Mi ser racista

En México tenemos un sistema de clase racializado en el que el acceso a las oportunidades depende de la combinación de cuánto dinero tienes con tu tono de piel, cómo te vistes, cómo te comportas o cómo hablas.
9 Enero, 2019
Futuro Pasado

Hace poco más de un mes conocí a Kelly, una jovencita en sus veintes con cara de niña y ojos tiernos. Es un poco callada, aunque también le gusta formar parte de otras conversaciones con gente que ya conoce. Supongo que, como todos, cuando entra en confianza es muy bromista.

Es de tez muy blanca, casi como una muñeca de porcelana; se viste bien y tiene las uñas pintadas del famoso baby pink. Sin embargo, hay algo que no encaja: trabaja en un mini salón de belleza. Sin pensarlo, mi racismo inconsciente comienza a trabajar a mil por hora: ¿cómo es que una jovencita blanca, con nombre gringo, trabaja como manicurista en México? ¿acaso no debería estar estudiando en la universidad? Seguro proviene de una buena familia, ¿qué pensarán sus papás?

Después de que todos mis pensamientos salieran desbocados tuve que hacer un alto y, conscientemente, frenarlos de golpe. Me regañé a mí misma: ¿cómo pude permitirme pensar en esas cosas? ¿qué no cualquiera, sin importar su color de piel, puede dedicarse a lo que le apasiona? ¿hubiera pensado lo mismo si fuera una jovencita morena? Probablemente no.

Esto me llevó a recordar dos momentos en los que no he sido la única en reaccionar así. El primero es de hace poco más de seis años cuando surgió una polémica foto de una niña rubia pidiendo limosna en las calles de Guadalajara. La imagen se hizo viral y desató una serie de discusiones en las redes sociales.

Por un lado, hubo quienes decían que los padres habían robado a la niña porque ellos eran morenos y ella no. Por otro lado, salieron en su defensa los que decían que eso era una muestra del racismo y clasismo en México; se preguntaban por qué se armaba semejante revuelo si antes no habían levantado quejas con respecto a los niños morenos que piden limosna en las calles.     

El segundo momento tiene poco más de seis meses cuando escuché en un video a la Dra. Mónica Moreno Figueroa, profesora-investigadora del Departamento de Sociología de la Universidad de Cambridge, en donde decía lo siguiente:

 

“Una de las maneras en las que yo me di cuenta de cómo se vive el racismo en México fue cuando recién llegué a Inglaterra. Me subo al metro y veo a un joven güero pidiendo limosna. Yo me impacté mucho porque yo decía: ¿Cómo es posible que haya una persona blanca, güera, pidiendo limosna? Hay que ayudarla, hay que llamar a alguien, esto no es normal. Me detuve y dije: ¿qué pasa? ¿de dónde vengo yo que creo esto? ¿por qué no puedo creer que haya pobres que sean blancos? Porque vengo de un contexto mexicano en el que no es así; tenemos un sistema de clase bastante racializado que determina dónde está la gente ubicada”.

 

¿Por qué es tan preocupante que tengamos expresiones así? El problema es el racismo normalizado con el que vivimos, que constituye una reacción “natural” para nosotros. Si bien es un mal que venimos arrastrando históricamente, nos encontramos en un momento en el que el cuestionarnos a nosotros mismos debería convertirse en una práctica cotidiana por la cantidad de información que tenemos a nuestro alcance.

Aunque también hemos visto formas mucho más claras de expresión del racismo cuando algunas personas se manifestaron en contra de los centroamericanos con comentarios peyorativos y, casi al mismo tiempo, se vino una ola de tuits de odio hacia la nueva actriz Yalitza Aparicio. Hubo quien sostuvo que no eso no era racismo, sino más bien clasismo.

Lo cierto es que en México ambos conviven e interactúan en el día a día. La Dra. Moreno se refiere a esto como un sistema de clase racializado en el que el dinero va de la mano con tu tono de piel, cómo vistes, cómo te comportas o cómo hablas, y que de eso depende, o no, el acceso a las oportunidades. En el sentido negativo de la ecuación, la doctora invita a que revisemos de qué color son las personas más pobres o que están en las cárceles en México.

 

“Hay gente que no puede dejar su cuerpo atrás. Tienes que estar constantemente probando que sí eres tú, que sí es tu dinero, que sí tienes el grado, que sí estudiaste, que sí te mereces ese lugar. Y en cambio otras personas por su propia apariencia, simplemente por eso, no tienen que probar nada”.

 

¿Dónde estás parado tú? Y si ya lo identificaste, ¿qué vas a hacer al respecto? Es tarea de todos crear conciencia y que dejemos de voltear la mirada cuando se nos habla de racismo en México.

Itzel García Itzel García Historiadora por la Ibero Ciudad de México y Latinoamericanista por la University of California San Diego. Investigadora en temas migratorios, de género, educación y políticas públicas. Docente desde 2016 y traductora freelance desde hace 6 años. Comprometida con la defensa de los derechos humanos de los migrantes y refugiados en México.