Podemos dar un brinco significativo en ciencia y desarrollo
Uno de los grandes retos que tiene México enfrente es entender que debe transitar hacia la economía del conocimiento como su palanca de desarrollo. Quizá ése sería el resumen de la conversación que sostuvimos con el doctor Enrique Cabrero quien encabeza al Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología del país; el organismo público responsable de establecer y ejecutar las estrategias para el desarrollo científico, tecnológico y de la innovación en México. Nada más.
Quien también fuera director del Centro de Investigación y Docencia Económicas, CIDE, una de las escuelas de alto nivel de mayor prestigio en las ciencias sociales en el país, responde con serenidad a cada uno de los enormes retos que ahora enfrenta.
La herencia de desvinculación entre el sector académico y empresarial plantea uno de esos desafíos; pero también las rigideces en los planes universitarios de estudios, sus anquilosados planes de jubilación, y la muy escasa inversión del sector privado nacional en investigación y desarrollo. Además de la urgencia de duplicar el presupuesto público a estos campos en los próximos 3 años como lo empeñó el presidente Peña Nieto.
Si la transparencia y luminosidad de las modernas oficinas del Conacyt en la Ciudad de México son una señal de su rumbo, diríamos que el camino para el desarrollo de la ciencia, la tecnología y la innovación está bien trazado.
¿Podría darnos algunos indicadores que dimensionen el impacto del conocimiento en el desarrollo de nuestra sociedad mexicana?
El conocimiento es parte de la economía postindustrial, es decir la inteligencia que hay detrás de la producción de bienes y servicios. Siendo México un país plenamente industrializado no somos un país que esté en el grupo de países líderes porque tenemos un rezago como generador de conocimiento.
Es importante lo que ha pasado en México porque la capacidad de generar ciencia y desarrollo tecnológico ha venido creciendo mucho. Sin embargo no hemos todavía desarrollado la capacidad para convertir (ese conocimiento científico) en bienestar social, en crecimiento económico, en competitividad. Estamos en ese proceso.
¿Hay algún indicador que nos muestre en dónde estamos en términos relativos?
En general se mide por el nivel de inversión en ciencia, tecnología e innovación. Los países más avanzados en la economía del conocimiento, como Corea del Sur, Israel o Japón invierten alrededor de 4 puntos porcentuales del PIB.
Estados Unidos y la Comunidad Europea invierten entre 2 y 3 puntos del PIB. Países con un menor nivel de incorporación a la economía del conocimiento como España y Brasil invierten alrededor de 1%, y México en 2012 estaba en 0.43% del PIB, muy por debajo de lo que debe estar.
El presidente Peña Nieto se comprometió a que a lo largo de estos seis años llegaremos al 1% del PIB, comparándonos a países como Brasil o España que están despegando en la economía del conocimiento.
Un asunto es la inversión y otra los resultados. ¿Qué indicadores tenemos en materia de resultados?
Hay algunos. Somos un país que tiene un científico por cada mil habitantes de la población económicamente activa (PEA). Los países más avanzados tienen 10 científicos por cada mil habitantes de la PEA.
Por otra parte está el tema de las patentes. Hace dos años Estados Unidos generaba más o menos 400 mil patentes, México, 14 mil. Y además en México solo el 8% de esas 14 mil patentes están generándose en instituciones, empresas o investigadores mexicanos. El resto son patentes de otros países.
Los indicadores no son los que quisiéramos porque hasta ahora México venía invirtiendo en ciencia y tecnología e innovación como lo hacía en otras actividades. Pero la economía del conocimiento tiene una sustancia diferente. Es una palanca del desarrollo.
Una de las ventajas que tenemos los países emergentes es que la economía del conocimiento es un ‘atajo’ más rápido (hacia) niveles de desarrollo y bienestar del primer mundo sin necesidad de tantos años.
Pero detrás de la economía del conocimiento debería existir una base de educación de la población; un asunto en el que tenemos un problema estructural en México
Como bien dices, es un asunto estructural. De nada sirve tener una enorme infraestructura si no tenemos capital humano altamente calificado. Es el capital humano la esencia de esta economía del conocimiento.
En el caso del Conacyt lo que tenemos que hacer es identificar la gente con mayores capacidades y talentos para que sigan su preparación en las mejores universidades del país y del mundo y que esos jóvenes, no solo se queden en el sistema nacional, sino también atraer talento de otras nacionalidades a que vengan al país a desarrollar su carrera de científicos.
Escuchamos ciertas quejas del sector productivo sobre un déficit de capital humano para ciertas tareas en determinados sectores. ¿Cuál es su percepción y respuesta sobre este asunto?
Efectivamente está distorsionado el sistema. Un caso es el de los ingenieros. México es uno de los países que más ingenieros gradúan anualmente, entre 70 y 100 mil ingenieros anuales que es una cifra enorme incluso comparada con los países más desarrollados. Sin embargo de ese número menos de la mitad son formados con la calidad necesaria. Y aunque muchos de ellos tienen un buen nivel de formación, no están formados en las áreas en que la demanda está creciendo.
Esto se debe a que en el país las universidades y centros de investigación han creado estructuras de inercia muy fuertes que no les permiten adaptarse a las nuevas necesidades del mercado. Por ejemplo estamos frente a una reforma energética de una gran trascendencia y tenemos que iniciar un programa emergente de formación y reconversión de profesionistas para traerlos al sector energético. Un programa de 3 o 4 años para otorgar más de 60 mil becas relacionadas al sector energético.
Son programas emergentes para reajustar el proceso. Lo mismo nos está sucediendo con el tema alimentario. ¿Qué pasa? A todos los países les ha sucedido esto, pero lo que sí ha fallado en México es que no tenemos un sistema que esté ajustándose a esos cambios.
