Smart power

En el Presupuesto 2019 no hay un intento de hacer frente a la revolución industrial 4.0, a la enorme necesidad de formar capital humano capaz de entender, regular y gestionar la datificación del ser humano.
30 Diciembre, 2018
Sinapsis

“La presente crisis de libertad consiste en que el actual poder no somete o coarta la libertad, sino que la explota” 

Byung-Chul Han

 

Muchos temas de interés público nos preocupan y ocupan en México en este álgido y conflictivo cierre de año. Algunas pinceladas de lo que será 2019 están ya trazadas a través de varias decisiones y expresiones públicas y de instrumentos como la Ley de Ingresos y el Presupuesto de Egresos de la Federación 2019.

Ello a pesar de la falta de un Plan Nacional de Desarrollo sexenal que, en mi opinión y desde la lógica de la planeación, debiese preceder a la formulación del primer presupuesto de egresos (PEF) de cada nueva Administración Pública Federal, pero la Constitución y la necesidad de recursos y certeza presupuestal inmediata dictan otra cosa: Primero se aprueba la ley de ingresos, luego se discute y vota cuánto y en qué se van a gastar o invertir los ingresos, y será hasta 2019 que el Ejecutivo previas consultas, decidirá qué clase de país, de economía, de modelo de desarrollo escogerá para los próximos seis años.

Preocupante, pues a juzgar por el PEF, la agenda pareciera totalmente anticuada, como setentera. Peor aún, los Criterios generales de Política Económica documento muy relevante, pronostican un magro crecimiento de la economía en México que se mantendrá en 2.6% anual y si bien nos va, llegará a 2.8% en el año 2024. Una inflación de 3.4% el año entrante y de 3% en años venideros y el dólar en promedio a 20 pesos, más una serie de riesgos identificados de guerras comerciales, riesgo país (muy alto ante la situación de guerra permanente con las diversas mafias) entre otros.

Se privilegia el gasto social para apoyos asistenciales a los más vulnerables mediante un estipendio que oscilará entre los $800 y los $1600 pesos mensuales a estudiantes, personas de la tercera edad, y personas con discapacidades, seguro de vida a mujeres jefas de familia y otros apoyos a miembros de pueblos indígenas; en seis años veremos si estos estipendios les ayudan a salir de la pobreza o hacerlos más dependientes.

En contrapartida y con gran oposición, se recortan sueldos a  servidores públicos de mandos altos y medios de los tres poderes federales y órganos constitucionales autónomos, se prohíbe crear nuevas plazas, y a no pocos rubros estratégicos que son los que generan transformación social y económica se les castiga presupuestalmente: la docencia de calidad, la investigación científica y tecnológica y la cultura que cuando permea en lo profundo de los individuos, nos humaniza, nos civiliza, nos hace curiosos e inquisitivos, empáticos y sensibles a las necesidades y visiones ajenas, y proclives a la legalidad y respeto del medio ambiente.

Ni en los proyectos de educación ni en las becas a estudiantes, ni en otros rubros prioritarios conforme al PEF, se ve hasta hoy el menor intento de hacer frente a la revolución industrial 4.0, a la economía de datos, a la enorme necesidad de formar capital humano capaz de entender, regular y gestionar la datificación del ser humano.

Sin él, sin mexicanos super especializados no solo en ciencias computacionales, robótica y minería de datos sino en ética y antropología y filosofía, estaremos condenados a una nueva dependencia tecnológica, psicológica, comercial, política y cultural del exterior y a un panóptico digital silencioso muy eficiente en crear consumidores cautivos y obedientes seguidores.

La profunda transformación de los individuos en su psique, hábitos, lenguaje, consumo, formas de relacionarse, emocionarse, comunicarse y actuar en el hogar, la escuela, el centro laboral y la esfera política a partir de los medios digitales, la economía de datos y la inteligencia artificial ya aplicada, no tiene precedentes, y está creando seres menos libres, más sumisos, adictos a sus pantallas y redes virtuales y menos dispuestos a vivir en el mundo real, y si los individuos están siendo objeto de tal metamorfosis dada la hegemonía de “big data”, la sociedad se transformará también y lo menos que debiese plantearse un Jefe de Estado y su gabinete en 2018 es cómo enfrentar un cambio tan radical como el que se avecina, desde la educación, la economía, el derecho, la investigación tecnológica y ética y el mercado laboral.

 

lo menos que debiese plantearse un Jefe de Estado y su gabinete en 2018 es cómo enfrentar un cambio tan radical como el que se avecina, desde la educación, la economía, el derecho, la investigación tecnológica y ética y el mercado laboral

 

Siendo ésta mi última entrega del año que agoniza, opté por hacer una reflexión sobre lo que nos espera a los individuos y nuestras libertades, en el contexto de una sociedad datificada hoy existente, que vigila, con nuestro consentimiento poco consciente, cada una de nuestras palabras, pasos, consumos o preferencias, emociones, tono de voz, imágenes, amistades, filias y fobias, ubicaciones y trayectos. Todo ello se registra, cuantifica, clasifica, interpreta, con el fin de perfilarnos, de enviarnos publicidad o noticias a la medida, de persuadirnos a consumir.

