A 30 años del terremoto del 85
Como millones de capitalinos, sabía que aquel sismo no se parecía a temblor alguno del pasado. Como miles de capitalinos que nos encontrábamos en el centro de la ciudad, nunca había experimentado un par de minutos tan interminablemente extensos. Apretujados en la puerta del salón de clases, observábamos como una rugiente nube de polvo que venía hacia nosotros, devoraba a su paso edificios, ventanas y vidas. Al tocarnos la nube de escombros pulverizados, corrimos hacia la calle para ir descubriendo la magnitud de la tragedia. La ciudad ya no sería la misma. Nosotros tampoco. Era la clase de siete en la Escuela Libre de Derecho.
Doce horas después, con un paliacate como tapabocas y a bordo de una camioneta de redilas del DDF que venía de tirar cascajo en Peralvillo de lo que había sido hasta esa mañana un departamento de la Colonia Juárez, pude atestiguar en el cruce de Guerrero y Reforma a decenas de voluntarios deshaciendo ordenadamente un enorme nudo vial de cientos de coches que llevaban víveres y rescatistas improvisados hacia las colonias Morelos, Tlaltelolco y Centro. La gente susurraba y luego –emocionada- coreaba el grito de “México-México”. La policía –silenciosa- observaba cómo una solidaria sociedad, encabezada por primera vez por sus jóvenes, rebasaba a la autoridad, también silenciosa.
A partir de 1985, cambiarían los estatutos del Distrito Federal para otorgar a sus ciudadanos derechos de representación –hasta entonces secuestrados por los poderes federales. En 1986 se presentaría una iniciativa para que en 1988 comenzara a funcionar una limitada Asamblea de Representantes, que asumiría hasta 1993 plenas facultades legislativas. En 1997 los capitalinos votaríamos, por primera vez, por un jefe de gobierno y tres años después por jefes delegacionales. Junto con la regencia, los chilangos desaparecerían al PRI del DF, dando paso al PRD; en teoría una oferta democrática y progresista.
A treinta años del terremoto del 85, el panorama de la ciudad vuelve a ser desolador. La Jefatura de Gobierno se convirtió en un trampolín a la candidatura presidencial: Cuauhtémoc Cárdenas gobernaría sólo dos años para endosarnos a Rosario Robles, quien se enamoraría de su corrupto contratista. Un opaco y demagogo Andrés Manuel López Obrador nos heredó a Alejandro Encinas quien –sumiso- solapó un plantón de meses en Reforma. Marcelo Ebrard pospondría su obcecada ambición presidencialista para 2018, para lo cual impulsó como sucesor a su gris procurador –Miguel Ángel Mancera- quien no sólo coadyuvaría con un alicaído PRD para sacarlo de la jugada, sino que con una ciudad paralizada y un nivel de aceptación del 39% amenaza con buscar la presidencia, con o sin partido.
El PRD monopolizaría el espectro político para gobernar sin oposición. Líderes estudiantiles y sociales evidenciaron que más que un cambio, lo que buscaban era poder y dinero. Así, vimos a René Bejarano, René Sosamontes y Carlos Ímaz, embolsarse ilícitamente millones de pesos.
Corrupción en el gobierno, asamblea y tribunales capitalinos, impunidad, marchas, plantones, invasiones territoriales, contaminación, inseguridad, pobreza y la ausencia de políticas efectivas en materia de agua, movilidad y desarrollo urbano definen a esta entrañable ciudad de México que requiere de otra fuerte sacudida de su ciudadanía, de sus jóvenes, para reencausarse.