Tribalismo

Por: Ana Paula Díaz Lozano*
Tengo un tema con la verdad y con las conversaciones. Después de varios diálogos, decidí escribir esto.
Hay grupos que piensan que este es un mal gobierno, hay quienes piensan lo contrario; las evidencias son necesarias, pero no suficientes.
Esto me abrió un nuevo camino, una nueva forma de ver el mundo y comprenderlo mejor. La evidencia no alcanza. La educación no alcanza. Eso pasa cuando, aunque la información esté, se deja de lado y se da paso a las emociones o a las creencias. Pienso ¿será un problema de comunicación? Elegí investigar la post-verdad.
Conversé con personas que desconfían de este gobierno, platiqué con todo tipo de personas para tratar de mejorar la comunicación sobre el tema. Ahí entendí que nunca había aprendido a conversar con los que piensan distinto. Por ejemplo ¿cómo dialogamos cuando el problema no es la evidencia, sino un desacuerdo ideológico?
Hay experimentos que muestran que cuando la gente conversa solamente con los que piensan igual, sus opiniones se vuelven más extremas y homogéneas. Pero para tener una democracia saludable ¿acaso no necesitamos que los que piensan distinto logren conversaciones amplias, honestas y profundas?
Esto no es lo que está pasando hoy día en nuestro planeta. Cada discusión, cada desacuerdo, cada conversación, parece una batalla entre el bien y el mal. Nuestras opiniones, en vez de ser provisorias, puentes para comunicarnos con otros; ahora son inamovibles, una zanja que cavamos y que separa a los que están de nuestro lado; de los otros, del otro. Es decir, se polarizan las posturas. El diálogo desaparece, el acuerdo es imposible y el mundo se fragmenta en una combinación explosiva de agresión y desconfianza. ¿Podemos hacer algo?
No todas las opiniones nacen iguales. Algunas son débiles o temporales, otras son intensas o duraderas, y otras se vuelven parte de nuestra identidad. Cuando pasa eso, cualquier duda sobre lo que pensamos se vuelve una duda acerca de quiénes somos y eso nos resulta insoportable. Además, la necesidad de proteger nuestra integridad nos hace agruparnos con los que están en la misma situación. Esto es, tristemente, el tribalismo.
A veces, ni la evidencia, ni la explicación funcionan. No somos seres pensando algo, ¡somos ese algo!
El tribalismo no sólo genera un clima de conflicto permanente, sino también genera silencios. Algunos nos retiramos del debate, pero no porque no tengamos opiniones o no nos importe lo que pasa. Sino por el clima de agresión, porque las cosas no avanzan, por miedo, por hartazgo, por la penalización social del disenso; por uno o varios de estos motivos abandonamos la conversación en silencio.
¡Es un silencio ruidoso! Así, la imposibilidad de dialogar hace que el número de voces disminuya; a veces hasta que queda una sola. Se confunde silencio con asentimiento y se crea una ilusión de consenso. Como se oye una sola opinión, parece que hay una sola opinión; entonces cualquier otra opinión ya no es solamente distinta, es disonante, es ajena etiquetada de errónea, falsa y traidora. Por lo tanto, debe ser eliminada.
En general, asociamos la idea de censura con la de un poder que prohíbe desde arriba; pero hay otra forma más sutil: la censura desde abajo. La que a través de herramientas disciplinarias de corte social -por ejemplo, subiendo el tono de la pelea- lo que genera que nos retiremos. Esto es una amenaza a la libre expresión.
En general, asociamos la idea de censura con la de un poder que prohíbe desde arriba; pero hay otra forma más sutil: la censura desde abajo
Me hace pensar que también es un problema para la democracia, tanto en nuestro pequeño entorno como a gran escala.
Parecería entonces que hay solo dos opciones: O mostramos nuestras ideas despreciando a los que no piensan como nosotros contribuyendo a la polarización, o nos callamos. Al hacer eso cedemos el control a los que deciden hablar. Pero esto es un falso dilema porque, aparentemente, damos la razón a alguien que no necesariamente la tiene. Hay otra opción, pero necesitamos volverla evidente porque está oculta en este mar de tribalismo. Podemos tener posturas definidas, incluso muy intensas, sin subirnos a la dinámica del discurso intolerante.
Para romper con el tribalismo, para buscar la mayor cantidad de voces, para salir de esta dinámica de amigos y enemigos, propongo distinguir entre qué creemos y cómo lo creemos; y si a éste “cómo” lo volvemos no tribal, podemos plantear nuestras opiniones sin que lo que pensamos se convierta en lo que somos.
Reaparecen los matices y las conversaciones se vuelven posibles; a partir de ahí se pueden construir consensos, que son producto de lograr acuerdos a pesar de nuestras diferencias. Pero cuando hablo de estas ideas me suelen hacer algunas críticas. Por ejemplo, que parece que, con tal de evitar los conflictos, planteo dejar que los consensos dicten la realidad sobre los temas.
No, no es eso lo que quiero decir. Si no nos expresamos porque nos sentimos alienados o expulsados, no estamos participando de la toma de decisiones; pero todos vivimos con las consecuencias de esas decisiones. Entonces, como no nos da todo lo mismo, necesitamos hablar.
Pero si no queremos hablar en este clima hostil porque nos agota y vemos que no lleva a nada, tratemos de superar el modo tribal más allá de lo que pensemos. Quizá tengamos más en común con quienes piensan distinto, que con los que comparten con nosotros alguna opinión y, al final, se vuelven intolerantes.
Quizá tengamos más en común con quienes piensan distinto, que con los que comparten con nosotros alguna opinión y, al final, se vuelven intolerantes
También me suelen decir que no hay mucho que podamos hacer a nivel individual para salir del modo tribal. Me parece que sí hay cosas por hacer, muy concretas. Tengo tres sugerencias que podrían ayudar:
Primero, buscar el pluralismo, promoverlo activamente, así el disenso se vuelve visible, esto es importante porque solo si incluimos el disenso podemos lograr un verdadero consenso. Para que esto pueda pasar necesitamos poder hablar, sin sentir que se nos penaliza socialmente.
En segundo lugar, también hace falta que seamos capaces de escuchar voces que no nos gustan. El momento de defender la libertad de expresión es ahora; cuidarla es más fácil que recuperarla.
Tenemos que aprender a conversar mejor, a encontrar mejores maneras de estar en desacuerdo.
Conversar no es esperar nuestro turno para hablar tratando de imponer nuestras ideas por la fuerza o la insistencia. Es escuchar, para entender al otro. Sin escucha no hay conversación.
Tercero, separemos las ideas de las personas. Bajo el tribalismo, atacar una idea hace que la persona se sienta amenazada, porque siente que se la ataca como persona porque hemos caído en definir al otro y definirnos a nosotros mismos a partir de parcialidades de nuestra esencia. Nuestra identidad es lo que creemos o es lo que hacemos o es la lengua que hablamos o dónde vivimos. Cuando en realidad somos mucho más que eso ya que somos entidades integrales.
Pero con esa actitud, ¿cómo vamos a lograr mejorar las ideas? Necesitamos discutirlas para que sobrevivan las mejores, las personas merecen respeto; las ideas tienen que ganárselo.
* La autora es sicóloga y pensadora libre