La crisis de las expectativas

Ninguno de los treinta y cinco grupos de análisis mexicanos y extranjeros encuestados por Banxico dijeron que éste es un buen momento para invertir en el país. Esto no había ocurrido ocurrido desde la crisis de 2009
6 Diciembre, 2016
El Observador

¿Acaso México ha perdido la esperanza?

¿Acaso se ha desvanecido el sueño de construir una economía menos desigual como lo aprendimos durante nuestros años en la universidad? ¿Acaso hemos aprehendido a justificar la lacerante pobreza en la que sobreviven millones de compatriotas en pueblos, rancherías, y alrededor de nuestras ciudades?

¿Se ha apocado la ilusión de los jóvenes de conseguir un trabajo con salarios suficientes para vivir y para ser exitosos por méritos propios? ¿Acaso los empresarios ya dejaron de creer que es posible ganar licitaciones públicas sin ceder a los chantajes de corrupción de los políticos? ¿Se puede vivir así?

¿Acaso ya los padres perdimos la ilusión de que nuestros hijos salgan a nuestras calles sin el temor de no volver a verlos? ¿Acaso ya dimos por ‘muerta’ la esperanza de acudir a las urnas con la certeza de que habrá suficientes contrapesos al poder como para que el Presidente se retire de Los Pinos con el producto económico de su trabajo? ¿Se puede vivir así?

¿Acaso ya ni siquiera nos avergüenza, ni nos importa la exigencia de justicia de lo ocurrido en Ayotzinapa, Guerrero, o en Tetelcingo, Morelos? ¿Acaso se puede vivir en medio de una necrópolis, de un sembradío de fosas comunes en las que se ha convertido el territorio nacional? ¿Se puede vivir así?

¿Acaso ya nos resignamos al insulto callado cuando leemos en los diarios sobre gobernadores o funcionarios federales convertidos en multimillonarios producto de su paso por las arcas públicas bajo la complicidad de partidos políticos, de jueces corruptos, de empresarios y del propio gobierno?

¿Acaso el hedor de la corrupción y de las mentiras repetidas desde los ámbitos públicos bajo la retórica discursiva ya es imperceptible para el olfato ciudadano? ¿Se puede vivir así?

¿Acaso tiene fin este impasse? ¿Este atolladero que lleva décadas minando nuestras esperanzas y robándonos un futuro que ya damos por perdido?

En una entrevista reciente, Juan Villoro describió la realidad de México con crudeza pero con una impecable lucidez: Estamos no solo ante una crisis de la realidad, sino ante una crisis de las expectativas.

No solo se trata de la incertidumbre añadida por la llegada de un personaje como Trump a la Casa Blanca en Washington. Ése es un ingrediente más de nuestra ya añeja crisis de expectativas. Los mexicanos dejamos de confiar en el futuro hace ya tiempo. Con todo y su desprestigio reciente, si algo han corroborado las encuestas en los últimos años es la grave tendencia al deterioro de la confianza.

Un hecho poco común apareció recientemente en una de estas encuestas, quizá una de las más reconocidas en el ámbito económico por quien las realiza. Ninguno de los 35 grupos de analistas mexicanos y extranjeros encuestados por el Banco de México a finales de noviembre respondió que la coyuntura actual es un buen momento para que las empresas realicen inversiones en México. Cero.

En diciembre del año pasado la respuesta de los encuestados había sido de 57% y en los once meses transcurridos desde esa fecha, el porcentaje fue cayendo inexorablemente. Los buenos momentos para invertir en México se esfumaron. Aquel pico de optimismo de 69% registrado en 2011, quedó solo como una anécdota para los anales de las encuestas del banco central.

Desde marzo de 2009 cuando se advirtió sobre los graves alcances que tendría para el mundo y para México el estallido de la gran crisis hipotecaria en Estados Unidos, no se había registrado en México un desplome de esta magnitud en las expectativas de los inversionistas.

Pero no son solo opiniones desenfadadas de las tres decenas y media de analistas encuestados. Los datos estadísticos dan cuenta del atolladero, del impasse, sobre el futuro de las inversiones en el país. Así lo recordó el subgobernador Manuel Sánchez en una conferencia que dio en Nueva York el mismo día en que el gobernador Carstens cimbraba al peso y a la comunidad económica y política del país al presentar su renuncia a dirigir el Banco de México.

En un gráfico contundente, Sánchez daba cuenta de la rápida contracción que vienen sufriendo las inversiones en México desde hace un año hasta registrar tasas anuales reales negativas en el tercer trimestre de este año, mientras que la confianza de los productores se ha desplomado, sin concesiones, desde el mismo arranque de 2013 a la fecha. Un retrato parcial de la crisis de las expectativas, más allá de los discursos públicos.

La esperanza está en crisis.

Y si bien es cierto que los gobernantes actuales tienen menos poder que sus antecesores y que hoy existe un mayor potencial para que ocurran cambios en la administración del poder, también es cierto que la pulverización del poder, que debería conducir a nuevas oportunidades para los contrapesos, puede conducir al caos y a la parálisis, como reflexiona Moisés Naím en ‘El Fin del Poder’.

Así está ocurriendo en México. El momento es grave porque la crisis de la realidad ha generado una terrible crisis de expectativas.

Y esto es lo peor que le puede pasar a un país.

 

Samuel García Samuel García Es economista y periodista económico. Es fundador y director de Arena Pública. Fundó y dirigió El Semanario de Negocios y Economía. Fue director editorial de Negocios del Grupo Reforma y del diario El Universal. Director fundador de Infosel. Fue profesor de la Maestría en Periodismo y Asuntos Públicos del CIDE y Coordinador-profesor del Diplomado en Periodismo Económico de la Escuela de Periodismo Carlos Septién García. Columnista y comentarista en diversos medios de comunicación en México.