Las universidades e instituciones académicas tienen enormes inercias y rigideces para modificar sus planes de estudios. Desde Conacyt estamos tratando de generar incentivos para las instituciones que estén adaptándose a las nuevas necesidades.
¿Qué se puede hacer desde Conacyt para orientar a las universidades hacia el sector productivo?
Hay una herencia en México de desvinculación entre el sector productivo y académico. En Conacyt tenemos nuestro programa de reconocimiento a posgrado con un padrón de 1,600 posgrados que está evaluando para que tengan la actualización y reorientación que marcan los sectores del conocimiento hacia donde están orientados.
De no hacerlo quedan fuera de nuestro padrón de posgrados y sus alumnos no tendrán becas. Por otra parte las becas que damos al extranjero solo se están otorgando a programas e instituciones con conocimiento de vanguardia de acuerdo a las necesidades actuales.
¿Dónde queda el sector privado en esta ecuación del impulso nacional a la ciencia, tecnología e innovación?
Efectivamente el sector privado también está en proceso de transformación. Requiere revalorizar el tema de la investigación, desarrollo tecnológico e innovación. Hemos sido un país que nos venido industrializando a partir de la compra de “paquetes tecnológicos”. La idea que somos un país maquilador nos incomoda, nos duele. En términos generales sí, ese es el drama, somos un país maquilador.
Somos el país que mas pantallas produce en el mundo, pero no somos un país que tenga el know-how sobre la tecnología de la producción de pantallas. Esto tampoco es particularmente diferente de otros países, pero es el momento de darnos cuenta que los países compradores de tecnología “llave en mano” son los países que van a perder competitividad. O nos ponemos las pilas en términos de desarrollar nuestras capacidades propias de innovación y desarrollo tecnológico o las empresas van a perder competitividad.
Esto les ha venido preocupando más a los grupos empresariales en México. Actualmente Concamin, Coparmex, Canacintra y el CCE están trabajando de cerca con Conacyt para precisar planes de desarrollo de capacidades innovadoras en la empresa y esto también permitirá que se haga más inversión desde el sector privado.
Cuando dije 1% de inversión en ciencia, tecnología e innovación es la suma de la inversión del gobierno y de los privados. Allí tenemos un problema porque las dos terceras partes de la inversión en México son del sector público y solo una tercera parte del sector privado. Mientras que en los países que más invierten, el 70% proviene del sector privado. Tenemos que hacer una reconversión de esto.
En Conacyt tenemos un programa de estímulos a la innovación en el que invertimos 4 mil millones de pesos en este año, como en el anterior, para apoyar a empresas que presenten proyectos de innovación y que se vinculan con alguna universidad. Son dos sectores que ya se dieron cuenta que se necesitan el uno del otro.
¿Como titular de Conacyt se siente satisfecho con esta situación de que los empresarios ya se “dieron cuenta” de que tienen que invertir en esto?
En absoluto no me doy por satisfecho. Pero en 2011 publiqué un libro en el que hablaba de la difícil vinculación entre universidad y empresa y observé un situación peor a la que hoy estamos viendo. Es un país que muy rápido se está dando cuenta, tanto desde el sector académico como empresarial, que tiene que haber cooperación. Esa es una buena noticia.
Pero necesitamos generar un ecosistema para la innovación y el desarrollo tecnológico. La buena noticia es que una vez que se generan experiencias exitosas, la vinculación tiene un comportamiento de una curva exponencial; crece muy rápido. Tengo confianza en que sí podemos en los próximo 20 años dar un brinco significativo desde donde estamos hoy.
¿Cuáles son los dos proyectos que al Dr. Cabrero le ilusiona sacar adelante en este año y el que sigue?
Voy a mencionar tres. El primero es un proyecto que era muy importante echar a andar. Lo que venía sucediendo es que Conacyt hacia un gran esfuerzo por formar gente con doctorados en las mejores universidades del país y del mundo y estos jóvenes bien preparados no los podía absorber el sistema académico nacional porque hay un sistema de retiro y jubilación muy deficiente y esto hace que no se liberen plazas en las universidades.
Esto tiene muchas rigideces que va a ser complicado solucionarlo. Por lo pronto en Conacyt generamos el programa de cátedras para jóvenes investigadores y entre el año pasado y este generamos 800 plazas para jóvenes investigadores que los contrata Conacyt y los comisiona a las universidades con una agenda muy precisa de investigación.
Es todavía un número insuficiente pero esperamos que al final del sexenio lleguemos a mas de 3 mil jóvenes investigadores que le empieza a cambiar la fisonomía al país. Si ese programa pudiera seguir por los próximos 20 años, México tendría una enorme oportunidad de formación de talentos.
El segundo programa me gusta mucho. Conacyt da recursos para que los investigadores lleven a cabo sus inquietudes pero, complementario a ello, abrimos una convocatoria que se llama ‘investigación para atender los grandes problemas nacionales’.
Además de, si el proyecto es de calidad, darles los recursos; uno de los requisitos es que el investigador, al terminar el proyecto, tiene que presentarlo al sector público, privado o social involucrado en el tema que investigó y de esa forma garantizamos que los resultados sean conocidos. Eso también es importante porque así la sociedad mexicana valora más la ciencia como instrumento para resolver problemas nacionales.
El tercer programa le llamamos ‘agendas de innovación regionales’. En cada estado hemos hecho un trabajo detallado para conocer las capacidades de generación de conocimiento de ese estado y su vinculación con los sectores económicos. Lo que hemos venido haciendo en las entidades es reunir a estos sectores y trabajar en un proyecto de generar clusters de economías del conocimiento en el país.
Si lográramos en estos próximos años que estas tres visiones prevalecieran, sí estaríamos arrancando a otro ritmo.