Errores populares

La cancelación de PROSPERA es eminentemente una decisión política, una que le hace pagar los platos rotos de la falta de un crecimiento económico incluyente.
13 Febrero, 2019

Quizás uno de los errores más populares es confundir la popularidad con el acierto, la aprobación con el logro, la fama con el éxito.

En las etapas tempranas de un gobierno, la aceptación frecuentemente está ligada a la expectativa de grandes resultados, lo que no es poca cosa. Sin embargo, en el mejor de los casos el aplauso es, en sí mismo, capital político, y este es sólo un medio para un fin.

La aprobación del desempeño presidencial por más de ochenta por ciento de los encuestados representa enormes oportunidades, pero también riesgos, para las políticas públicas.

Es un gran margen de maniobra para cometer pifias y no sufrir consecuencias severas. Es un espacio suficientemente amplio para echar a perder demasiadas cosas, sin necesariamente llegar al borde de una crisis.

Un ejemplo de lo que puede desecharse errónea y sumariamente tras el escudo de la popularidad es el programa PROSPERA, la política central de combate a la pobreza que proporcionaba transferencias monetarias a las familias, bajo la condición de que éstas atendieran la nutrición, la salud y la educación de los niños.

Desde la voz de una funcionaria de tercer nivel se ha anticipado que el programa se extinguirá.

La actual administración, sin contar con más evidencia que la anécdota, ha señalado que el programa no respondía a las necesidades de las familias, no entregaba completo el dinero, no proporcionaba los servicios comprometidos, extorsionaba y propiciaba su uso electoral obligando a los beneficiarios a apoyar partidos políticos.

La actual administración ha señalado que el programa PROSPERA no respondía a las necesidades de las familias

Contra la ligereza de las acusaciones, que de ser ciertas ya hubieran ameritado denuncias y sanciones ejemplares, las cuales no se ven por ningún lado, hay veinte años de evaluaciones continuas del programa que muestran fundamentalmente lo contrario, desde su inicio como PROGRESA hasta su transformación en PROSPERA pasando por su etapa como Oportunidades.

Estos estudios no sólo corresponden a los encargados por el propio programa o a los provenientes otras áreas del gobierno, lo que no bastaría para descalificarlos, aunque a más de uno le generara sospechas, sino también de organismos internacionales, universidades e investigadores independientes.

Más aún, los múltiples gobiernos extranjeros que tomaron al programa como modelo también hicieron sus propios análisis para corroborar su solidez y seguir con confianza su camino.

Si bien es cierto que muchos de los elementos de PROSPERA debían de ser mejorados (particularmente la calidad de sus servicios) y que éste requería de un mercado laboral pujante para materializar sus mayores logros, sin duda alcanzó su objetivo central, aliviar la pobreza más extrema. Por supuesto que, para quien no conoce el programa, éste debió eliminar la pobreza por si sólo.

Sin embargo, combatir la pobreza no sólo significa ver reducido el número de personas que la sufren, también quiere decir ver menguada la intensidad de las carencias, lo que efectivamente ocurrió, a decir del Consejo de Evaluación de la Política de Desarrollo Social, entre muchas otras voces.

Combatir la pobreza no sólo significa ver reducido el número de personas que la sufren

Además, la falta de crecimiento económico que dinamizara el empleo necesario para proporcionar mejores condiciones de vida a los integrantes del programa, no se le puede atribuir, pues este dependía de una política económica fuera de su alcance.

La cancelación de PROSPERA es eminentemente una decisión política, una que le hace pagar los platos rotos de la falta de un crecimiento económico incluyente.

Como tal, convierte a los beneficiarios del programa en objetos de un viraje más de la política social, en vez de verlos como sujetos portadores de derechos sociales que merecen cierta certidumbre jurídica respecto a lo que pueden reclamar.

Y como mero designio de gobierno, la única defensa es una oposición política efectiva, una que se torna más difícil ente más popular es el gobernante.

De poco valdrán los razonamientos técnicos o la evidencia acumulada ante la fortaleza política de un proyecto avalado con una gran mayoría de votos y una todavía mayor popularidad en las encuestas. Tampoco contarán mucho las graduales pérdidas en la efectividad del combate a la pobreza.

Sin embargo, esto no quiere decir que las decisiones sean las acertadas y que las consecuencias no se percibirán eventualmente, incluso en el plano político.

De ahí la importancia de que la aprobación presidencial no sea confundida como sello de calidad.

Como en muchos otros casos, lo importante no es la popularidad sino lo que se hace con ella, y si ésta está sirviendo para destruir lo que sin ser perfecto ha sido probado habrá que esperar el recorrido del péndulo de la fama en sentido inverso, no porque eso reponga lo perdido, sino porque evitará que se incremente la pérdida.

@equidistar

 

Rodolfo de la Torre Rodolfo de la Torre Actualmente es Director de Movilidad Social del Centro de Estudios Espinosa Yglesias (CEEY). Ha sido coordinador de la Oficina de Desarrollo Humano del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, Director del Instituto de Investigaciones para el Desarrollo con Equidad de la Universidad Iberoamericana, y Director de El Trimestre Económico, del Fondo de Cultura Económica (FCE). Fue parte del Comité Técnico para la Medición de la Pobreza en México. Es economista por el ITAM, y maestro en Filosofía de la Economía por la Universidad de Oxford.