La serie de Diego Luna: Entre lo probable y lo posible
Todo lo que está mal de “Todo va a estar bien”
En 1994, hace 27 años estudié dos años de teatro en una escuela de Iniciación Artística del INBA, la número 3 que por aquel entonces estaba en la calle de Matagalpa 1022 en la Colonia Lindavista[i]. Ya ahí me tope por primera vez con el libro de Claudia Cecilia Alatorre, titulado “Análisis del Drama” cuya primerísima lección es precisamente “lo probable y lo posible”. Entré al CUEC en 1996, y la primera lección de mi admirado y peculiar maestro Raúl Zermeño Saucedo, para los jóvenes estudiantes de cine que éramos, fue precisamente lo probable y lo posible. ¿Por qué es de las primeras lecciones? Precisamente porque es uno de los fundamentos de la construcción dramática: ciertos géneros trabajan con lo probable y otros trabajan con lo posible. Digamos que los géneros realistas trabajan con lo probable, mientras que los géneros no realistas con lo posible.
Lo voy a explicar: la película Scener ur ett äktenskap (1974) de Ingmar Bergman, mejor conocida como “Escenas de un matrimonio” (Ver el apartado III de este escrito), trata de un matrimonio, donde uno de los cónyuges abandona el hogar. Es la historia de una separación conyugal. ¿Qué tan probable es que un matrimonio se disuelva porque uno de los cónyuges se va a buscar su vida a otra parte? Tan probable como que pasa todos los días, es un hecho tan cotidiano como la salida del sol. Ahora examinemos lo posible: ¿que tan probable es que visites un parque de diversiones con dinosaurios verdaderos? Es altamente improbable, pero no imposible. Es posible. Ahí está lo posible. Y en materia de ficción todo es posible: no hay imposibles. Como bien pensó Buñuel y su método de la imaginación. Pero no sólo en la ficción, hasta en el documental…[ii]
Pero no salgamos del tema de la pareja matrimonial. ¿Cómo sería este relato en un género no realista, por ejemplo, en un melodrama? ¿Cómo sería trabajarlo con material posible? Bueno, pues ahí hay una cantidad infinita de narraciones, desde la novela latina de Dafnis y Cloe (siglo II) de Longo, hasta las modernas telenovelas mexicanas.
Por poner un ejemplo, qué tan probable es que te ligues al amor de tu vida y ésta resulte ser tu hermana/hermano de sangre: una bala perdida de padre o madre. Muy improbable, pero no imposible. Seguramente ha pasado en la historia humana pero muy muy pocas veces. Entonces, lo probable y lo posible son valores narrativos estadísticos, por decirlo así. El escritor debe saber cuándo trabaja con un tipo de material u otro, mezclar ambos materiales en una narrativa crea relatos inconsistentes, mal formados, mal hechos. Es decir: de mala calidad. O es Juana o es Chana, por decirlo fácil. Esto ocurre con la serie de Diego Luna “Todo va a estar bien” (2021) estrenada hace unas semanas en Netflix, y esto que acabo de referir es precisamente “todo lo que está mal” de “Todo va estar bien”.
Quiero decir que la serie inicia de forma impecable, en todos los sentidos. La construcción de personajes muy sólida, los actores –todos- sobresalientes, la narrativa ágil, con muy buen ritmo. El tema muy relevante: una familia disfuncional contemporánea. Mientras veía capítulo tras capítulo me decía a mi mismo: ¡Caray! Diego Luna ha hecho la mejor serie mexicana de streaming. Hasta el episodio 7, el penúltimo me parece. Ahí viene el colapso.
ADVERTENCIA DE SPOILER
Hasta ese episodio todo está trabajado con material probable: es realista en todo. En detalles muy finos y, por supuesto, en el tono. Empaticé con el relato porque expresaba mi propia vida, de forma shakespeareana[iii] estaba viendo representado el drama de mi propia separación. Todo muy bien trabajado. Hasta que…
Voy a hablar ahora de escenas muy específicas y de por qué considero que están mal trabajadas.
