Highlander, el inmortal, y los signos de puntuación

Highlander, el inmortal, de Russel Mulcahy, fue una experiencia estética, de esas… de vida. Fue mágico notar un elemento fílmico, para mi desconocido en ese momento: las transiciones.
10 Febrero, 2021
Highlander - El inmortal (1986)
Highlander - El inmortal (1986)
Cinetlán

I.    Highlander, mi experiencia estética


Voy a relatar cómo fue que me enamoré del lenguaje cinematográfico, y por qué me ha interesado tanto la lingüística cinematográfica. 


En diciembre de 1986 estaba yo en Agua Prieta, Sonora. La casa de mis tías distaba un par de cuadras del paso fronterizo, una bella casa americana de pequeño tabique rojo. Con un pórtico muy amplio, y un patio trasero con un columpio en el árbol. En el terreno baldío que estaba a un costado y también en un callejón trasero crecían frondosos arbustos de granada, su intenso tono carmesí contrastaba con las calles y las casas nevadas. Ahí conocí la nieve. El frío era intenso y no se podía jugar afuera salvo un par de horas al medio día. La mayor parte del tiempo tenía que entretenerse uno en los interiores, aunque la verdad no había nada que hacer. En casa de alguna de mis tías, quizá en casa de mi tía Rosa, pude ver televisión. No llegaban los canales mexicanos pero sí los americanos, aunque toda la programación estaba en inglés. Quizá por eso me embobé con MTV, que en ese momento exhibía un video promocional de Highlander el inmortal. Con música de Queen que a su vez promovía A Kind of Magic


Son cosas del destino o de la vida, pero al cambiar de canal, a lo que en aquel entonces se llamaba CINEMAX, justamente vi imágenes del mismo promocional que había visto en el canal anterior y le dejé. Pues no, ya era la película. Iniciaba con una escena de lucha Libre, un par de sujetos dejaban la arena y en el estacionamiento iniciaban una pelea a espadas, uno decapitaba al otro y ocurría un hecho sobrenatural o mágico, pues el ganador como que absorbía la energía del otro. Llegaba la policía, pero lo asombroso, lo que me hizo realmente continuar viendo la película, es que la cámara ascendía por el estacionamiento del Madison Square Garden y al llegar a la parte superior estábamos en una aldea escocesa del siglo XVI o algo así. Me apantalló, la verdad. Seguí viendo la película embobado, aunque no sabía inglés, yo tenía apenas 11 años. 


La película me parecía asombrosa, cada cambio de tiempo lo hacía con una transición extraordinaria. Transiciones muy cuidadas, muy precisas. Hay dos que me encantan: en una el rostro del protagonista se transforma en el rostro de la Mona Lisa, pero que está en un mural de Nueva York de 1985. Otra, quizá la más notable, la cámara sube por una pecera amplia, pero cuando llega a la superficie, es la superficie de un lago por el que reman los protagonistas. Estas dos son increíbles, pero hay otras. La película me encantó. La vi unas tres veces. Como ocurría con estas empresas de cable, y mucho más en aquel entonces, la repitieron varias veces en esa temporada vacacional. 

 

La película me parecía asombrosa, cada cambio de tiempo lo hacía con una transición extraordinaria. Transiciones muy cuidadas, muy precisas.


Cuando volví a la Ciudad de México aún no se estrenaba. Se estrenó en abril de 1987 y fue el acontecimiento juvenil del momento. Por supuesto, pude ufanarme y presumir de haberla visto antes del estreno. Volví a verla en cine, con subtítulos1, otras tres veces. Además, me encantó la película porque pertenecía a un género que yo apreciaba mucho, la fantasía heroica. Ya era muy aficionado a estas lecturas y a esas películas2.

Fue cuando un amigo me dijo de un libro que estaba en ese momento a la venta, y que ya se consideraba un clásico de la literatura de inmortales. Por supuesto, en ese momento me enteré de que había una literatura de inmortales. La novela se llamaba Tú, el inmortal, de Roger Zelazny, justamente el número 24 de la colección Super Ficción de Martínez Roca; mismo que leí, a los 12 años, y que volví a leer esta semana, 33 años después, para escribir este artículo.

No obstante, lo que me dejó en realidad Highlander, el inmortal, de Russel Mulcahy, fue una experiencia estética, de esas… de vida. Fue mágico notar un elemento fílmico, para mi desconocido en ese momento: las transiciones. Ejercieron en mi un hechizo, un encantamiento3. En ese entonces no tenía ni la más mínima idea de que iba a estudiar cine, ni que existía algo llamado lenguaje cinematográfico. 


