Libertad confeccionada al estilo inglés
En estos días, se celebra en los foros internacionales el nuevo acuerdo sobre comercio, en Irlanda del Norte, entre el Reino Unido y la Unión Europea.
Un éxito para el primer ministro Rishi Sunak,y la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen. Pero a nivel doméstico, Irlanda de Norte importa poco al público britanico. En la prensa británica, el éxito de quitar un gran escollo al Brexit, compite en los titulares por un escándalo que combina todos los elementos de una gran historia de telenovela, con un debate profundo sobre los límites de la libertad y los derechos individuales. Esto a la par de una escasez de tomates, pimientos y otras legumbres que dejaremos para otro día.
La situación es la siguiente: Boris Johnson llega al poder en las elecciones de 2019 después del inesperado resultado del plebiscito sobre el Brexit y la pobre administración de Teresa May. Pero, por esas mismas razones su equipo de trabajo, muy leal a Johnson y a la causa de Brexit, es extremadamente pobre en términos de personal con experiencia parlamentaria y de primer nivel de gobierno. Sunak, por ejemplo, fue elegido al parlamento apenas en 2015; mientras que el nivel de mediocridad e inexperiencia de otros queda patente con el caos causado por la mancuerna de Liz Truss y Kwasi Kwarteng.
Entre esos mozalbetes (de edad y experiencia) que llegan con Johnson, se encuentra Matt Hancock. Nombrado ministro de salud cuando llegó el COVID-19. Hancock sale del gobierno a media pandemia, porque se filtra evidencia de que había roto sus propias reglas de aislamiento. La evidencia es algo más que un beso y un abrazo a una de sus ayudantes que, como él, estaba casada pero con otra persona.
Tiempo después de la renuncia al ministerio y habiendo quedado fuera del equipo de Sunak, Hancock anuncia que no volverá a presentarse a las elecciones y participa en un “reality show” por el que recibe cerca de 10 millones de pesos mexicanos (450 mil libras esterlinas).
Aunque no ha terminado su periodo electoral, pero al estar ahora más dedicado a la farándula, Hancock decide escribir sus memorias como ministro durante la pandemia. Asegura otro contrato millonario como adelanto y contrata a una periodista de derecha, Isabel Okenshott, como “escritor fantasma”.
En un giro inesperado, la noche anterior a la publicación del libro de Hancock, el diario The Telegraph anuncia que va a serializar el analisis de más de 100 mil mensajes del Whatsapp de Hancock provistos por Okenshott.
Los contenidos en general contradicen la versión que Hancock da a muchos eventos en su libro, además de corroborar otros temas y rumores que se habían dado sobre el mal manejo de recursos y arbitrariedades por la administración de Johnson durante la pandemia. Existe una investigación independiente al respecto y Hancock argumenta que dio copia de esos mismos mensajes pero los resultados y evidencia de esa investigación están a muchos años o incluso una década de publicarse.
Un tema más sutil es que esos mensajes de WhatsApp pueden haber roto el “código ministerial” que gobierna el trabajo de los miembros del ejecutivo y legislativo, porque porque cualquier decisión del gobierno se tiene que hacer por canales oficiales, reportarse al Archivo Nacional y a mí no me queda claro que WhatsApp sea un canal autorizado o se haya utilizado un dispositivo oficial (y esto tiene problemas similares a los de Hilary Clinton, o los documentos clasificados encontrados en los hogares de Donald Trump, Mike Pence y Joe Biden). Si estoy en lo correcto, puede ser un tema serio en sí mismo.
Aunado al descubrimiento sensacional, Okenshott argumenta que rompió el acuerdo de confidencialidad con Hancock argumentando el derecho a la libertad de conocimiento porque, dice ella, había una necesidad imperiosa de que el público conociera la realidad detrás de las decisiones que causaron estragos financieros. Obviamente porque ella sabía que Hancock había sido económico con la verdad.
Por su parte, Hancock aparentemente no puede sancionar el acuerdo de confidencialidad en los tribunales porque cedió esos mensajes a la investigación y éstos algún día seran del conocimiento público. Él, y otros periodistas, han cuestionado porqué Okenshott vende los mensajes al Telegraph cuando ella trabaja para GB News (que es un tipo de Fox News en Estados Unidos, pero que tiene muy poco éxito y una gran necesidad de incrementar su audiencia). Sobre todo Hancock argumenta que se ha mermado su derecho de privacidad y roto la confianza con la cual se intercambiaron esos mensajes.
¿Quién está bien y quién esta mal? ¿Ambos están mal? Usted, ¿qué opina?