No, no me refiero a algún hashtag, aunque podría subirse el tema a las redes sociales para reclamar al Gobierno Federal que haga algo con la carretera que va de Catazajá a San Cristóbal de las Casas, que cruza buena parte del estado de Chiapas.
Es, al mismo tiempo, un paraíso y una pesadilla.
La he recorrido en tres ocasiones, la primera hace unos ocho años, la segunda hace dos y la tercera hace apenas unos días, para constatar que está cada vez peor.
Según Google Maps (que consulto al escribir este artículo) el tramo de Palenque a San Cristóbal, de 213 kilómetros, se recorre en cuatro horas con quince minutos, para una velocidad promedio de 50 km/h.
Esta previsión, que parecería muy conservadora, es realmente optimista, pues en esta última ocasión me tomó cerca de seis horas recorrerla (a unos 35 km/h), gracias, sobre todo, a los cerca de 400 topes que impiden alcanzar velocidades razonables, independientemente de las innumerables curvas (no conté los topes, pero creo no exagerar).
En el trayecto se atraviesan muchos caseríos que parecen justificar los topes, aunque muchos más parecen estar ahí por si a alguien se le ocurre construir algo en el futuro. La única ciudad por la que se pasa es Ocosingo (tristemente famosa por el enfrentamiento del 2 y 3 de enero de 1994 entre el Ejército Mexicano y el EZLN), que tiene unos 42 mil habitantes (Wikipedia) y está a 95 km de San Cristóbal.
Pero ello es solo una parte del precio que hay que pagar por recorrer esta hermosa y muy importante ruta que pasa por Palenque –que para mí es el más espectacular sitio arqueológico de nuestro país–, por la sorprendente caída de agua de Misol-Há, por las fabulosas cascadas de Agua Azul (de color café en época de lluvias) y cerca de la magnífica pirámide de Toniná, para arribar a San Cristóbal, uno de los pueblos más encantadores de México
A partir de ahí, se llega en corto tiempo a San Juan Chamula, a Zinacantán, a San Andrés Larráinzar y a la capital Tuxtla Gutiérrez, siempre y cuando la CNTE no disponga otra cosa.
Además de los topes, la 199 es generosa en baches que llegan a atravesar todo el ancho de la carretera, desniveles que se inclinan peligrosamente hacia las barrancas y deslaves sumamente peligrosos.
Hay que agregar un tráfico intenso de camiones de carga, sobre todo de tipo “torton”, que en gran parte del trayecto no rebasan los 10 o 20 km/h, tanto por las curvas como por las pendientes pronunciadas.
Las escasas y muy cortas rectas apenas permiten algunos rebases, siempre emocionantes, para avanzar poco a poco en las prolongadas colas que se forman tras de ellos, solo para alcanzar pronto una nueva acumulación de automotores.
Está además el peculiar fenómeno de las cuerdas que los pobladores utilizan para detener el tráfico y tratar de obligar a los paseantes a comprarles frutas, golosinas y refrescos. Generalmente las sostienen niños no mayores de cinco o seis años, lo que hace particularmente peligroso seguirse de frente.
Debo decir que a diferencia de la primera ocasión en que la recorrí, en la que debo haber tenido que parar unas 15 o 20 veces por este motivo, en esta última solo me tocaron dos cuerditas.
Además de los atractivos turísticos ya referidos, hay que hablar de los espectaculares paisajes y de los parajes encantadores que se encuentran a lo largo de toda la carretera. Se pasa de la selva tropical a bosques de palmas de corozos, de encinos y de pinos y se observan milpas que sorprenden por la inclinación de los cerros cultivados (¡qué enormes esfuerzos para recoger unas cuantas mazorcas!).
Pero junto a toda esta belleza, priva una pobreza que lastima y que parece ser la razón para no tener una carretera mejor, ya sea la nueva autopista de la que se habla desde hace varios años o, cuando menos, una mejora sustancial a la actual.
Supongo que para quienes viven en los caseríos por los que pasa, la 199 es una importante fuente de ingresos por lo poco que pueden vender a quienes pasan por ahí. Por cierto que en muchos sitios se venden bidones de gasolina de dudosa procedencia y calidad y creo no haber visto una sola gasolinera entre Palenque y Ocosingo.
Pero nada de eso justifica la lamentable situación de esta vía que genera pérdidas mucho mayores a los muy escasos beneficios que puede representar. Como muchas cosas más en nuestro pobre México, no hay proporción entre unas y otros.
Estoy seguro que si se dedicara una pequeña parte de los ahorros que traería la nueva autopista a programas de desarrollo social en la región (de verdadero desarrollo y no meramente asistenciales), la situación económica de sus habitantes mejoraría radicalmente y la 199 podría quedar –una vez reparada– como una de las rutas turísticas más atractivas del territorio mexicano.