 
II.    Las transiciones: los signos de puntuación del cine

(Scott Pilgrim vs. the World, 2010) 


Años después, mi maestro de realización cinematográfica -o dirección de cine, como mejor entiende la gente- Alfredo Joskowicz4 estaba convencido de que había una forma correcta de filmar una película, él la llamaba Gramática Cinematográfica. Una de sus clases era precisamente de transiciones, y enseñaba las transiciones como los signos de puntuación del cine. 


Se denomina transición al paso de una secuencia a otra. Las secuencias son como los párrafos en la literatura. Un párrafo es una unidad de significado, lo que vincula a todas las oraciones de un párrafo es que versan sobre un mismo asunto. Uno de los grandes genios de la literatura en el manejo de los párrafos es Fiódor Dostoyevski, muy connotado por la manera en que hace sus transiciones de un párrafo a otro, creando un ritmo de lectura inmersivo. En contraparte, si se lee El Proceso de Kafka, se entenderá lo demencial y fatigoso que resulta una narrativa sin párrafos, una lectura agobiante, sin descanso. El equivalente cinematográfico sería Birdman (2014) de Iñárritu, aunque claro, literatura y cine son muy distintos. 


Una secuencia cinematográfica tiene una unidad de significado, y normalmente transcurren en continuidad de espacio, tiempo y acción, sin importar si se compone de una toma o de decenas o cientos. En el cine clásico -que en realidad es el cine por antonomasia- el paso de una secuencia a otra siempre llevaba una transición, a modo de marca. Siempre. Tuvo que llegar Godard para inaugurar el cine moderno, en donde se abandona el uso de transiciones clásicas, por decirles de algún modo, para el uso de transiciones modernas. La más importante, el corte directo.  


Aunque hay una variedad de transiciones, las más ordinarias son hoy día de uso y abuso común: el fade, o que la película se oscurezca por completo a un negro profundo, o a blancos o a cualquier color. La disolvencia, el final de una secuencia se desvanece paulatinamente mientras el inicio de la siguiente, de forma inversa, aparece gradualmente hasta suplantar completamente a la anterior. Las cortinillas y el iris, se usaron plenamente durante el periodo silente. 


Las cortinillas tienen una gran diversidad de formas. La cortinilla es que la secuencia sucesiva desplace a la anterior con un movimiento de cortina, como en el teatro, es decir, de izquierda a derecha o viceversa, de arriba abajo, o viceversa, o de forma diagonal. La tecnología de video creó una gama muy amplia de cortinillas que hoy, son también de uso muy común, y están programadas por default no solo en editores de video, sino también en programas de diapositivas. 


El iris era un aditamento cónico que se colocaba en el lente de la cámara y que tenía un diafragma que se cerraba frente al lente, produciendo el efecto de centrar la atención en un círculo hasta cerrarse por completo o abrirse. D. W. Griffith lo usaba para crear close ups, podríamos llamarles planos cerrados primitivos. Ya Chaplin, en The Kid (1921)5 usa el iris abundantemente como transición. 


La verdad mi maestro Josko tenía razón, las transiciones funcionan como signos de puntuación del lenguaje cinematográfico6. Una de las más rotundas, y que funciona como un fin de capítulo o acto, es el fade. En mis clases pongo de ejemplo el único fade que hay en Ladrón de Bicicletas (1950) de Vittorio de Sica; es muy importante porque divide la película en dos partes claramente delimitadas: la primera a la que podemos llamar la de esperanza, y la segunda a la que podemos llamar desesperanza. Y es que el fade es tan contudente, tan rotundo, que rompe el ritmo de la película, la abre, como el fin de un capítulo en un libro, para iniciar el otro.

El iris tiene un efecto similar, pero añade cierta poética. Y con mejor ritmo. La cortinilla en cambio es muy ágil, es una transición muy rápida. Es como un punto y seguido. Cayeron en desuso en el cine mudo, pero Star Wars (1977) de George Lucas las volvió a poner en circulación. La disolvencia, si es rápida, suaviza el corte; pero si es lenta, vuelve pesado el ritmo de una película. 


Hay disolvencias muy rápidas en Casablanca (1942) de Michael Curtiz, que favorecen ese buen ritmo sostenido que tiene toda la película. La disolvencia puede tener un manejo poético, en Ciudadano Kane (1941) de Orson Welles mientras un periodista lee las memorias de Kane, el papel que lee se transforma en un paisaje nevado. Lo que llaman en retórica clásica, una sinécdoque, una forma metafórica. 


Las transiciones son pues un elemento fundamental en la narrativa de la película, son su prosodia, son nodales en su ritmo y su peculiaridad específica forma parte del estilo de cada director. La transición más famosa de la historia del cine, recordada por todos, curiosamente es un corte directo, cuando en 2001 Odisea del Espacio (1968) de Stanley Kubrick, el hueso del homínido que gira en el aire se transmuta por corte directo en una nave espacial. Es un corte directo y una elipsis monumental, que va de la prehistoria al futuro.

