¿El ápex del autoritarismo?
“Soy un poco obsesivo, no me gusta, en lo que considero fundamental, no me gusta delegar mucho o estar nada más recibiendo informes […]”. Estas palabras fueron enunciadas por el titular del Ejecutivo de nuestro país hace un par de días. En un determinado contexto, semejante expresión podría estar asociada a un liderazgo interesado y comprometido con las causas que persigue. Pero, de igual manera, también pueden reflejar la excesiva, casi enfermiza obcecación de una personalidad controladora.
En una persona con semejantes rasgos, es común la necesidad de control, la rigidez, el apego irrenunciable a las normas personales, la intolerancia al disentimiento, así como una estructura cerebral afín a la de un reptil que privilegia el dominio, la agresividad, un alto sentido territorial y la prevalencia de estructuras jerárquicas verticales. Cuando esa persona es un político en la cúspide del poder, pierde el contacto con la realidad y no escucha (Daniel Eskibel). Según Iñaki Pinuel, algunos individuos en altos cargos políticos no son propensos todo el tiempo a la coacción y al miedo. Además, manipulan, fascinan y mienten.
Este es el retrato de la conducción del titular del Ejecutivo desde el 1 de julio de 2018. Con el mismo encono ha embestido a empresarios que por décadas han creado empleos y oportunidades en el país, que a la clase media; ha esputado su cólera a gobiernos de otros países -con los que México tiene una historia rica de intercambio cultural de igual forma que abraza y alaba a los gobernantes más repudiados y señalados en la esfera internacional por atropellar derechos humanos. Con frecuencia destina tiempo para agredir con tirria a sus “adversarios”, con especial embeleso por los “neoliberales”, pero no tiene empacho en manifestar un pétreo desdén por familias enteras que sufren los estragos de la ola de violencia que bajo su administración ocurre.
Ahora, la furia ha sido descargada contra un grupo de 31 personas que fueron responsables de la política de ciencia y tecnología de la administración de Peña Nieto. El soberano no ha titubeado en defender la persecución: “los científicos se quejan porque ya no pueden robar”. “[…] manipulaban mucho y siguen manipulando.” “Todo eso ya no es igual y les produce nostalgia, añoranza y andan molestos, inconformes.”
Según el presidente, este ejercicio obedece a un componente de su cruzada contra la corrupción. Sin embargo, la misma vehemencia no fue expuesta cuando surgieron las evidencias de beneficios recibidos en Petróleos Mexicanos por integrantes tanto de su familia, como de la familia de Octavio Romero Oropeza. Tampoco tuvo lugar una encarnizada campaña de asedio al director general de la Comisión Federal de Electricidad, Manuel Bartlett, y mucho menos contra el ex líder del Sindicato de Trabajadores Petroleros de la República Mexicana, Carlos Romero Deschamps. En este último caso, incluso hubo un ligero apoyo para que recibiera el paquete de beneficios de jubilación.
De los casos de Odebrecht, que involucraban a Emilio Lozoya y Luis Videgaray, mejor ni hablar. El que no pactó y pagó los platos rotos fue Jorge Luis Lavalle Maury, pero la promesa de desentramar el articulado crimen organizado detrás de la supuesta compra de votos en favor de la reforma energética ha quedado inhumada. De la misma forma, se dio carpetazo al trágico accidente de la línea 12 del Metro de CDMX, en el cual podrían haber sido rasguñados un par de los delfines del presidente hacia 2024.
Como en la Antigua Roma, el aval del emperador es determinante para trazar el destino de los súbditos del pueblo. Es claro que un autócrata jamás apoyará el avance del conocimiento de ningún tipo (como los recientes ataques al CIDE y a la UDLAP). Le es contraproducente y amenaza su proyecto político. El peligro en el horizonte es que volvamos como mexicanos a caer en la trampa de creer que un salvador nos liberará de semejante tirano. Necesitamos cantidad y diversidad de liderazgos. Hay tiempo.