte “100 ideas para la ciudad de México”, realizado por el Instituto Mexicano para la Competitividad (IMCO), el Centro Mario Molina, y CTS EMBARQ México.
En promedio cada individuo ocupa dos horas de su tiempo en trasladarse, según la organización civil, El Poder del Consumidor.
Ya señalaba los psicólogos Laura Pimentel y Fernando Subirats que estas afectaciones pueden verse reflejadas en la salud de los individuos y, por lo tanto, en un menor rendimiento laboral.
Pero qué sucede cuándo desplazarse en una ciudada como la capital mexicana se convierte en una pesadilla, considerando que gran parte de los que habitan en ella están alejados de sus lugares de trabajo, estudio o recreación.
“Una ciudad con un transporte público integral aumenta su competitividad económica al interconectar todos los elementos generadores de valor y al denotar una imagen de progreso y modernidad que atraigan tanto mayor talento humano como inversiones que aumenten su dinamismo”, define el reporte de Movilidad Urbana Nacional en México 2014-2015, presentado por el Senado de la República, el Grupo Mexicano de Parlamentarios para el Hábitat y ONU-Hábitat, parte de la Organización para Naciones Unidas (ONU).
Por lo que ambos factores -productividad y movilidad- están íntimamente vinculados tanto para desarrollar una mejor calidad de vida como personas, como para producir más y mejor. Pero de 1990 a 2014, la productividad disminuyó 7.6%, según datos del Instituto Nacional de estadística y Geografía (INEGI).
La productividad consiste en “trabajar de forma más inteligente”, no en “trabajar más intensamente”, según definió la Organización para la Cooperación y Desarrollo Económicos (OCDE) durante la Cumbre Internacional de la Productividad, realizada el pasado 6 de julio en México.
En aquella ocasión, José Ángel Gurría, secretario general de la OCDE, añadió que la productividad es también un instrumento de inclusión.
“La productividad se debe visualizar como un motor del crecimiento, pero también como instrumento de inclusión que permita seguir mejorando y reduciendo significativamente el desempleo, la pobreza y las desigualdades”.
Ante el descenso de la productividad vista en México, el IMCO, el Centro Mario Molina, y CTS EMBARQ México le han propuesto al gobierno capitalino emprender medidas con inversiones público-privadas para desarrollar corredores urbanos de uso mixto que concentren actividades y flujos de personas alrededor de estaciones del transporte público.
Crear nuevas centralidades urbanas, en zonas altamente pobladas pero carentes de fuentes de trabajo y equipamiento.
Y es que si las estrategias de desarrollo urbano y de movilidad no atienden el problema, los capitalinos no solo seguirán decreciendo en su productividad laboral sino que, lo que es peor, seguirán incrementándose los padecimientos y los costos para atenderlos.