Mientras está bajo responsabilidad del padre, la hija escapa. En el plano de lo probable: este hecho debía acendrar el odio y el desprecio de la madre por el padre, por la simple razón de que es un descuido de la vigilancia parental básica que debe mantener un padre con su hijo, y porque este hecho podría haber costado muy caro si a la niña le hubiera pasado algo. Para este punto de la trama los dos se han hecho bastante daño, daño irreversible, e irreparable; se han humillado no sólo en la vida privada y personal de cada uno, sino públicamente e incluso legalmente: el cóctel perfecto del Desprecio –dixit Moravia/Godard. Por culpa de él: ella pierde la casa materna, la casa familiar, la casa en la que creció. Pierde pues un patrimonio invaluable. Y está al borde de perder la patria potestad, frente al hombre, que es poco menos que un irresponsable. Y la relación esta fría, hace meses o años, por causa de las infidelidades en las que él ha caído constantemente. Creo que no falta mucha imaginación para entender que sentiría o pensaría una mujer de un ex así.
Entonces, estamos en el punto en que ha perdido a su hija. Este hecho debía haber costado sangre al padre. Sobre este hecho la madre podía haber metido la estaca definitiva, el jaque mate a una relación que solo guarda débiles rescoldos y enormes rencores. En esta relación ya se ha perdido el respeto más básico, ya se ha perdido también la admiración por la pareja y, en el caso de la mujer, ya ha perdido el deseo por el otro: es decir, el más básico, instintivo y fundamental amor. El mínimo amor.
Pero lo que ocurre es todo lo contrario: ella se embriaga y comienza a fajonearse a su ex. ¿Es esto probable? No. Ni mucho menos. Pero sí es posible. Es decir, se abandona el realismo completamente, y entramos a la esfera del no realismo, del melodrama y de la telenovela: se traiciona al personaje de la mujer, el personaje construido, y se le simplifica, se vuelve un personaje plano, una marioneta. Pero si hay una finalidad en esto, lo explicaremos más adelante.
Enseguida de esto, de esta conducta absurda y grotesca de la mujer, deviene otro acontecimiento aún más absurdo y grotesco, otro twist o plot, otra peripecia drástica, totalmente imprevisible: o sea sorpresiva, pero también completamente infundada, al menos en la trama que se venía construyendo: pues todo aquello termina en un trío. El ex marido y el nuevo marido se besan y al parecer hacen el amor. Ya no estamos hablando sobre si había todavía un fondo de deseo entre los excónyuges –según la trama no lo había- sino que hubiera ese fondo de deseo entre dos hombres cuyo único vínculo afectivo es… ¡La rivalidad amorosa!
No hay ningún grado de probabilidad en esto. Basta usar, incluso, el sentido común. Pregúntese: ¿Su ex pareja se acostaría con su actual pareja? Si la respuesta es sí, pues su caso es sumamente excepcional. Aunque, obvio es decirlo, claro que es posible… es material posible, en un relato todo es posible. Por ejemplo, en una película pornográfica, no sólo podría ser posible sino previsible. Pero en una obra realista que trabaja con material probable, no. A menos que se haya planteado en la idiosincrasia de los personajes, lo que no ocurrió.
Nunca, nunca, en la trama, se plantea, ni remotamente, que estos dos hombres -hermanos de leche como se dice vulgarmente en la barriada chilanga- sean bisexuales. Es lo que se llama en el medio sacarse algo de la manga[iv]. Es bastante chafa. Y que quede claro que este no es un juicio moral. No es un juicio sobre la moralidad de los personajes, o de la serie, es un juicio sobre la forma, sobre la factura técnica, el tallado, la construcción del artificio. Y ¿por qué lo hicieron? Ahí vamos al por qué.
Porque había una idea didáctica de por medio. Es decir, lo que quería Diego Luna -o el autor responsable- era construir una demostración a favor de los discursos contemporáneos sobre la identidad de género y los nuevos modelos de familia[v]. De ahí la carga feminista de gran parte de la serie con todo y su lenguaje inclusivo, y las escenas anti-machistas. Y el final pues termina con una niña que ahora tiene dos papás y una mamá que cohabitan. Puede decirse que Diego es un activista con preocupaciones sociales.