Mediante el análisis automatizado de billones de datos que contienen el historial de conductas, palabras, preferencias y pagos y la ayuda de algoritmos de clasificación o de predicción, este proceso tan eficiente nos va haciendo más cautivos, menos libres y más manipulables.

Toda nuestra actividad e inactividad, deja huellas digitales a modo de datos indelebles en aplicaciones, redes sociales, búsquedas en la red, compras electrónicas y expresiones verbales en redes y cada vez más por inercia, pereza o confort, acudimos a herramientas digitales para ejecutar un creciente número de actividades.

Así, sin nuestra intervención y en realidad sin la intervención humana directa, la inteligencia artificial va tomando decisiones sobre nosotros sea para otorgarnos o negarnos un crédito, un tratamiento médico, un empleo, una beca, una pareja o el ingreso a una universidad. Un big brother invisible o por lo menos difuso va manipulando sutilmente a las personas, postradas ante su smartphone del que no puede desprenderse más de cinco minutos, sin sentirse perdidos, aislados, inermes, en detrimento del libre albedrío.

Es paradójico, no se trata de un sistema de opresión, una dictadura coactiva que cancela opciones y libertades, sino de un “smart power”, al decir del filósofo contemporáneo Byung-Chul Han, que a través de la persuasión mantiene a las personas navegando en un océano de opciones, ofertas, contenidos, emociones y palabras para que escojan y consuman constantemente sin salirse de tal océano digital cuya marea va atrapando y ensimismando a chicos, adolescentes y adultos.

La obsesión por relacionarse con todo y todos a través de un dispositivo móvil ante el miedo de ser invisible o peor aún inexistente a falta de un yo digital, va orillando a los casi 4 mil millones de seres humanos conectados, a permitir que terceros creen su yo virtual. Un uso moderado y racional sería lo óptimo pues es indudable que estas tecnologías pueden usarse como herramientas valiosas pero la realidad es que es muy difícil despegarse de ellas por intervalos mayores a media hora.

 

La obsesión por relacionarse con todo y todos a través de un dispositivo móvil ante el miedo de ser invisible o peor aún inexistente a falta de un yo digital, va orillando a los casi 4 mil millones de seres humanos conectados, a permitir que terceros creen su yo virtual

 

Predominan los excesos especialmente entre los jóvenes. Vean a los comensales en un restaurante sentados uno frente al otro mirando su dispositivo e ignorando al de enfrente. Es patético. El problema es que ni los padres de familia de la gran mayoría de menores, ni las escuelas, ni la sociedad en su conjunto se ha ido acompañando con orientación, límites ni educación psicológica para evitar la adicción a estas pantallas que separan y aíslan al humano del humano.

Mi reflexión no es nueva ni original. Se dio con motivo de la primera revolución industrial, y con cada nueva revolución tecnológica. Pero creo que ninguna permeó tan profunda y expansivamente como la revolución de la datificación digital y la inteligencia artificial. Hoy filósofos, antropólogos y sociólogos pretenden alzar un llamado de alerta roja. Toda la actividad humana e incluso las emociones son tocadas por este smart power al que le hemos dado permiso de gobernar en nuestra psique, el hogar, la escuela, la oficina, la calle  y el poder político con implicaciones para el individuo y la sociedad, sin  precedentes.

Las instituciones públicas, sociales y privadas tienen un rol relevante y urgente de concientización y educación ante este cambio apabullante de sistema de vida individual y colectiva y ya vamos tarde. Quien desde el poder no vea el desafío que representará lidiar con esta nueva psicopolítica no para eliminarla, sino para ponerle límites, gestionarla y equipar con educación a los ciudadanos para evitar su cosificación y la explotación de sus libertades, puede ir anticipando un estado de ingobernabilidad absoluto frente al nuevo Leviatán del Big Data.

 

@LabardiniA

Adriana Labardini Adriana Labardini Abogada mexicana, especialista en regulación, competencia y políticas públicas de TIC para el desarrollo. Asesora y consejera de la organización Rhizomatica. Fundadora y Vicepresidenta de Conectadas, Red de mujeres líderes por la igualdad de género. Fulbright y Ashoka fellow. Consejera Académica en la UIA- Derecho. Egresada de la Escuela Libre de Derecho con grado de maestría de la Universidad de Columbia en Nueva York. Interesada en el comportamiento humano, la empatía, los modelos disruptivos de desarrollo, culturas y lenguas originarias, neurociencia, innovación por diseño, historia de las ciencias de la computación y danza.