El triunfo de Andrés Manuel López Obrador

No es inminente ni altamente probable el advenimiento de otra república bolivariana. Y a López Obrador (AMLO) todavía le falta ganar la elección.
7 Junio, 2018

¿Ya ganó AMLO? La respuesta es no, pero sin duda hay que imaginar tal escenario como el más factible y examinar las opciones que presentaría para distintos asuntos y actores.

La razón es simple: hay demasiados elementos que habría que desestimar o poner en juego para plantear la victoria de alguien diferente del candidato de MORENA.

¿Que el talante del candidato entraña riesgos gravísimos a las libertades políticas y económicas? No es lo que parece percibir la mayoría, ni mediante campañas de miedo. ¿Que López Obrador no tiene propuestas razonables? Más que las políticas públicas y sus argumentos, en esta elección está pesando el hartazgo y el rechazo al status quo.

¿Que las encuestas no reflejan la verdadera posición de AMLO? El tamaño de la conspiración estadística o del error tendrían que ser aberrantes para minimizar su liderazgo. ¿Que la operación política el día de la elección compensará cualquier ventaja ? El grado de convencimiento, acarreo o compra masiva de votos tendría que ser de proporciones épicas para cambiar el resultado previsto. No, hoy en día hay que poner como primer escenario a Andrés Manuel López Obrador como presidente de México.

 

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Para los temas de desarrollo social y la sociedad civil, el triunfo de AMLO representa la posibilidad de impulsar una agenda de políticas públicas que ponga el foco en las desigualdades económicas y sociales.

Mientras que José Antonio Meade prácticamente ignora el tema y Ricardo Anaya no termina de transmitir su importancia, López Obrador lo ha hecho su eje de campaña y lo ha comunicado efectivamente con su narrativa simple de la “mafia del poder” vs. el “pueblo”.

Su visión de un gasto redistributivo en un contexto de salud de las finanzas públicas hacen especialmente atractivas las posibilidades de comprometerlo a una agenda donde esté presente un sistema de salud universal y unificado, se ponga el acento en las carencias de infraestructura y recursos humanos de las zonas de mayor rezago educativo, y se plantee una política de desarrollo económico regional que priorice al sureste del país.

Sin embargo, una presidencia de López Obrador no garantiza que estos temas se aborden con los mejores instrumentos, e incluso puede conducir a políticas que sean contraproducentes.

El sistema de salud se podría mejorar operativamente sin resolver su fragmentación, la “revisión” de la reforma educativa que propone podría anular la evaluación de los maestros como instrumento de diagnóstico y mejora, sus precios de garantía para la autosuficiencia alimentaria tal vez signifiquen premiar a los grandes productores y dejar en los márgenes a los agricultores que ni a los mercados llegan. Hay un gran campo para la propuesta de la sociedad civil, pero también un fuerte riesgo de que sea rechazada sumariamente.

La sociedad mexicana se encuentra polarizada económica y políticamente, lo que significa que actores radicales pueden terminar predominando en la definición de las posiciones que propongan o desafíen las políticas públicas. Si esto tendiera a ocurrir, la sociedad civil, o al menos parte de ella, puede construir puentes para que actores con visiones opuestas encuentren compromisos mutuamente benéficos o al menos que no deterioren las bases de un diálogo constructivo y respetuoso.

La compensación de desventajas de grupos que largamente han sido relegados por la acción gubernamental y la búsqueda de la igualdad de oportunidades pueden complementarse con mercados competitivos y abiertos, estabilidad económica y el respeto al marco institucional. Estos elementos no tienen por que confrontarse promoviendo una lucha entre élites y ciudadanos o en la defensa a ultranza de privilegios adquiridos.

Ciertamente hay en el equipo de López Obrador quienes entienden esto y con quienes se puede dialogar, pero nada garantiza que este grupo predomine en el acomodo de fuerzas al interior de MORENA que significará la constitución del nuevo gobierno.

 

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Si las posiciones menos transigentes a la razón y al diálogo predominaran en AMLO y su equipo, y se asomaran amenazas a derechos fundamentales, para la sociedad civil no habría agenda de política pública alguna que estuviera por arriba de la defensa inmediata del estado de derecho, la democracia y la libertad individual.

Si, como en el caso de los empresarios, donde la crítica de López Obrador ha puesto en la misma canasta a los rentistas del capitalismo de cuates que a aquellos que innovan en negocios transparentes, se generaliza el desdén a la sociedad civil, no hay tampoco papel mediador que jugar.

Entonces, en el escenario menos optimista, la sociedad civil debería actuar como un contrapeso puro a los excesos del poder. No faltan voces que dan por hecho que ya estamos en tal situación, con el resurgimiento del máximo autoritarismo y rezagados en su enfrentamiento.

No hay que adelantar vísperas. No es inminente ni, a mi parecer, altamente probable el advenimiento de otra república bolivariana. Y a López Obrador todavía le falta ganar la elección.

 

Twitter: @equidistar

Rodolfo de la Torre Rodolfo de la Torre Actualmente es Director de Movilidad Social del Centro de Estudios Espinosa Yglesias (CEEY). Ha sido coordinador de la Oficina de Desarrollo Humano del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, Director del Instituto de Investigaciones para el Desarrollo con Equidad de la Universidad Iberoamericana, y Director de El Trimestre Económico, del Fondo de Cultura Económica (FCE). Fue parte del Comité Técnico para la Medición de la Pobreza en México. Es economista por el ITAM, y maestro en Filosofía de la Economía por la Universidad de Oxford.