AMLO, el megalómano

9 Abril, 2019
El presidente Andrés Manuel López Obrador en una de sus acostumbradas conferencias de prensa matutinas
El presidente Andrés Manuel López Obrador en una de sus acostumbradas conferencias de prensa matutinas
Econokafka

Un estadista entiende profundamente la historia y toma decisiones con visión desde el poder. Ubica una problemática en el contexto nacional, incluso internacional, con panorámica de largo plazo. Triunfa en el largo y desgastante juego de ajedrez del poder porque planea muchas jugadas por adelantado, incluyendo alternativas si las circunstancias cambian y debe cambiar la estrategia.

Su detallado conocimiento de la historia le otorga perspectiva y valiosas lecciones, por más que las circunstancias rara vez sean idénticas.  En ello radica la combinación de genio político y conocimiento del pasado: explotar las oportunidades buscando metas de largo plazo al tiempo que se evitan tropiezos con la misma piedra.

* Helmut Kohl, Canciller de Alemania (y Doctor en Historia) vio la ventana de oportunidad de poder reunificar a su país ante la inesperada flexibilización soviética con Mijaíl Gorbachov. La caída del Muro de Berlín, epítome de la caída del imperio soviético en Europa del Este, lo lanzo a la acción. No dudó en presionar a sus aliados y rebasar a los escépticos, haciendo caso omiso del enorme costo financiero. El Muro no tenía 11 meses de haber caído y Kohl había logrado su ambición. *

Un megalómano se cree histórico apenas tiene algo de poder en sus manos. Su conocimiento del pasado es limitado y maniqueo: buenos y villanos unidimensionales forman parte del elenco que domina su mente, y por supuesto su persona se ubica entre los héroes (Juárez, Madero, Cárdenas, por ejemplo).

Su persona ES la historia, sus palabras y acciones en automático pasan a los anales de la nación (o del mundo). Tiene una perspectiva de largo plazo, pero reside en que sus actos perduren sin que puedan ser alterados por otros (sus rivales históricos, quienes obviamente son malvados). La obsesión no reside en moldear el futuro, sino que en el futuro su nombre ocupe un lugar preminente.

El estadista tiene la vista fija en presente y futuro, con el pasado siendo extraordinario marco de referencia y experiencia. Teme al azar porque implica lo desconocido, pero sabe que también representa oportunidades únicas.

* Harold Macmillan, Primer Ministro del Reino Unido, respondió a un periodista que le preguntó “¿Qué es lo que usted más teme?”: “Lo inesperado, estimado muchacho, lo inesperado”. Cuando una periodista le cuestionó en otra ocasión de qué había estado hablando con otros miembros de su futuro gobierno (acababa de ganar una elección) dijo “Oh, solo sobre el futuro”. Macmillan vio desbarrancado su gran proyecto para el Reino Unido, la adhesión a lo que actualmente es la Unión Europea, por la oposición de otro estadista rival: el presidente francés Charles de Gaulle. *

Un megalómano aquilata la historia desde la conveniencia personal. El pasado no es referencia, sino herramienta para su demagogia y engrandecimiento propio. Por ejemplo, no le importa romper una sólida relación de cercanía con un país forjada en décadas recientes si considera ventajoso hacer referencia a esa nación como conquistadora y potencia colonial. Es tal su vanidad que cree que ÉL (con mayúsculas) puede por fin restañar las heridas causadas 500 años antes, y que cuenta con la autoridad moral para exigir disculpas.

El estadista conoce las palancas y los botones del poder, y entre ellos coloca a las mejores personas que puede encontrar para lograr sus objetivos. Planea cuidadosamente, conoce al detalle las reglas que le constriñen, para cuando le es posible ponerlas a trabajar a su favor.

* Lyndon B. Johnson se convirtió en Presidente tras el asesinato de John F. Kennedy. Retomó la agenda de Kennedy, que naufragaba en el Congreso estadounidense, y utilizó su impresionante conocimiento del Poder Legislativo (había sido diputado y líder del Senado) para lograr lo que parecía imposible: la igualdad verdadera ante la ley de los afroamericanos. *

El megalómano no quiere a los mejores en su equipo, sino subordinados obsecuentes. No importa si son improvisados o ignorantes en la materia, prima lealtad por sobre conocimiento y experiencia. No importa el desconocimiento, porque ÉL (quizá también ignorante, pero siempre arrogante) sabe lo que debe hacerse y cómo hacerlo; los miembros de su equipo son simples correas de transmisión.

Eso de las palancas y los botones son para los tecnócratas que gustan de arrastrar el lápiz, lo suyo es mandar y esperar que ocurra lo que desea, al cabo que no hay imposibles para ÉL gracias a que en su persona se encarna el destino de la nación.

El estadista no titubea en romper con el pasado, incluso su pasado, cuando descubre la posibilidad de dar un salto inesperado hacia adelante, o poner a trabajar en su favor a un entorno cambiante.

* Richard M. Nixon, quien había forjado una acérrima reputación como enemigo del comunismo, anonadó al mundo al anunciar que Estados Unidos reestablecería relaciones diplomáticas con China (la China comunista dominada por Mao Zedong), y además viajó a esa nación. Representó un paso fundamental para la reinserción del gigante asiático en el concierto mundial, y el preámbulo para convertirse (ya sin Mao) en gigante económico. *

El megalómano está anclado en su pasado, muchas veces en una era dorada que solo existe en su mente (y que sus subordinados fielmente reproducen). Ignora al mundo cambiante de su alrededor, manteniendo su visión en lo que cree debe ser.

Por ejemplo, no importa que desde el siglo XIX el camino de un mayor bienestar transite por el cambio tecnológico y un mayor capital humano, en el siglo XXI sigue obstinado en ver a los recursos naturales como la palanca del desarrollo. No importa que esa estrategia haya sido un desastre en el pasado reciente (con el petróleo), con ÉL va a funcionar, porque al cabo su voluntad y poder son suficientes. No entiende que se encuentra del lado equivocado de la historia, puesto que considera que su persona la encarna.

 

Como escribía Luis Spota en sus novelas, al hombre del poder se le conoce en el poder. La demagogia permite muchas veces abrir las puertas de ese poder gracias a la democracia. En dichas ocasiones los votantes no optan por el posible estadista (o al menos un gobernante eficiente), sino por el megalómano que ofrece a su persona como la solución de los males que aquejan la nación. El precio a pagar por esa errónea confianza es gigantesco en términos de retroceso.

 

@econokafka

Sergio Negrete Cárdenas Sergio Negrete Cárdenas Doctor en Economía por la Universidad de Essex, Reino Unido. Licenciado en Economía por el ITAM. Licenciado en Ciencias de la Comunicación por la UNAM. Profesor-Investigador en el ITESO. Fue funcionario en el Fondo Monetario Internacional (FMI) y en el Gobierno de México.