¿Cómo es que cambió tanto el panorama en tan poco tiempo para el gobierno de Enrique Peña Nieto? Es la pregunta que flota en el ambiente.
En cuestión de diez meses la percepción sobre el proyecto reformista de la economía que vendió Peña Nieto al inicio de su mandato, pasó del optimismo casi eufórico; a uno, en el mejor de los casos, de una confusión decepcionante en estos días recientes. La venta inicial de la eficacia de un gobierno modernizador pareció diluirse con una rapidez sorprendente y sumamente peligrosa para el futuro inmediato del país.
Y mientras que la operación política del gobierno para impulsar las tan esperadas reformas económicas daba tumbos justo en el ombligo del año, la economía vomitaba sus peores cifras dejando ver una fragilidad que no esperaban ni siquiera los propios priistas vueltos al poder.
¿Qué falló? Sin duda que la ruta estratégica de las reformas estructurales. Pero no solo eso. También estamos frente a los resultados de ese pretendido ADN ‘pragmático’ de Peña Nieto que ha resucitado los viejos centralismos y una visión de mayor presencia estatal en la economía que opera su ‘súper-secretario’ Luis Videgaray.
En mi opinión Peña Nieto cometió cuatro errores estratégicos:
- Impulsar una reforma educativa apresurada, al inicio de su gobierno, sin calcular los costos e impactos políticos y sociales que ésta tendría sobre el resto de su programa de reformas. Si bien la educación era una de las grandes reformas estructurales esperadas, su puesta en marcha muy temprano desde el inicio de su gobierno no solo contaminó la preparación de las reformas por venir, sino que los estrategas y operadores del gobierno menospreciaron los impactos sociales y políticos del magisterio disidente y su poder real entre los gobiernos locales en los que se asientan. El movimiento magisterial disidente incrementó los riesgos para las reformas económicas, creando un caldo de cultivo para la inconformidad de los grupos opositores a una reforma energética.
- El cambio inoportuno y precipitado en las reglas de operación para la política de construcción de vivienda afectando severamente a los grandes desarrolladores de vivienda del país. Si bien era un cambio necesario, el gobierno entrante demostró que no se preparó para llevarlo a cabo y menos aún calculó los riesgos del impacto de una quiebra generalizada de las grandes empresas constructoras de vivienda sobre un sector con un fuerte efecto multiplicador sobre la economía.
- La decisión inexplicable de cerrar la llave del pago a proveedores y del ejercicio del gasto a proyectos en entidades paraestatales, bancos de desarrollo y en el propio gobierno central. Los subejercicios vistos en el primer semestre no solo fueron producto de la impericia de funcionarios inexpertos, sino de una decisión expresa del gobierno como ahora lo reconocen altos funcionarios públicos.
- La ausencia operativa del secretario de Hacienda, Luis Videgaray, en la toma de decisiones cotidianas en una silla y en un momento clave para el gobierno. Peña Nieto decidió hacer de su secretario de Hacienda su acompañante de viajes y su virtual vicepresidente, dejando la secretaría de Hacienda en manos de sus subordinados y de su pequeño círculo de asesores. Con un secretario de Hacienda inoperante, en medio de un contexto externo complejo, y ejecutando una ruta estratégica diseñada con precipitación, la economía simplemente se desplomó.
Las consecuencias de estos errores estratégicos no solo se dibujan en gráficas con variables económicas a la baja, en el debilitamiento de la confianza de los consumidores y de los inversionistas, o en la dilución de las reformas estructurales que ya ponen en duda sus objetivos iniciales.
Una consecuencia peligrosa es la división al interior del propio gabinete, con un secretario de Hacienda debilitado cuando el sexenio apenas transita por su primer tramo.