La Mañanera: borrón y cuenta nueva
Su afán protagónico en la escena mediática, y sobre todo, esa furiosa manera con la que el presidente de México ataca a la prensa, vuelve difícil evitar a La Mañanera en cualquier análisis de la relación actual del periodismo con el Poder Ejecutivo.
La eficacia del discurso presidencial ha sido de sobra aceptada por propios y extraños. Cuando una perorata se repite en dosis diarias, aplicada y amplificada desde Palacio Nacional, el resultado es indiscutible. Impuso su agenda con todo y mentiras y medias verdades.
En una entrega anterior citamos el consejo que Claudia Sheinbaum recibía de su equipo: no copiar la fórmula de AMLO, pero sí diseñar una propia que cumpla la misma función. Este es el punto en el que estamos y que, todavía a estas alturas, se puede plantear como una ventana de oportunidad. Por lo anunciado el jueves pasado, algo ha de salir mejor en una nueva Mañanera.
¿Por qué es importante?
Que el gobierno informe de su quehacer es una obligación. Que lo haga con sentido ético y propositivo, abriendo paso a la crítica, cuánto mejor. Que utilice su propia plataforma y lo haga diario, ¿por qué no?. Pero que respete al mensajero, sería mucho mejor. Sobre todo al periodismo que cumple el servicio de informar, no de adular.
En cualquier democracia que se precie de serlo es importante que los medios cumplan ese rol que atestigua, cuestiona y reporta los hechos del poder. Y la historia muestra cómo los medios que realizan escrutinio e investigan por sistema resultan incómodos a los gobernantes y poderosos, pero muy relevantes en el avance de la sociedad y desarrollo de su democracia.
Por eso es importante saber hacia dónde y cómo evolucionará La Mañanera, porque la oportunidad de Sheinbaum es enfrentar a los medios con evidencia y datos y, viniendo de una científica, datos con los que ella misma rete a que los medios validen, contrasten y publiquen.
Puede ser un buen deseo, pero en México es evidente la necesidad de elevar el nivel de la relación del gobierno con la prensa. Como un borrón y cuenta nueva y dejar atrás ese catálogo de insultos que, como ejemplo, en diciembre de 2020 enlistó el propio dueño de Reforma, El Norte, Mural y Metro, Alejandro Junco de la Vega.
En el minuto 9 con 30 segundos de este videomensaje dirigido a sus consejeros editoriales, Junco se preguntaba la razón de la continua descalificación contra su Grupo. La siguiente es parte de ese inventario de adjetivos que AMLO había lanzado repetidamente ese año contra los diarios del Reforma:
“Pasquines inmundos, malos de malolandia, conservadores, neoliberales, derechistas, reaccionarios, calumniadores, viles, fifís, simuladores, mentirosos, machuchones, ridículos, boletineros, empanizados, amarillistas, aplaudidores, alarmistas, rastreros, irresponsables…”
Ese es el nivel del trato hacia los medios privados del que partirá la nueva administración. Un tono que pinta de cuerpo entero el desdén que AMLO prodigó al ejercicio del periodismo crítico.
Algo puede mejorar
A dos meses de su inauguración, Sheinbaum ha confirmado que su gobierno informará diariamente sobre distintos temas. “Evidentemente tiene que haber cambios (respecto) al esquema” de La Mañanera del presidente, señaló.
A su vez, los medios privados y públicos tienen también su propia oportunidad.
En tiempos que ondean banderas de transparencia, qué mejor compromiso con la audiencia que exhibir en sus sitios una declaración de intereses y el código de ética de sus periodistas y colaboradores. Y, si no es mucho pedir, hacer claro y explícito lo que en su menú informativo son inserciones de propaganda política y publicidad comercial.