Este no es otro artículo sobre cambio climático

Las olas de calor, las decisiones políticas y la economía se entrelazan en una relación compleja que podría determinar nuestro futuro. ¿Cuáles son las verdaderas dimensiones del cambio climático, las soluciones propuestas y el costo de nuestra inacción?
8 Agosto, 2023

Este no es otro artículo sobre cambio climático. Es un llamado sobre una realidad que ahora sí, todos estamos sintiendo en carne propia. El termómetro no miente: el mundo se calienta a un ritmo alarmante, y lo estamos experimentando en tiempo real, en nuestras casas, trabajos, escuelas, e incluso durante nuestras vacaciones. Con el tiempo, miraremos atrás y recordaremos estos días como las primeras señales de un cambio que afectará nuestras vidas para siempre.

¿Comprendemos realmente las implicaciones de lo que estamos viviendo? Las olas de calor, las decisiones políticas y la economía se entrelazan en una relación compleja que podría determinar nuestro futuro. ¿Cuáles son las verdaderas dimensiones del cambio climático, las soluciones propuestas y el costo de nuestra inacción? ¿Estaremos ya al borde de un precipicio climático o aún hay esperanza en el horizonte?

 

No, no es nuestra imaginación, nunca había hecho tanto calor. Las últimas semanas, uno de los temas de los que todo el mundo habla, en el trabajo, reuniones y redes sociales, son las altísimas temperaturas que estamos viviendo. En México, la última semana de junio pasamos por una onda de calor en la que más de la mitad del país estuvo a 40°, con algunos estados rebasando los 45°. Y no solo es México.

Si usted tiene familia en Estados Unidos, le habrán contado del intenso calor desde California hasta Florida, o si ha visto las noticias, se habrá enterado de que en España y Grecia el termómetro rebasaba los 40°. En lugares insospechados, como Japón, el termómetro alcanzaba los 37°. Es más, en pleno verano austral, Buenos Aires está a 37° y la capa de hielo de la Antártida ha perdido una extensión casi del tamaño de Argentina. Más allá de la anécdota, los datos apuntan que estas olas de calor son excepcionales: ¡los últimos días han sido los más calurosos de los últimos 125,000 años! Durante los últimos 30 días, la temperatura de nuestro planeta se ha ubicado 1.5° C por arriba de la media histórica.

Esto es sumamente preocupante. En 2015, en la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Cambio Climático, se firmó el Acuerdo de París, un tratado vinculante entre 196 países que buscaba implementar acciones para evitar que la temperatura global se incrementara por arriba de los 1.5°. Las recientes tendencias climáticas apuntan que este límite lo hemos rebasado este verano y muy probablemente, en 5 años, hacia 2027, la temperatura global se haya elevado a este nuevo nivel permanentemente. Sería el fracaso del acuerdo más importante en materia climática.

Lo más preocupante de todo esto es que nadie lo anticipaba, al menos para este año. Para 2023, se esperaba el fenómeno de La Niña, una oscilación en la temperatura del océano Pacífico que se asocia con climas más fríos a nivel global. Por el contrario, los pronósticos ahora apuntan en la dirección contraria: bien podríamos observar en 2023 el fenómeno opuesto, El Niño, el cual se asocia con una mayor temperatura.

Nadie sabe a ciencia cierta qué está pasando. Sin embargo, hay algunas pistas. En 2020, la Organización Marítima Internacional (OMI) de las Naciones Unidas impuso regulaciones para reducir la contaminación por emisiones de azufre en la industria naviera. Parece ser que esta medida también disminuyó las partículas de sulfato, las cuales contribuyen a la formación de nubes de baja altitud. Estas nubes reflejan la luz del sol, disminuyendo el calor que absorbe el planeta. De acuerdo con un artículo recientemente publicado en la revista Science, esta podría ser la razón detrás del acelerado aumento de las temperaturas en 2023.

Hay dos lecturas que pueden hacerse sobre esta situación. La primera es que, claramente, nuestro entendimiento sobre los sistemas climáticos sigue siendo incompleto. Nuestros modelos predecían un 2023 más fresco, pero estamos viendo todo lo contrario, posiblemente porque no consideraban efectos aparentemente irrelevantes como la restricción global de emisiones azufre. Cabe preguntarnos, ¿cuántas otras variables y efectos secundarios no estamos aún considerando en nuestros modelos climáticos  y cuál sería su impacto?

La segunda lectura es que, como algunos científicos, entre ellos Michael Diamond de la Universidad Estatal de Florida, ya están sugiriendo, podría ser posible proponer e implementar soluciones de geoingeniería a escala planetaria para resolver el problema del cambio climático. Al respecto, el Profesor Diamond ha dicho que la prohibición del azufre puede verse como un “experimento natural” que nos permite medir el impacto de este elemento sobre la temperatura. Si la reducción de emisiones de azufre incrementa la temperatura, mayores emisiones podrían reducirla.