El problema es que mete el discurso por la fuerza, lo atraviesa a golpe de espada en medio de una trama que no tendía a esa conclusión. En palabras más simples, se impone una idea a los personajes: por eso se vuelven marionetas al servicio de una idea predeterminada por el autor. Como en una fábula. Y precisamente así debieron construir su relato: hubiera convenido más crear una pieza didáctica o un folletín. O, si se quería porfiar en el realismo, plantear y desarrollar mejor estas características en los personajes de forma anticipada, de tal manera que hubiera una congruencia entre los elementos. Pero el hubiera es humo, es nada, no es lo que hay.
Y lo malo, lo realmente malo, o peor, es que cuando un relato está mal hecho el mensaje pierde fuerza: no se expresa con la contundencia que el autor quisiera, no impacta en su público. Se disuelve. Se vuelve banal, se queda en la superficie. Y esto le pasa a “Todo va a estar bien”. Va de lo sublime a lo ridículo por falta de pericia técnica de guión y construcción dramática. Simplemente “Todo va a estar bien” (2021) no salió bien. Se malogra.
El problema es que mete el discurso por la fuerza, lo atraviesa a golpe de espada, en medio de una trama que no tendía a esa conclusión.
Queremos tanto a Diego
Este escrito no es sobre Diego sino sobre la serie que firma. Sobra decir que es un hombre talentoso, exitoso: que estrene una serie de ficción en Netflix lo da por sentado. En lo personal siempre he admirado su trayectoria artística, lo sigo desde que era chiquillo. Me encanta su papel en The Terminal (2004), película de Steven Spielberg, con Tom Hanks en el protagónico. Diego interpreta a un intendente, algo que hacían mucho los gringos con los personajes latinos, que son social y económicamente inferiores en la sociedad americana, pero moralmente superiores, por decirlo así. Una bonhomía estereotipada. Y luego me dio mucho gusto su protagónico en Rogue One: a Star Wars Story (2016), una de las mejores películas de la saga, donde él está estupendo. Años más tarde pague mi carísimo boleto en el teatro de los Insurgentes para verlo en Privacidad (2018), obra muy lograda, interactiva a niveles que yo no había visto en el teatro, sobre un tema muy relevante, que es la vigilancia cibernética a la que estamos sometidos por las redes sociales y los aparatos móviles. Es una obra larga, pero Diego es una luminaria, llena el tiempo y el espacio escénico con una frescura y naturalidad sobresalientes. Acaba de estrenar la segunda temporada de Pan y Circo (2020) por Amazon Prime. Un Talk Show con invitados en parte especializados en los temas, en parte personalidades públicas, opinólogos y dudes de diverso signo, donde toca temas polémicos de actualidad. Es un buen programa, uno muy visto: el éxito lo demuestra el hecho de que acabe de inaugurar una Segunda Temporada.
Recientemente ha sido señalado en redes sociales por ser asociado junto a Gael García Bernal y otros, del proyecto “Ambulante” un festival itinerante de producciones documentales, el cual recibió apoyos gubernamentales según trascendió por 160 millones de pesos, según entendí, en los sexenios de Felipe Calderón y de Enrique Peña Nieto. Pero es un señalamiento moral, no legal. Yo ignoro si hay alguna acusación formal contra Diego, Gael y compañía por malversación de fondos públicos, hasta donde yo sé, no. Simplemente es un trascendido para abollar su reputación, lo que llaman hoy un trolleo[vi]. Esos dineros normalmente están etiquetados y son sujetos a diversas auditorias y comprobaciones fiscales diversas. Dudo mucho que Diego y Gael, al menos, hayan tomado un quinto de “Ambulante”. Es mucho más probable, y hasta podría asegurar, que le metieron dinero de su bolsa. Ahora si nos vamos el tema de lo cuantificable, el trabajo que ha realizado “Ambulante” social y culturalmente hablando podría considerarse sumamente relevante, invaluable.
Ese es Diego Luna, una luminaria sí, pero también un activista que no pregona con discursos, sino con trabajo artístico y social eficiente. Un artista Ambulante del cine, la televisión y el teatro.