 

III.    Quién querría vivir por siempre


Según el guionista original, el del primer draft de la película, Gregory Widen, se le ocurrió la idea de Higlander mientras caminaba por un castillo escocés, un museo. Al ver una vieja armadura se preguntaba qué pasaría si un guerrero de esa época llegaba a nuestros días.  Widen estudió cine en la UCLA, y aunque esa historia es pintoresca, yo no le creo mucho. Estoy convencido que la inspiración más importante de la película es la novela de Roger Zelazny Tú, el inmortal


La novela fue un éxito de ventas, ganó el Nebula y el Hugo en 1966 y tuvo muchas ediciones. Es también una novela de acción: es Ciencia Ficción, pero mezclada con elementos de la novela de espías, del estilo de Ian Fleming, de Leslie Charteris o de John Le Carré. Conrad Nomikós, el protagonista, utiliza su inmortalidad para velar por el planeta tierra, o lo que queda de él. A lo largo de los siglos ha tenido que ir cambiando de identidad y nombre, pero siempre se ha visto involucrado en actividades políticas orientadas a defender la tierra.

ADVERTENCIA DE SPOILER. En Highlander en realidad la inmortalidad no parece tener ningún fin, salvo un juego cruel de los dioses, pues solo puede quedar uno. Los inmortales están al parecer obligados a deshacerse unos de otros. La forma de matar a un inmortal –‘o sea cómo’ ¿matar al que no muere? Sí, sí, salve el barbarismo-  es decapitándolo. Un escocés del clan MacLeod (Christopher Lambert), es herido de muerte por otro inmortal, Kurgan, un siberiano -sí, como Conán- (papel extraordinario de Clancy Brown), que no consigue decapitarlo en esa refriega.

MacLeod sobrevive a las heridas mortales, lo que se considera algo demoniaco, y luego sobrevive al linchamiento de su clan, y termina por exiliarse en las altas montañas. Ahí es aleccionado en su condición de inmortal por un supuesto español (en realidad el actor británico Sean Connery), quién le dicta el ABC del inmortal, su manual. Lo reta a pelear y luego le dice: está chavo mi chavo. Así que lo pone a entrenar como Miyagi a Daniel San, y lo deja listo para el siberiano. Pero cuando llega Kurgan, el escocés fue por cigarros, y en su ausencia el bárbaro estepario se despacha al español en una pelea atronadora, literalmente.

Kurgan vuelve a sus asuntos y el escocés vive una vida plena junto a su esposa, en la cima del cerro. Enseguida transcurre una secuencia conmovedora, reflexiva y muy intensa, por la conjunción de elementos. Suena la balada de Queen, Who Wants to live forever, mientras transcurre el tiempo. El problema es que su esposa envejece y él sigue joven. Esta secuencia vale la película. 
 


En su lecho de muerte ella le reprocha: nunca entendí ¿por qué te quedaste?  Es el drama y la tragedia de la inmortalidad, cuando no es compartida. La música de Queen está muy bien aprovechada en toda la película, es una banda sonora excepcional. En su conjunto la película es casi perfecta salvo por la pelea de Kurgan con el español, esa es una secuencia muy mal filmada en cuanto a sus efectos especiales, muy fallida incluso para su época. Es raro porque lo demás esta muy cuidado y logrado, diría que incluso sobresaliente. 


En general muy bueno el trabajo de dirección del australiano Russell Mulcahy. Pero aunque no sea perfecta, es una película de culto. Yo la sigo disfrutando enormemente. Para mí, muy apreciada, pues es la primera película que me hizo notar el lenguaje cinematográfico, que hoy es una de mis grandes pasiones.   

 


[1] En esos años las películas no se doblaban.

