El derecho a equivocarse

Como todo en esta vida y específicamente como todo derecho, el derecho a equivocarnos conlleva una obligación relativa: debemos prepararnos lo mejor posible para tomar las decisiones.
16 Abril, 2018

 

El único hombre que no se equivoca es el que nunca hace nada

Johann Wolfgang Goethe

 

La siguiente reflexión la escribí hace poco más de tres años para un blog que iniciaba; hoy, ante las disparatadas discusiones y argumentos en torno a los candidatos y sus plataformas electorales, y las terribles actitudes de los unos frente a los otros[1] (y de las unas frente a las otras y de todos contra todos y viceversa…) me parece que es pertinente reproducirla tal cual, reconociendo que la de ustedes será, sin duda, la mejor opinión:

Hace muchos años, seguramente más de 25, uno de mis hermanos, diseñador gráfico por formación y dibujante extraordinario por vocación, me dijo muy seriamente “ustedes los abogados llevan siglos enumerando los derechos humanos, haciendo declaraciones y manifiestos al respecto, pero siempre olvidan poner uno, y uno de los más importantes: el derecho a equivocarse”.

Es imposible no equivocarse, es humano equivocarse. Esto lo han dicho filósofos, poetas, estudiosos de la conducta humana y hasta mi abuelita que no era ninguna de esas cosas, pero era vieja y, por lo mismo, sabia. En esta vida de condiciones aceleradas y comunicaciones instantáneas, esperamos de todos y todas decisiones inmediatas y correctas (total, puede consultar en internet desde su teléfono ¿o no?).

Uno de los errores más comunes que he podido apreciar es ir por la vida suponiendo que alguien no tiene derecho a equivocarse y procediendo a indignarnos y molestarnos terriblemente cuando lo hace. Es una estupidez pretender que alguien no tiene derecho a equivocarse porque: lo que hace es muy importante, está muy bien preparado, tiene mucha experiencia, o lo que es mucho peor, nosotros lo elegimos para que lo hiciera.

Podemos comenzar por aceptar que pudimos habernos equivocado al elegirlo o elegirla para hacer ese algo en lo que se equivocó; de acuerdo, pero mejor aún, podemos entender que habiendo sido una elección adecuada la que nosotros hicimos, la persona se equivocó. (Léase así: ...la persona se equivocó PUNTO).

Creo que la convivencia puede ser mucho más agradable para todos si asumimos que los demás (al igual que nosotros) tienen derecho a equivocarse.  Ahora bien, eso no significa que podamos ir por la vida haciendo puras tarugadas con el argumento de que “a mí no me digan nada que tengo derecho a equivocarme”. Tampoco se trata de eso, digo, no hay que ser...

Pero como todo en esta vida y específicamente como todo derecho, el derecho a equivocarnos conlleva una obligación relativa: debemos prepararnos lo mejor posible para tomar las decisiones y, si no estamos preparados para ello, abstenernos de tomarlas a menos que no nos quede más remedio. Ejemplos sobran, piensen en las decisiones cotidianas de los pilotos de avión, de los cirujanos, etc. Como dice el conocido refrán “hasta al mejor cocinero se le queman los frijoles”.

Como personas responsables lo que tenemos que tener muy claro es que, si nos equivocamos, debemos afrontar las consecuencias; si a consecuencia de nuestros errores algo se pierde, habrá que reponerlo y, lo más importante, si al equivocarnos dañamos a alguien, debemos hacer lo mejor que podamos para reparar ese daño y si ello no es posible, tratar por lo menos de hacer algo bueno que en alguna medida lo compense.

 

Pero como todo en esta vida y específicamente como todo derecho, el derecho a equivocarnos conlleva una obligación relativa: debemos prepararnos lo mejor posible para tomar las decisiones y, si no estamos preparados para ello, abstenernos de tomarlas a menos que no nos quede más remedio

 

A mi este tema me parece importante por muchas razones. Saber que tenemos derecho a equivocarnos, vivir cotidianamente con esta creencia y sabedores de las responsabilidades que implica, nos hace sentirnos seguros de nosotros mismos y de nuestras decisiones, consecuentemente nos permite crecer como personas y, finalmente, nos permite ser felices.

Pocas cosas nos amargan tanto como el recriminarnos constantemente por los errores que cometemos; y pocas vidas tan tristes como las de aquellos y aquellas que van por la vida coleccionando agravios por los errores recibidos y, peor aún, por los cometidos. Les he dicho a mis hijos que, por favor, borren su lista de errores y la conviertan en una de las oportunidades que tuvieron de aprender y, espero, de las que hayan aprendido.

Hay que saber que nos podemos equivocar y darnos permiso de equivocarnos y una vez que lo hayamos aceptado así, sin calificaciones ni requisitos, pensar entonces que ese derecho individual es también un derecho social y que, como sociedad, tenemos también el derecho a equivocarnos. Es parte del proceso de crecimiento como sociedad.

Al igual que en lo individual, vivir cotidianamente con la creencia de que se vale equivocarse como sociedad y sabedores de las responsabilidades que implica, nos hace sentirnos seguros de nosotros mismos, también en nuestra dimensión como parte de esta sociedad en la que vivimos; y también en las decisiones colectivas.  Consecuentemente, también creo que ello nos permite crecer como sociedad y vivir en paz.

Pero claro, esto es lo que yo pienso, pero puedo estar equivocado...

 

 

[1] Quien no haya leído “Los unos vistos por los otros” de Marco A. Almazán no deje de hacerlo; les aseguro que lo van a disfrutar.

 

* Manuel E. Tron es abogado.

Manuel E. Tron Manuel E. Tron Presidente Honorario de la International Fiscal Association (IFA)