A estas alturas del partido es probable que usted, estimado lector, haya decidido por salud mental o por mero aburrimiento, dejar de escuchar la homilía matutina del titular del Ejecutivo. Pero por más que haya buscado abstraerse de las ocurrencias ahí predicadas, con dificultad habrá escapado escuchar que siempre hay un nuevo objeto de ataque. Cuando no son los empresarios, son los neoliberales; cuando no son los medios de comunicación, son los padres de familia que piden medicamentos para sus hijos con cáncer. A veces, la culpa de todos los males es de la clase media, por aspirar a querer tener mejores condiciones de vida y ser egoísta. Y también lo han sido los servidores públicos a cargo de la política de ciencia y tecnología previos a la administración actual, el CIDE y ahora hasta la máxima casa de estudios, la UNAM.
Lejos de su púlpito sagrado y de su entorno controlado, la realidad es completamente diferente a las fantasías que se narran en dicho espacio. Escoja usted la arena; el rumbo que plantea el titular del Ejecutivo para el país no es alentador en lo absoluto. Desde esa zona protegida de las mañaneras, el presidente aparece como “El Coloso” del maestro Francisco Goya: titánico y amenazante, con los puños en alto y los miembros del pueblo a sus pies, huyendo desesperados.
El cuadro fue pintado en la época de las invasiones napoleónicas a tierras ibéricas, razón por la cual el tema central de la obra es el conflicto bélico. Y si bien existen diversas interpretaciones del cuadro, desde mi perspectiva hay dos que se ajustan más a lo que se observa en el entorno nacional. La primera de ellas asocia la figura del coloso a Fernando VII, el cual aparece incompetente y encopetado, mientras que el asno que aparece inmóvil en la pintura representa a una aristocracia partidaria de la monarquía absoluta, estancada e incapaz de comprender lo que está ocurriendo a su alrededor. En la otra interpretación, el coloso aparece de espaldas a su pueblo herido; como si le diera la espalda al progreso de su propia nación. En cualquier caso, en todas las diferentes exégesis que el cuadro evoca, no se puede determinar quién es el enemigo, ni qué hará el coloso.
Le propongo abordar las interpretaciones en sentido inverso. Queda claro que, como el coloso, el presidente lleva tiempo dándole la espalda a las dolencias de varios sectores de la población. Ya sea por los millones de pobres que su administración ha generado, por la inseguridad rampante en diversas regiones del país, por la falta de sensibilidad ante las familias que quedaron rotas tras la pandemia, o por todos los investigadores que no solo no cuentan ya con apoyos, sino que además son señalados como verdaderos delincuentes.
Ahora considere el primer sentido de la pintura. Es claro quién repite como coloso, repleto de soberbia que le impide reconocer como verdadera cualquier información que dé cuenta de las malas decisiones de su administración. Pero es más interesante identificar quién podría ser la figura del asno, el cual no hace absolutamente nada ante lo que está ocurriendo, quizá, resignado. A tres semanas de que el presidente presentó su propuesta de reforma a los artículos 25, 27 y 28 constitucionales, se han alzado voces sustentadas en argumentos técnicos sobre por qué aprobar dicha propuesta sería un craso error, un gancho al hígado para nuestro país. No obstante, la gran mayoría de estas voces han procedido de la sociedad civil. ¿Dónde están los contrapesos al autoritarismo del Ejecutivo? ¿Dónde están nuestras instituciones que deben velar por el desarrollo de nuestro país? El coloso ha destruido varias, y ahora amaga con asolar aún más.