Escenas de un matrimonio por HBO-MAX
HBO acaba de estrenar una miniserie titulada “Escenas de un matrimonio” (2021) basada en la serie de televisión sueca dirigida por Ingmar Bergman, que luego dio lugar a la película homónima. Sitúa la acción en algún lugar de Boston, Massachusetts, en Estados Unidos: narra las vicisitudes de un matrimonio en diferentes etapas. La pieza televisiva y cinematográfica de Bergman, son obras maestras. Pero este remake de HBO también es obra mayor. Cuenta con una impecable dirección del israelita Hagai Levi. Cada episodio inicia como un detrás de cámaras donde presenciamos la puesta en cámara y la puesta en escena, mientras inicia el protocolo de arranque de una escena: “corre sonido, corre cámara, marca (claqueta)” hasta la voz de acción: momento en el cuál el actor inicia la interpretación. El director hace énfasis en que se trata de una obra de ficción, aunque la inmersión en la trama es inmediata, y maneja alto realismo. La vida matrimonial siempre es compleja.
Algunos directores de cine, fueron también grandes directores de escena: gente tan importante como Bergman, como Eisenstein, como Orson Welles con montajes históricos. Esto es relevante, porque, aunque “Escenas de un matrimonio” es televisión, el tipo de trabajo que hacen los actores Jessica Chastain y Oscar Isaac, en realidad solo se puede hacer ensayando, como si se fuera a realizar un montaje escénico. Lo digo sin saber, ni haber investigado, ni indagado nada de la producción: yo pensaría que ensayaron cerca de un año para grabar la serie. Porque el tipo de matices, tanto en los diálogos como en la gestualidad escénica, en la proxémica, para alcanzar tal grado de perfección solo puede lograrse con un trabajo de mesa muy acucioso y con muchas horas de trabajo en escena. Son actores muy talentosos, muy disciplinados, que no le piden nada a Liv Ullman y a Erland Josephson, los dos actorazos de Bergman. Una maravilla contemporánea, esta serie que trabaja solo con material probable, pero que también toca temas contemporáneos de la vida amorosa, como el famoso “poliamor”, o las “relaciones abiertas”, pero con un tejido muy fino. Y tejer fino es de grandes maestros.
[i] Ahora quién sabe dónde rayos se encuentre. Creo que se habían ido al Acueducto de Guadalupe, luego a Santa Isabel Tola y en fin. Le importan tan poco estas escuelas al INBA y al gobierno en general, que les da lo mismo si están en un bodegón o en un terreno baldío.
[ii] La chaquetísima serie documental del hysterical chanel: “Alienígenas Ancestrales” (2009), ya con cuatro temporadas y poco más de 200 capítulos, trabaja con material posible, es una serie mockumentary. Que tan probable es que civilizaciones extraterrestres hayan entrado en contacto con las civilizaciones originarias… super improbable. Pero tampoco diría que es imposible. Es posible. Y en la imaginación totalmente posible.
[iii] Recordemos que Hamlet representa en una obra de teatro, a su tío el Rey, el asesinato de su padre.
[iv] En la maravillosa entrevista que le hace Truffaut a Hitchcock, publicada a modo de libro, llamado “El cine según Hitchcock” (1966) Hitchcock da una verdadera cátedra sobre el suspenso, pero inicia hablando precisamente de la sorpresa como valor dramático, considera que es difícil de manejar, es decir que la sorpresa sea consistente con la trama y que no parezca un recurso gratuito, pero además no le gusta porque cuando todo gira en torno a la sorpresa pues es un golpe emocional súbito y se acaba de la misma manera, súbitamente. Aparece y desaparece con rapidez. Y lo que deja a los espectadores es solamente ese golpe de efecto, efímero por decirlo así. En cambio el suspenso crea una tensión que puede durar varios minutos, prolongando la curva emocional y dramática en los espectadores, y dejando una impronta.
[v] Lo que el Papa Francisco, y los grupos católicos llaman ideología de género.
[vi] Un “Troll” es un monstruo escandinavo, una variante de humanoide primitivo, semejante a un ogro. Se utiliza en redes sociales para referirse a un usuario anónimo que realiza cyber bullying a otro usuario sistemáticamente.