[2] Quizá eran precisamente las lecturas de mi edad. En aquellos años ya hablábamos de El Señor de los Anillos, de Tolkien y la animación de Ralph Bakshi, las novelas de Michael Moorcock -me fascinaba Elric de Melniboné, y Erekose, el Campeón Eterno-, las de Fritz Leiber -Fafhrd y el ratonero gris-, Las crónicas de Prydain de Lloyd Alexander y la adaptada por Disney, El Caldero Mágico. Había leído El último unicornio de Peter S. Beagle, que también tiene una muy digna versión cinematográfica. Leí también por aquellos años Conan el Bárbaro, una colección de relatos de Robert E. Howard. Y la historieta de Marvel, editada por Editorial Vid. Pude leer todos estos libros gracias a la colección de Fantasía de la Editorial Martínez Roca. Varios de ellos los conservo en mis libreros.  La verdad, los ochenta fue una década muy buena para este género, en materia cinematográfica. Podría hacer una muy extensa relatoría de películas, pero voy a mencionar solamente algunas obras maestras: las de Jim Henson, “El Cristal Encantado” -que durante mi infancia y adolescencia fue mi película favorita-, y “Laberinto” con David Bowie y Jennifer Connely. Para mí Star Wars, es otra obra maestra de Henson, aunque en la Ciencia Ficción, -queda claro con el baby Yoda de El Mandaloriano-, Henson también lanzó a los Ewoks, y tuve la dicha y la fortuna de ver sus dos películas en cine, películas que parecían del género fantástico más que de Ciencia Ficción, La aventura de los Ewoks, y La batalla de Endor. Las vi de niño y no podría decir si están realmente buenas, pero mi recuerdo es haberlas disfrutado enormemente.  Así como Krull de Peter Yates, que de alguna manera, consiguió sus derechos Canal Once, y la transmitió creo durante un año o dos, cada fin de semana. Y la vi muchas veces -en esa película quedé prendado de Liam Neeson. También gocé muchísimo la entrañable Willow de Ron Howard, La historia sin fin de Wolfgang Petersen, cuyo libro leí muchos años después. Y otro sin fin más de películas.   

[3] No volví a ver una película con transiciones tan asombrosas, sino hasta el estreno de Scott Pilgrim vs. the World (2010) de Edgar Wright, 24 años después, y luego con Ana Karenina (2012) de Joe Wright y su formidable juego escénico. Cierto que transiciones las hay notables en películas de Mizoguchi, Orson Welles, Godard, e Ismael Rodríguez, pero la diferencia es que uno tiene que conocer el lenguaje cinematográfico para entenderlo y notarlo.

[4] Fue mi maestro y el de poco más de 40 generaciones de cineastas mexicanos, pues fue el maestro del CUEC y del CCC durante décadas. Él le impartió clases a Alfonso Cuarón, a Luis Estrada, a Armando Casas, a Julián Hernández, a Roberto Fiesco, a Ernesto Contreras, a Rigoberto Perezcano, entre tantos otros. Los ejercicios de realización de Alfredo Joskowicz son legendarios, y los realizaron todos los cineastas que estudiaron en las escuelas de cine, La pelota y La persecución. Como en realidad cualquiera con la voluntad y las ganas de hacerlo, puede filmar una película, él dividía a los cineastas entre aquellos que sabían filmar, es decir que utilizaban correctamente la gramática cinematográfica, y aquellos que lo hacían de forma lírica, a los que llamaba analfabetas funcionales. Su posición era opuesta a la del crítico cinematográfico Jorge Ayala Blanco, quién en sus clases no perdía oportunidad para denostar las enseñanzas de su colega: por causa de Ayala Blanco, Alfredo era visto por los estudiantes del CUEC como un hombre cuadrado. Yo sin embargo le agradezco a Alfredo la manera en la que me introdujo al conocimiento del lenguaje cinematográfico. Por mis malas notas de clase tuve que resumir tres libros completos: Las 5 C de la Cinematografía de Joseph Mascelli, Montaje Cinematográfico: Arte de Movimiento de Rafael Sánchez, y Técnica del montaje cinematográfico de Karel Reisz, este último es un libro realmente delicioso. Además, Alfredo Joskowicz nos obligaba en todos nuestros ejercicios fílmicos a realizar plantillas, además del Story Board. En mi opinión las plantillas son la mejor herramienta de dirección cinematográfica, pues en ellas se ponen en evidencia los ángulos de cámara, y por lo tanto una de las partes más importantes del lenguaje cinematográfico

[5] Por cierto, El Chico cumplió este febrero 2021, 100 años de haberse exhibido por primera vez.

[6] Cabe destacar que los signos de puntuación son esenciales en el lenguaje, no necesariamente en el escrito, también en el habla: en este caso la puntuación es prosódica. Podemos distinguir si una oración es declarativa o interrogativa por inflexiones prosódicas, también los acentos, o la acentuación de algún elemento del discurso, las pausas, los intervalos, las enumeraciones y un sinfín de recursos que son implícitas a la comunicación oral.

Luis F. Gallardo Luis F. Gallardo Nació en la Ciudad de México, en medio de los cohetones que echaban los suavos y zacapoaxtlas para conmemorar la batalla de Puebla, un 5 de mayo de 1975. Pertenece a la generación 1996 del CUEC, donde estudió Cinematografía, también estudio Letras Hispánica en la UNAM. Se especializa en guiones de programas de televisión cultural y educativa, de esos que pasan de madrugada. 18 años de experiencia en docencia, capacitación e investigación cinematográfica. Ha visto un par de películas. Baila salsa.

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