Las dos lecturas son contradictorias. Si la realidad nos está diciendo que no entendemos bien cómo funciona el clima, ¿cómo es que siquiera puede alguien pensar en inyectar a propósito más químicos a la atmósfera, esperando que solucionen el problema en el que ya estamos? Lamentablemente, pienso que tarde o temprano esta será la dirección en la que nos terminemos moviendo.

El problema fundamental del cambio climático es económico. Para generar riqueza y crecimiento, necesitamos energía. La principal manera que hemos utilizado para obtener la cantidad de energía requerida es quemando algo, lo cual genera dióxido de carbono que contribuye al calentamiento del planeta. A pesar de los ríos de tinta que sea han escrito sobre las energías renovables, al día de hoy solo el 14% de la energía se produce mediante fuentes renovables no contaminantes. Todavía no disponemos de una alternativa real a los combustibles fósiles y nuestra economía depende de su combustión para su funcionamiento.

Desde una perspectiva optimista, se argumenta que, con suficientes recursos, es posible lograr un crecimiento sostenible. Se espera que, en algún momento, podamos desarrollar tecnologías limpias y prosperar sin causar daño al medio ambiente. Muchos en la comunidad internacional comparten esta visión.

Sin embargo, hay quienes discrepan. Algunos economistas y científicos climáticos argumentan que el planeta sencillamente no puede sostener el ritmo actual de crecimiento económico, pues disociar la economía de las emisiones de carbono es una tarea poco menos que imposible. Incluso existe una corriente económica llamada "decrecimiento", que sostiene que la noción de "crecimiento sostenible" es una falacia. Según esta perspectiva, la única forma de frenar el deterioro ambiental es abandonando por completo la idea del crecimiento económico.

Independientemente de la postura que decidamos adoptar, una realidad innegable es que, aunque tecnológicamente pudiéramos llegar a generar riqueza sin contaminar en el futuro, hasta ahora no ha existido la suficiente voluntad política para alcanzar esta meta.

Pese al enorme costo económico, social y humano que el cambio climático supone, ningún país en el mundo está dispuesto a invertir lo necesario para atajar este problema. Y es comprensible, en cierto modo. Según el McKinsey Global Institute, la inversión anual requerida para alcanzar una economía de cero emisiones es de 9.2 cuatrillones de dólares, cifra que equivale, aproximadamente, al 40% del PIB de Estados Unidos.

¿Qué podemos esperar del futuro? A tres años de la pandemia, la opinión pública muestra fatiga ante escenarios apocalípticos. Siendo honestos y críticos, el fin del mundo no parece inminente; no obstante, las circunstancias que se avecinan podrían ser desoladoras.

Tal vez, más temprano que tarde, experimentemos otra ola de calor devastadora. En algún lugar de la India, en Tailandia o en Nigeria, esta ola de calor resultará fatal y se traducirá en una tragedia con dos o tres millones de muertes. Una cifra menor que las víctimas del COVID-19, pero igualmente alarmante. Será una nota de menos de un minuto en el noticiero nocturno, habrá algunos reportajes en la sección internacional, una portada en The Economist y toneladas de desinformación en redes sociales. Algunos activistas en Europa y Estados Unidos se manifestarán y exigirán cambios urgentes, pero es probable que sus demandas caigan en oídos sordos... hasta que una tragedia similar ocurra años después en Texas, California o el sur de Europa, causada por fallos en el suministro eléctrico y la consecuente inoperancia de aires acondicionados en miles de hogares. En ese momento, la comunidad internacional, pero sobre todo, los electores en occidente demandarán soluciones inmediatas y contundentes. Posiblemente, alguien sugerirá la idea de inyectar grandes cantidades de químicos a la atmósfera como solución, y muchos estarán de acuerdo, incluso cuando no exista ninguna certeza sobre su eficacia o las potenciales consecuencias negativas.

No podemos esperar a que tales eventos se materialicen para empezar a actuar. La historia nos ha enseñado repetidamente que posponer la acción hasta que las crisis sean insostenibles conduce a respuestas desesperadas, y a menudo, peligrosas.

La solución al cambio climático no radica en decisiones apresuradas tomadas en momentos de desesperación, sino en la acción proactiva, colectiva y sostenida en el presente. Requiere de una voluntad colectiva y determinación para actuar antes de que sea demasiado tarde. Tengo la esperanza de que aún estemos a tiempo.

Roberto Durán-Fernández Roberto Durán-Fernández Roberto Durán Fernández es profesor en la Escuela de Gobierno y Transformación Pública del Tecnológico de Monterrey. Es economista por el ITAM, cuenta con una maestría en economía por la London School of Economics y se doctoró por la Universidad de Oxford, especializándose en desarrollo regional. Ha sido consultor para el Regulador de Pensiones del Reino Unido, el Banco Interamericano de Desarrollo, la Corporación Andina de Fomento y la Organización Mundial de la Salud. En la iniciativa privada colaboró en la práctica del sector público de McKinsey & Co y la dirección de finanzas públicas e infraestructura de Evercore. En el sector público fue funcionario en la SHCP y en el Banco de México.